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Poeta Francisco de Asís Fernández. LAPRENSA/Arnulfo Agüero

Poeta Francisco de Asís Fernández. LAPRENSA/Arnulfo Agüero

El tigre y la rosa en el rito de la gran poesía

La poesía mayor de Francisco de Asís Fernández sintetiza la capacidad de nombrar las cosas sin perder nunca de vista lo que se está mostrando; con el vuelo metafísico de los grandes poetas de la visión interior.

Mis pasiones son animales ocultos
como lunas blancas que aparecen cuando 
comienza el cielo,
cuando siento a los unicornios de nácar buscando el abismo,
y a los ruiseñores ardiendo el azul infinito

I

Es el último poema del último libro de Francisco de Asís Fernández, El tigre y la rosa. Trascendente y a la vez inmediata, única y simultáneamente atravesada por el aliento de lo colectivo, exteriorista y a la vez interior, material y al mismo tiempo poblada de ángeles, la poesía de Francisco de Asís Fernández ha irrumpido como una de las más notables del presente. Y lo es, entre muchas otras cosas, porque en cada poema se revela un mundo único, no contado de esa manera antes, donde los distintos planos de lo real se entrecruzan borrando la distancia que media entre sus opuestos, como querían los surrealistas, pero no para perderse en un laberinto de abstracciones, sino para expresar las zonas más urgentes, inmediatas y profundas de la realidad, esto es de la vida, de la muerte, del amor, de la herida, del dolor, de la esperanza.


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El poeta Francisco de Asís Fernández estrena su nuevo poemario El tigre y la rosa, edición español- inglés, traducido por Stacey Skar Hawkins. La portada es una acuarela realizada por Juan Carlos Mestre. LAPRENSA/Archivo
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II

Son pocos los poetas que como Francisco de Asís Fernández, reúnen lo más tangible y concreto con el máximo vuelo, lo real con las dimensiones del sueño, un exteriorismo que no se automutila, que no renuncia a la subjetividad ni a la invención, es decir, que no renuncia al desgarro de la propia existencia, a la constatación de la propia debilidad, de la senectud y de la muerte.

III

La poesía mayor de Francisco de Asís Fernández sintetiza la capacidad de nombrar las cosas sin perder nunca de vista lo que se está mostrando; con el vuelo metafísico de los grandes poetas de la visión interior. Es una poesía inmediata, pero que no le teme al gran aliento. Sus poemas se ven, pueden seguirse con la mirada. En su libro anterior, La invención de las constelaciones, los ángeles cumplen con la extraña paradoja de ser reales y ángeles simultáneamente. Al igual que los ángeles de Nikos Katzanzakis que en La última tentación se detienen en el huerto de los olivos para velar por Jesús y que maravillados por la belleza del lugar se dicen que ese debe ser el Paraíso, los ángeles de Francisco de Asís se trasladan hasta los umbrales de estos últimos poemas, los contenidos en El tigre y la rosa, volviéndose invisibles. Es decir, volviendo a ser ángeles.


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IV

Los felices, los sanos, los santos, los satisfechos, están demasiado ocupados en su salud, en su santidad, en su satisfacción. Benditos ellos. No les será dado en vida la ocupación de la muerte. Escribir es agonizar, los sueños más hermosos, las visiones más lejanas, la conciencia más feliz es la que nace en el borde del abismo.

El tigre y la rosa es un gran ejemplo de ello:

Menesteroso, mi corazón entra al fondo del aliento fresco del bosque
la oropéndola, el colibrí y las araucarias
en el humus de esta canción de cuna.

V

Desde Celebración de la inocencia, libro que contiene toda la poesía publicada de Francisco de Asís Fernández hasta el 2001, hasta el extraordinario poema final de El tigre y la rosa, su obra se ha convertido en un emocionante e imperecedero testimonio de lo que perece. Era necesario aguardar hasta que la herida incurable de la existencia hiciese su trabajo. Solo los débiles, los heridos, los enfermos pueden crear obras maestras. Felices los felices, dice Borges al final de su Fragmentos para un evangelio apócrifo.

