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Joaquín Absalon Pastora

El perfil de Managua

Agoniza la libre circulación en Managua, la capital cuya resurrección desde aquella severa perforación telúrica del año 1972 produjo a una ciudad que no termina de ordenarse, la sede supuestamente restaurada cuya principal fachada la enseñan los comercios informales que se han tomado las aceras probablemente sin el brazo de ninguna venia legal. Se extiende tanto este comercio que amenaza con tirarse a los ángulos vírgenes de la calle en el colmo de la tolerancia por parte de las autoridades encargadas de poner la disciplina adecuada para mantener el precepto del núcleo urbanizado con prioridad que compete a todos los habitantes victimizados por la invasión intrusa, por los extremos del libertinaje consentido.

Las aceras presentan la credibilidad física de unas tiendas expuestas al aire libre, testigo mudo de la inexistencia de las vías que corresponden a los pasos sagrados de los peatones puestos a correr en el foco nervioso de la actividad y maniobrabilidad vehicular obstaculizados en la andadura donde puede advertirse la semejanza que hay en esos expendios —formas intrépidas de ganarse la vida— y los centros comerciales en cuanto a la variedad de los artículos en ofertas: farmacias, ferreterías, venta de repuestos y hasta la incorporación de restaurantes mostrando el humo moreno que se escapa de las estufas con la distribución de mesas acompañadas por las sillas respectivas. Todo cabe —increíble— por donde no puede anexarse el paso de los peatones. Esos comercios atiborrados de toda índole de productos son la antesala, la ejecución de las negociaciones, algunas de las cuales se hacen dentro de la vorágine o en los tramos autorizados.

Difícilmente ninguna otra capital latinoamericana tenga esa fisonomía tan disoluta, una singularidad contraída por la prédica real del populismo en contradicción con las reglas del juego. Si es por apoyar al comercio en el sentido de liberarlo del cumplimiento severo de los requisitos conforme a la ley, bien pudieran destinarse los espacios donde no sean factores de obstaculización de la circulación por razones de la justificada seguridad que no la tienen ni los pasajeros que esperan incómodos en las paradas de buses, protección que no abriga —y esto es lo más lamentable— a los discapacitados para quienes no se guarda la más elemental y excepcional consideración.

Duele el pronunciamiento impulsado en campaña defensiva de la asociación de personas con invalidez física-motora y la organización de ciegos de Nicaragua. Señalan con resignación que han terminado con las sillas de ruedas estropeadas por los vehículos, los carentes de luz con el bastón blanco quebrado debido a que no cuentan con el acceso indicado en las aceras en las cuales no hay indicios de la emergente preferencia, en el centro de la acción correspondiente al derecho que asiste tanto al transeúnte como al ejecutor de la máquina. Lo más dramático es que con el patrocinio del tiempo que pasa sienten normal esta anomalía, esta displicencia divorciada de la sensibilidad. No es solo la violación de los derechos humanos, del ultraje contra los enfermos condenados por el infortunio. Los andenes peatonales están ocupados por los parqueos, vendedores y vendedoras, por magos recién estrenados y hasta por la oferta de galgos de raza. La ruta en crónica vulnerabilidad, las calles convertidas en pistas.

Managua reestructurada merece una mayor concienciación, preocupación y sostenibilidad en los temas de la construcción y de la accesibilidad.

El autor es periodista.

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