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rebelión del 4 de abril
Hugo Ramón García

¿Cuál “patria” celebramos?

En  septiembre, entre los amaneceres de nuevos retos, nos trasladamos al pasado para hacer memoria de sus glorias. Y de sus conquistas que dejaron escritas en las páginas de la historia los héroes de San Jacinto, en una encarnizada batalla para dejar patentizado en la conciencia el concepto de patria, y heredarle a las generación de todos los tiempos la significación que debería tener Nicaragua. Esto  si realmente sintiéramos la necesidad o el interés de ser auténticos nacionalistas, y no apegarnos a las comodidades materiales y transitorias de un cargo público, y que son consecuencias que las circunstancias deparan.

Los héroes del ayer francamente lucharon en los campos de la acción porque los motivaba un ideal de nación; el afán de imprimirle a la república el sello indeleble de la honradez ciudadana, de esa cualidad opacada hoy en día por conocidas ambiciones.

Se inmolaron con el tributo de su sangre, expulsando a los invasores del territorio nacional, y afirmaron con el sacrificio puesto a prueba lo que vale la patria si la sabemos entender, y a más de eso, comprendemos sus angustias cuando las adversidades imponen otras realidades.

La patria no puede quedar resumida a los romanticismos de lo que ella tiene por obra de la creación, ni seguir pregonando con aires de publicidad que es “única, y original”. Si a lo largo de la misma historia lo ha sido, por una  parte porque no es copia, ni modelo de otros países, y es única porque es la madre de todos los nicaragüenses, no por un falso descubrimiento de quienes pretenden hacer creer que son los diseñadores de su nuevo destino.

Los héroes de 1856 no surgieron de una ocasión imprevista; sabían a plenitud lo que se cernía sobre la patria y por eso se prepararon con hidalguía de principios para desafiar la intrépida osadía de los agresores que abrigaban la siniestra idea de hacer de Nicaragua una colonia al servicio de los rubios detractores. El patriotismo alcanzó sus mejores conquistas no para establecer otras esclavitudes con modernas concepciones, sino para darle a la patria las francas aperturas de una libertad que todavía no se asoma por las ventanas del tiempo.

Entonces, ¿cuál patria celebramos? ¿Por la que lucharon los héroes de San Jacinto; por la de nuestros antepasados donde la probidad moral era el sello distintivo de la virtud;  o por la Nicaragua que tenemos ahora asediada por la gigantesca corrupción que priva en todos los ángulos de la vida supuestamente republicana?

Si así fuere, conmemorando las hazañas patrióticas del pasado bienvenidas sean, pero si al paso de las presentes épocas ese heroísmo que quedó plasmado en los corrales de piedra en San Jacinto no ha alcanzado todavía sus logros, se vuelve indispensable que nazcan otros José Dolores  Estrada, Patricio Centeno, Andrés Castro y Juan Gómez, para que Nicaragua pueda realmente conquistar para la posteridad,  con los laureles de una gloria eterna,  los caros conceptos de una patria verdadera,  bajo la sombra bienhechora de su auténtica bandera azul y blanco, donde se encarna su incuestionable dignidad, y que nos protege por igual a todos los nicaragüenses, a lo largo y ancho de un cielo sin ocaso.

Y hasta entonces podremos  decir con optimismo en el espíritu, invocando a Darío, el Padre del Modernismo: “Nicaragua está hecha de vigor y de gloria; Nicaragua está hecha para la libertad”.

El autor es periodista de Somoto.

Opinión
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