VI

Escritos en ese borde abismal en que la vida se delinea en toda su fuerza, en su límite, en su sufrimiento y en su fulgor, los poemas que componen El tigre y la rosa nos muestran un territorio encantado en el cual los recuerdos se funden con el ensueño de lo que no fue, pero que pudo ser, en una alianza ya definitiva que terminará de sellarse en el instante de la muerte. Avanzamos hacia ella y los trazos se van haciendo cada vez más definitivos.

VII

Concluyo provisoriamente estas palabras. Recuerdo el gran lago de Nicaragua brillante como una inmensa olla de luz. Lo vamos cruzando, miro arriba el intenso azul del cielo. Detenidos todos por un segundo en el torrente de nuestras vidas, la poesía de Francisco de Asís Fernández cumple con los ritos de toda gran poesía: mostrarnos a nosotros los hipócritas lectores, los rostros con que nos miran los tigres y las rosas de la eternidad.

VIII

E mi vien da piangere. Y me dan ganas de llorar.


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LAPRENSA/Thinkstock

El poeta Francisco de Asís Fernández estrena su nuevo poemario El tigre y la rosa, edición español- inglés, traducido por Stacey Skar Hawkins. La portada es una acuarela realizada por Juan Carlos Mestre.  

Aquí le dejamos cuatro poemas:

 

 

El tigre y la rosa

Yo escucho mientras duermo
que los tigres le hacen el amor a las rosas
bajo las brillantes lunas azules
y oigo el canto de los cenzontles
y siento el olor de su vuelo.
Y oigo que le dice el tigre a la rosa:
“Te debo soñar durante siete noches
y no debo tocarte
para que no desaparezca la ternura
y la magia de mis fantasías,
solo así podré saber si mis sueños
me aguardarán hasta que el sol aparezca”.

 

Poesía

La poesía es limpia y habla con las vocales más tenues.
Es una rosa de Palmira maltratada
que se acuesta con un vagabundo
y se despierta en el mar hecha espuma
de luz inmaculada.
Ella se me viene como una flor rota
que necesita dormir dentro de mis párpados.
A mi edad hago el amor con la virgen de la poesía.
Ella es un caracol y la pongo
en mis oídos para que me cuente
los poemas de Safo y los romances de Andrómeda
y la carne arisca y los mordiscos embriagados de Villon.
Es limpia como una obsidiana que quita la vida
y se encuentra en una urna funeraria
con mi cuerpo abrazado al suyo para siempre.

 

Las bolsas de mis pantalones

                                                            A mis amadísimos
                                                             Antonio y Angelines Gamoneda

Yo soy un muchacho de 70 años
y la inmensa felicidad que tenía
se me fue cayendo por los agujeros
de las bolsas de mis pantalones.
Los hoyos de mis pantalones tienen
la belleza
de los huecos de las paredes de adobe
y el misterio de los hoyos negros del
cielo.
El vacío de las bolsas de mis pantalones
es abstracto como el cielo,
es concreto como Júpiter
que tiene mares interiores
y es de tela como las bolsas de mis
pantalones
en donde guardo mis deseos de pecar.

LAPRENSA/Thinkstock
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En lo profundo del bosque

Estoy en lo profundo del bosque
donde los pájaros se agrupan para cantar
lo vasto de la noche.
De lo profundo del bosque nadie se marcha para siempre
y más bien los hombres prefieren depositar su vida
en la vida de un árbol que haya crecido alto
buscando los rayos del Sol.
Lo profundo del bosque no es monótono ni aislado,
es el principio del mundo
en donde viven el color de los jades y los quetzales,
el águila y el tigre
recitando los poemas de Nezahualcóyotl.
Aquí me convencí de que no nos iremos
como se borra una pintura,
aquí me convencí de que no nos iremos secando
como una flor en la tierra.
Aquí me convencí de que los hombres
venimos al mundo para dejar cantos y flores.
Menesteroso, mi corazón entra al fondo del aliento fresco
del bosque,
la oropéndola, el colibrí y las araucarias
en el humus de esta canción de cuna.

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