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El Planeta de los Simios

El Planeta de los Simios: La Guerra

Nuestro crítico de cine ya vio El Planeta de los Simios: La guerra. "¡Véala en el cine! Merece la pantalla grande y el sonido surround", recomienda.

Tres años después de “El Planeta de los Simios: Confrontación” (2014), el director Matt Reeves regresa para cerrar con broche de oro esta inesperada trilogía reformulada. Ha pasado un buen tiempo desde que César (Andy Serkis) tomó el liderazgo de su especie, prevaleciendo sobre los humanos sobrevivientes de un virus apocalíptico, que no querían convivir con los primates avanzados. Su colonia está bien establecida en un bosque del norte de California, pero aún enfrenta una amenaza latente: un escuadrón de humanos rodea a la comunidad. Se trata de los Alfa Omega, tropa paramilitar jefeada por un coronel (Woody Harrelson) empeñado en la extinción total de los simios.

Unos someros créditos nos ponen al día con los filmes pasados creo que puede disfrutar “La Guerra” a la perfección, sin ver los anteriores. La película arranca en los tensos momentos previos a un combate, desde el punto de vista de los humanos furtivos. Es un astuto estratagema para jugar con la identificación de la audiencia. Por el efecto acumulado de las películas anteriores, la simpatía del espectador debería estar con los monos, pero por unos momentos tomamos el lugar de los nuestros, los villanos. En apenas unos minutos, Reeves nos hace revivir el arco emocional de los filmes anteriores. La batalla es rápida y brutal, y nos deja firmemente ubicados en el bando de César, física y mentalmente. El escenario selvático y la parafernalia militar apuntan a las influencias más obvias del filme. Nadie más sorprendido que yo, de ver un producto taquillero de esta naturaleza, que invoca con inteligencia “Full Metal Jacket” (Stanley Kubrick, 1987) y “Apocalypse Now” (Francis Ford Coppola, 1979). Los guiños a esta última son los más claros, desde un grafiti jocoso en una cloaca —“Ape-pocalypse Now”—, hasta el rito de aseo personal de Harrelson en su campamento, que lo presenta como la segunda venida del capitán Kurtz. Puede sonar a sacrilegio invocar los filmes de Kubrick y Coppola, pero la influencia es obvia.

Juan Carlos Ampié, crítico de cine. LA PRENSA / Óscar Navarrete.

Seré vago con los detalles de la trama. Las películas taquilleras suelen ser las más vulnerables a la pérdida del efecto sorpresa. Sí puedo decirles que un giro particularmente dramático envía a César a una clásica narrativa de búsqueda y venganza, una especie de “road movie”. En el camino igual podemos encontrar a una niña inocente que sugiere esperanza para el futuro (Amiah Miller), así como un refugiado del zoológico que provee alivio cómico (Steve Zahn). Pasamos de la guerra moderna al western. César se convierte en una especie de John Wayne, su senda remarcada por el tono elegíaco de la música y la fotografía le daría el Óscar de inmediato a la partitura de Michael Giacchino. Para su acto final, el filme nos presenta una reformulación de “El Gran Escape” (John Sturguess, 1963). Haga de cuenta que los Omega son nazis, y trate de no caerse del borde de su asiento


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Lamentablemente, las semillas de la resolución dependen de una mutación narrativa condicionada por los filmes anteriores, que simplemente no tiene la elegancia del resto de la película. Es particularmente agraviante el largo monólogo que cae sobre los hombros de Harrelson, opacando el brillo de un villano memorable. A pesar de este desliz, “La Guerra” representa lo mejor de la oferta de verano de Hollywood. A diferencia de otros productos de este tipo, el largo metraje de dos horas y veinte minutos no se siente como una indulgencia o un amago por tratar de devolverle al público el valor de su dinero. Cada minuto cuenta. ¡Véala en el cine! Merece la pantalla grande y el sonido surround.

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