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templos vivos, Dios, Jesús, Iglesia Católica
Óscar Chavarría

Amar es corregir

Uno de los aspectos del amor fraterno que no es fácil de ejercitar, y que por ello con frecuencia se descuida, es el de la corrección fraterna y es el que nos enseña Jesús (Mt 18, 15-20), cuando corrige a sus discípulos y a Pedro en concreto.

Amar al prójimo no es siempre sinónimo de callar o dejarle que siga por malos caminos, si en conciencia estamos convencidos de que es este el caso.  Amar al hermano no solo es acogerle o ayudarle en su necesidad o tolerar sus faltas: también, a veces, es saberle decir una palabra de amonestación y corrección para que no empeore en alguno de sus caminos.

Al que corre peligro de extraviarse, o ya se ha extraviado, no se le puede dejar solo. Si tu hermano peca, no dejes de amarle: ayúdale.  No se niega que la responsabilidad es de cada persona. Ya al profeta se le dice que amoneste al pecador: “Si no cambia de conducta, él morirá por su culpa”. (Ez. 33, 7-9).

Pero los hermanos deben asumir su parte de responsabilidad en la suerte de cada uno.  Un centinela tiene que avisar.  Un esposo o una esposa deben ayudar a su cónyuge a corregirse de sus defectos.  Un padre no siempre tiene que callar respecto a la conducta y las costumbres que va adquiriendo su hijo. Ni el maestro o el educador permitirlo todo en sus alumnos.  Ni un amigo desentenderse cuando ve que su amigo va por mal camino.

La comunidad cristiana no es perfecta, pero como todos formamos parte de esa comunidad, todos somos un poco corresponsables en ella.  De un modo particular los que tienen la misión de la autoridad, pero también todos los demás ya que coexiste en ella, como en cada uno de nosotros, el bien y el mal.

La corrección fraterna bien hecha no solo aporta beneficios al hermano —aunque de momento tal vez reaccione con disgusto— sino también beneficia al que la realiza: “Has ganado a un hermano”.

Es interesante cómo termina Santiago su carta: “Si alguno de ustedes se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que el que convierte a un pecador de su camino desviado, salvará su alma de la muerte y cubrirá multitud de pecados”. (Sant. 5 ,20).

Los “pasos” que recomienda Jesús inicia con realizar, con delicadeza y eficacia, una conversación privada, un diálogo personal.  En el Antiguo Testamento, ya se recomendaba esta corrección como uno de los modos de mostrar el amor al prójimo: “No odies a tu hermano, pero corrige a tu prójimo, para que no cargues con pecado por su causa” (Lv 19, 17).

El segundo paso es la advertencia ante uno o dos testigos (Dt 19, 15).  Así se da cuenta el corregido de que la cosa es seria e importante, y puede sentirse movido a corregirse.  Aunque de momento no le guste, y pueda reaccionar con una respuesta un tanto destemplada: “¡Ocúpate de tus asuntos!”

El tercer paso, si hace falta, lo indica Jesús: “Díselo a la comunidad”.  Solo en casos extremos, cuando ninguno de estos métodos ha dado resultado, y el hermano se obstina en su desvío, dice Jesús que habrá que considerar que esa persona no quiere pertenecer a la comunidad.  No se trata tanto de excomunión, el deseo es siempre el bien de la persona, no su escarmiento o su castigo.
Cuando el hermano prácticamente se autoexcluye de la comunidad, hay que seguirle amando.  Estas letras son pues una invitación a que revisemos los métodos de nuestra relación con los demás, sobre todo con los que consideramos que se están desviando y habría que ayudarles.

El autor es sacerdote.

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