Todas las imágenes de este fotorreportaje fueron tomadas por Óscar Navarrete, fotógrafo de LA PRENSA.
En el pueblo de La Fonseca hay una sola iglesia para los católicos y al menos cinco para los evangélicos. Predominan las religiones católica y evangélica. Las imágenes de Jesús y la Virgen acompañan a los primeros en todo momento.
En las zonas rurales, donde se vive de la tierra, los niños aprenden a montar bestia desde los 5 años de edad. En la imagen, una niña sigue a su mamá luego de hacer las compras de la semana.
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“¡Llevo pollo!”, gritan desde la camioneta, que es una pulpería ambulante, y de las casas dispersas a lo largo del camino salen los campesinos para pedir pierna o pechuga. En el campo el pollo de granja es tan codiciado como la “gallina de patio” en la ciudad.
Los campesinos venden tubérculos y compran pan. Cuando salen de sus comunidades aprovechan para llevar pequeños lujos como chocolate, dulces y sopas instantáneas. También adquieren productos útiles como los infaltables machetes y el alambre de púas.
En un día tranquilo, un comerciante puede pesar más de setenta sacos de quiquisque. En un día agitado, cuatro veces más. Cada carga es debidamente pesada y la cantidad de libras se grita para que el registrador la anote en su cuaderno. Se trabaja bajo sol y bajo lluvia.
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El único policía de la zona rural se traslada en su bestia. Llega al puerto de montaña buscando chicharrón y el frito de chancho que las mujeres preparan en cocinas improvisadas sobre el lodazal.
En la zona de Nueva Guinea el quiquisque es uno de los alimentos más producidos. El tubérculo crece bien en esta tierra barrosa y siempre húmeda. Los campesinos lo clasifican en las categorías de “primera” y “segunda”, el primer grupo es exportado; el segundo viaja a los mercados del país.
El macho, mezcla de burro con yegua, abunda en Nueva Guinea. Para los campesinos son herramienta de trabajo y medio de transporte. Los días de puerto de montaña los cargan con quiquisque, yuca y frijoles, y los hacen andar en hilera, siguiéndolos de cerca. Son mansos y se dejan mandar por niños.
En una zona donde no hay pavimento y llueve casi todo el año, las botas de hule son el calzado por excelencia. Las usan niños, mujeres, hombres y ancianos. Saben reconocer, además, dónde no deben pisar para no hundirse en lodos que parecen arena movediza.
El primer bus sale de La Fonseca a las 6:00 de la mañana, con dirección a Nueva Guinea. A esa hora el pueblo, de 1,882 habitantes, ya comenzó su faena. El molino está girando, las campesinas palmean tortillas y los hombres parten hacia el campo con el machete al cinto. De las comunidades, montados en los camiones del transporte colectivo, surgen más campesinos y esperan los autobuses para ir a la ciudad.