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Pablo Antonio Cuadra

La importancia de hablar español

El mayor legado de España a Nicaragua (y a América en términos generales), es el idioma además de la cultura occidental y la religión cristiana. Por eso, con las Fiestas Patrias en las que una de las dos celebraciones es la Independencia de Nicaragua de la dominación colonial española, publicamos, editado por motivo de espacio, este artículo de Pablo Antonio Cuadra —histórico codirector cultural de LA PRENSA— en el que se refiere a la ventaja de hablar el idioma español.

El texto lo hemos tomado del libro Pablo Antonio Cuadra. Ensayos II, de la Colección Cultural de Centroamérica-Grupo Uno.
Para el proceso de americanización de nuestra lengua y literatura, la creación de mitos es una de las empresas prioritarias de la poesía. Pero nuestra empresa va más allá. La poesía sabe qué es vivo y lo muerto en arqueología. La invención del pasado es una de nuestras formas de crear futuro.

Nuestra América sigue necesitando —entre más se acerque a sus síntesis— lugares o espacios sagrados; asociaciones de fecunda comunión; rituales; fuerza legendaria y símbolos míticos que acerquen sus antítesis. Necesita atmósferas míticas que reafirmen la unidad y homogeneidad de la arquitectura del espíritu. Y el “sésamo ábrete” nos lo da el instrumento mismo de la poesía: el lenguaje.

Mito, en su etimología (según Erich Kahler), viene de mu, el sonido elemental con que se forma la palabra mugido, murmullo, murmuración, pero también mudo y mutismo; es decir, es la palabra recién salida del silencio, en su más pura originalidad, la palabra fundadora, la poesía misma. Los poetas, por tanto, debemos iniciarnos en la creación del mito, pero también descubrirlo en las literaturas que nos rodean. En esta empresa se asocia al poeta el crítico. Debemos descifrar los textos, encontrar sus mitos dormidos e inconscientes.

Para levantar las estructuras míticas; para crear seres que se ganen su inmortalidad por los significados humanos que alimentan —o por las mentiras que derrotan—; para no evocar sino convocar el ayer y hacerlo presente con fuerza de tradición y de leyenda; para encontrar el espacio humano que la política muchas veces niega; para levantar el proyecto del “hombre-en-su-tiempo” en procura de superar lo logrado; en fin, para crear esa belleza sagrada y trascendente que hace habitable el mundo y digno de ser vivido el ahora: lo que tantos poetas hispanoamericanos buscamos es la lengua fundacional y creadora capaz de devolverle al mito sus reinos y de inventar nuevos.

Abriendo una tumba chorotega en la Isla Zapatera del Gran Lago de Nicaragua hace ya muchos años, se me ocurrió por primera vez la imagen de su fertilidad: lo que sale de tales entierros o huacas —como en la parábola de la semilla que muere para renacer— no es propiamente un pasado, sino las raíces de un futuro, la recuperación de un futuro. Descubrir el pasado es dar con la clave de muchos hechos y de mucha historia presentes.

La poesía modernista y más aún la posmodernista centroamericana, no se explica sin la alucinante perforación del pasado que se produjo al descubrirse científicamente la civilización maya. No hay escombros en nuestras ruinas antiguas, sino materiales de futuras construcciones. Como decía Novalis: “Toda ceniza es polen”.

En el paradojal avance de nuestra civilización hispanoamericana, entre más nos alejamos del indio como origen, más nos acercamos al indio como sustento de nuestra originalidad.

Cada objeto —olla, plato, dibujo o escultura— expresaba a su modo, en un balbuceo de sombras, la lucha intensa que sostiene el idioma español con esas lenguas muertas o con las lenguas indias que compiten con él grandes espacios de comunicación en el Continente. El castellano ya vivió y sigue viviendo en la península una competencia, un asedio y un enriquecimiento análogos, con el vasco, el gallego, el catalán y demás lenguas que forman su periferia, su horizonte y su reto. “Una lengua viva —escribe H.L. Mencken en The American Language— es como un hombre que sufre incesantemente de pequeñas hemorragias y que necesita transfusiones de sangre nueva de otras lenguas. El día que esta puerta se cierra, ese día empieza a morir”.

La lengua española ofrece a todo ese mundo vecino, viejo y nuevo, el instrumento de universalización de su expresión; no solo colectivo que va de Cervantes a García Márquez, de Garcilaso y Góngora a Darío y Neruda, y que significa una tensión integradora sumante  y constante.

Pero esa ventaja se ha estructurado a costa de lenguas que cayeron. Y como dice Darcy Ribeiro: “Cada lengua que se pierde es una visión del mundo que se cierra”. La ventaja de hablar hoy español —de abatir múltiples y espesos muros provincianos incomunicantes— se obtuvo a costa del silencio de estas tumbas.

Yo llamé a Tikal “nuestra Atenas muda”. Una abuela cuya lengua perdimos por la falta de escritura, mientras la griega la llevamos en las raíces de las palabras. Y sin embargo, ¿qué infinitas sugerencias, incitaciones, puntos de vista y de partida, nos ofrecen sus ciudades misteriosas, surgiendo blancas y casi intactas de la asfixiante selva, sus pirámides airosas, sus estelas, su cerámica?

Pero hay algo más: como en Grecia, en la América india hubo una imaginación prolífica creadora de mitos, muchos de ellos encarnados en seres híbridos en parte animales en parte humanos, como el hombre-jaguar, como nuestra abundante estatuaria indígena de alter-ego, como Quetzalcóatl —la serpiente emplumada—, etc. De la mayoría de esas creaciones míticas se ha perdido el nombre (no es poca cosa perder el nombre en una creación poética) o sus relatos originales. Pero no están perdidos, sino que forman un arsenal para uso de futuros poetas. Porque si perdimos con nuestras lenguas indias cosmovisiones, memorias, artes, conocimientos; también ganamos otras cosmologías, otros nexos, ganamos libertad y mundialidad, ganamos a la misma América en unidad… pero quien por oficio vive para llenar ese guion entre lo perdido y lo ganado, es el poeta. A él le toca crear en español, llenar en español los vacíos de nuestras lenguas muertas o de los mitos que perdieron el habla.

El autor (q.e.p.d.) es poeta y escritor nicaragüense.

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