España ha sido víctima, otra vez, del terrorismo islámico. 14 personas murieron y más de un centenar resultaron heridas a consecuencia de los actos terroristas en las ciudades catalanas de Barcelona y Cambrils.
Estos atentados terroristas se vienen a sumar al que ya había sufrido España (en 2004) y a los muchos otros que en los últimos años y meses han sido perpetrados en varios países europeos, pero también africanos y asiáticos porque el terrorismo islámico es global, ataca y mata en cualquier parte del mundo.
Desde los ataques terroristas islámicos en las estaciones de trenes de Madrid, en marzo de 2004, España ha desarrollado una gran capacidad de lucha contra el terrorismo. Gracias al trabajo que coordina el Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y Crimen Organizado (Citco), hasta el jueves pasado 645 sospechosos de vinculación con el terrorismo habían sido detenidos en España y 61 en el exterior. El año pasado las fuerzas españolas de seguridad realizaron 20 operaciones antiterroristas y detuvieron a 42 individuos involucrados, en algunos casos con la cooperación de autoridades de otros países europeos y de Marruecos.
Pero por muy eficaz que sea la lucha contra el terrorismo y aunque los terroristas no sean invencibles, es prácticamente imposible garantizar de manera absoluta que no ocurran actos criminales de esta clase. Esto se debe sobre todo a la forma artera en que actúan los terroristas, agazapados entre las extensas comunidades musulmanas y actuando como células aisladas, inclusive individuales.
España es una víctima antigua y muy experimentada de la expansión islámica agresiva. Desde el comienzo del siglo VIII y después de un asedio de cinco años, los musulmanes se apoderaron de la Península Ibérica y se quedaron allí por 800 años, hasta que fueron expulsados a fines del siglo XV.
Pero en aquella época los musulmanes que pretendían conquistar Europa, dominar el mundo e imponer la fe islámica a toda la humanidad, se enfrentaban cara a cara con otros hombres armados y luchaban contra ejércitos enteros. En cambio los terroristas islámicos de ahora actúan en las sombras, atacan por sorpresa, individualmente y de manera insospechada a grandes concentraciones de personas pacíficas e inermes. No atacan directamente a las fuerzas armadas de seguridad.
Los terroristas islámicos seleccionan cuidadosamente los lugares donde atacan, a fin de causar el mayor daño humano y tener gran impacto mediático. Barcelona fue escogida esta vez, dicen los expertos, porque es una ciudad emblemática por su diversidad y tolerancia cultural, que acoge permanentemente a multitudes de visitantes nacionales y extranjeros. En los ataques terroristas del jueves pasado, entre los 14 muertos y más de cien heridos había personas de 34 países del mundo, incluyendo 8 de América Latina. El golpe mortal ha sido, pues, contra Barcelona y España, pero al mismo tiempo contra toda la humanidad.
España sangra y llora por los ataques del terrorismo islámico. Pero igualmente está luchando en primera fila en defensa de los valores universales de la libertad, la democracia, la tolerancia y la convivencia pacífica.