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Fabio Gadea Mantilla

Cuentos que no son cuentos

Querida Nicaragua: Esto parece cuento pero no lo es. Don Filemón Alcántara, vecino del pueblo de San Blas en cierto departamento del país, siempre había querido ser alcalde. Su sueño era tener poder, ya que dinero tenía bastante. Era dueño de seis fincas que producían leche, carne, café en abundancia, granos básicos, caña de azúcar, etc. Tenía moliendas de caña y sacaba carretadas de dulce de rapadura que vendía en todos los pueblos cercanos. En fin que don Filemón era rico de verdad, el hombre más rico del pueblo,  pero vivía inquieto, quejándose de todo, malhumorado  porque le hacía falta algo. Y ese algo era el poder. Él quería tener poder, mandar en el pueblo. Ser la autoridad y hacer y deshacer a su antojo.

Muchas veces se había postulado como candidato a la Alcaldía, pero nunca había podido ganar porque era realmente antipático, tacaño, mentiroso y se contaban de él muchas historias de campesinos asesinados por sus mandadores. Don Filemón Alcántara era malencarado hasta con sus propios mozos. En sus seis fincas tenía alrededor de unos doscientos y pico de trabajadores campesinos que ganaban salarios de hambre, ni siquiera  ganaban el salario mínimo exigido por la ley. Él solo tenía preferencia por los capataces y mandadores de sus haciendas. A estos les daba  buen salario y todo lo que necesitaran. Todos tenían buenas bestias, albardas de primera, todo género de favores y buen trato. Y teniendo aquella gente a su favor y habiéndose lanzado para alcalde los llamó para exigirles que el día de las elecciones trajeran a todos los mozos a votar por él. Había que traerlos a como diera lugar pues se necesitaba el voto de todos los mozos y sus familias.

Les dio a mandadores y capataces dinero y provisiones para que repartieran entre los mozos cada quince días con la condición, eso sí, de que el día de las elecciones votaran por don Filemón, con el cual tendrían mejor patrón y mejor alcalde en el pueblo.

El contrincante de don Filemón era el barbero del pueblo. Un hombrecito pequeño y muy ágil, amigo de todos, tenía el don de la palabra fácil, siempre sonreía con la gente y se le conocía como un líder en el pueblo. Él había impulsado el primer equipo de beisbol de San Blas. Habiendo sido secretario de un alcalde impulsó  las gestiones para que el pueblo tuviera agua por cañería,  fue quien fundó el primer cuerpo de bomberos en su pueblo, etc., etc. Era sin duda un hombre muy popular a quien todos querían. Esta vez, el barbero llamado Isaías Mojica se postulaba para alcalde compitiendo con don Filemón Alcántara.

Don Filemón le repartía regalitos a sus mandadores y a sus mozos y hasta a algunas gentes del pueblo, pero el barbero Isaías lo único que repartía era  prestigio, simpatía, popularidad y la fama de ser un hombre honorable, un ciudadano honrado que haría una alcaldía honrada.

Don Filemón estaba seguro de ganar. Había mandado a imprimir su retrato en hojas volantes que estaban por todas partes pegadas en los muros y los postes. En cambio el pobre barbero solo visitaba casa por casa  ofreciéndole a la gente su limpio pasado y un progreso seguro en el pueblo.

El día de las elecciones bajaron todos los mozos de las haciendas de don Filemón. Pero todos votaron por el barbero Isaías Mojica.

El susto y la furia de don Filemón fueron enormes. Tuvo que tragarse su cólera y aceptar que el barbero había ganado. Por momentos pensó despedir a todos sus mozos, pero después de pensarlo largamente, llegó a la conclusión de que se le había olvidado lo principal. No se acordó de que había alguien muy hábil y muy sinvergüenza que era quien contaba los votos. Se le olvidó que en aquel pueblo había también un Roberto Rivas a quien no tomó en cuenta. Ese fue su fracaso.

 El autor es gerente de Radio Corporación , fue candidato a la Presidencia de la República en 2011.

Opinión Elecciones municipales archivo

COMENTARIOS

  1. el carolingio
    Hace 7 años

    Lo del alcalde es pura ficción, no es así, de todos modos cualquier parecido con hechos reales es pura coincidencia

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