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Pintura de Gertrudis Guerrero.LA PRENSA/Wilmer López

Los pájaros que volaron del cuadro

En lo que entró a buscar sus pinceles para retocar las plumas azules de la cola del guardabarranco, los pájaros se salieron volando del cuadro en gran algarabía y fueron a sentarse en las ramas del guayabo verdadero, a la cabeza el cierto güis, porque a los güises les encanta el alboroto

Un sábado en la mañana la abuela estaba pintando un cuadro de pájaros sentados en las ramas de un guayabo: una oropéndola, un chocoyo real, una urraca, una saltapiñuela, un chichiltote, un guardabarranco con su larga cola pelada que terminaba en dos plumas, y un cierto güis de balandrán, con el pico arrimado a un racimo de guayabas.

Buscando más luz lo llevó al jardín y lo puso debajo de un guayabo de verdad. En lo que entró a buscar sus pinceles para retocar las plumas azules de la cola del guardabarranco, los pájaros se salieron volando del cuadro en gran algarabía y fueron a sentarse en las ramas del guayabo verdadero, a la cabeza el cierto güis, porque a los güises les encanta el alboroto.

Pintura de Gertrudis Guerrero. LA PRENSA/Wilmer López
Pintura de Gertrudis Guerrero.LA PRENSA/Wilmer López

—¡Nada de guayabas pintadas, vamos a comernos las de verdad! —dijo el güis ya instalado en la rama más alta.
Cuando la abuela volvió, vio su cuadro vacío y oyó arriba la relojina de sus pájaros comiéndose las guayabas maduras.
—¡Ay, Dios mío! ¿Y ahora cómo metemos otra vez en el cuadro a estos insolentes? —dijo.
Al oír aquel escándalo, el abuelo salió del cuarto donde estaba escribiendo como cada mañana. Da la casualidad que esa vez era un cuento donde la abuela pinta un cuadro de pájaros en un guayabo, y entonces se salen volando.
—A la única que le harán caso será a la Mariana, porque ella entiende su idioma —dijo el abuelo.
La Mariana era la menor de sus nietas. Entonces mandaron a llamarla a su casa. Por dicha vivía cerca.
Apenas la vieron, los pájaros la saludaron muy contentos.
—¡Te invitamos a comer guayabas, están riquísimas! —le dijo el cierto güis.
—Ustedes han hecho muy mal saliéndose del cuadro de mi abuela —los regañó la Mariana.
—Esas guayabas no se pueden comer —dijo el cierto güis, aturugado de guayabas—, saben a aceite y trementina, y eso es malo para la salud.

Pintura de Gertrudis Guerrero. LA PRENSA/Wilmer López
Pintura de Gertrudis Guerrero.LA PRENSA/Wilmer López

—Pero si ustedes también están hechos de aceite y trementina —respondió la Mariana.
—Reconozco que esta señora nos hizo tan bien hechos que podemos comer guayabas verdaderas —dijo el cierto güis—. Pero lo que son sus guayabas no las ha pintado como para que tengan sabor sabroso y huelan rico.
—Pájaros de mentira que se creen pájaros de verdad, dónde se ha visto —suspiró la Mariana.
—Las que son de mentira son esas guayabas —respondió el cierto güis, que nunca se quedaba callado.
—Les propongo un arreglo, dijo la Mariana.
—¿Cómo sería ese trato? —preguntó el cierto güis.
—Que mi abuela se comprometa a pintar unas guayabas al gusto de ustedes.
—Tendrían que ser tan hermosas y de tan buen sabor como estas que aquí nos estamos comiendo —contestó el cierto güis.
—De eso se trata —dijo la Mariana—, si les parecen bien las guayabas, se quedan ustedes dentro del cuadro, si no, pues qué le vamos a hacer.
—¿Guayabas amarillas, que no estén tan duras como para que uno les pueda meter el pico? —preguntó el cierto güis—. Yo tengo un pico muy delicado.
—Eso mismo —asintió la Mariana.
—¿Guayabas de pulpa rosada y jugosa? Nosotros no comemos cualquier clase de guayabas —insistió el cierto güis.
—Sí, rosadas y jugosas —contestó la Mariana.
—¿Guayabas que tenga olor de guayaba madura? —siguió insistiendo el cierto güis.
—Hasta en la calle se va a sentir ese olor —respondió la Mariana.
El cierto güis llamó a los demás pájaros y juntaron las cabezas para aconsejarse. Se escuchaba el murmullo de sus alas, y sus silbidos y gorjeos.
—Ya resolvimos —dijo el cierto güis.
—Ajá, ¿entonces? —preguntó la Mariana.
—Aceptamos. Pero al primer bocado que sepa a pintura, se acabó el trato —contestó el cierto güis.
—Entonces voy a preguntarle a mi abuela si le parece bien —dijo la Mariana.
—Falta agregar que primero vamos a hacer una prueba —dijo el cierto güis—, ella pinta una guayaba de muestra, y yo la tanteo mientras los demás me esperan. Como yo soy el jefe, a mí me toca enfrentar el peligro.

Pintura de Gertrudis Guerrero. LA PRENSA/Wilmer López
Pintura de Gertrudis Guerrero.LA PRENSA/Wilmer López

—¿Cuál peligro? —preguntó la Mariana.
—Vaya uno a saber si no le pone ella algún pegamento a la pintura, y nos deja allí presos —dijo el cierto güis.
—Ala, qué desconfiados —dijo la Mariana.
Fue a informar a la abuela el contenido de los acuerdos.
—Hay un problema —dijo la abuela—. Yo me comprometo a pintar bien esas guayabas para que a ellos les gusten. Pero cada vez que se coman una, habrá que pintarla de nuevo, y sería de nunca acabar.
—Voy a volver donde ellos a pedirles que coman con moderación —dijo la Mariana.
—Mejor pinto otros pájaros, y dejo a esos rebeldes en libertad —contestó la abuela—. Y Dios me libre volver a poner güises.
—Esos nuevos pájaros se te salen también si las guayabas no les gustan —dijo la Mariana—. No te queda más remedio que pintar sabrosas tus guayabas.
—Pero me voy a pasar la vida en eso —dijo la abuela.
—Ese es tu oficio, pintar —dijo la Mariana.
La abuela se puso a pintar las guayabas con mucha dedicación. Cuando iba terminando ya se sentía un olor riquísimo en el aire.
El güis volvió al cuadro, probó una, le gustó, y llamó a los demás. Dieron su consentimiento, y se fueron metiendo otra vez.
Pero cuál no fue el susto de la abuela cuando además de sus pájaros, muchos otros, que eran de verdad, iban entrando en el cuadro a comerse las guayabas maduras.
Eran multitud: zanates clarineros, cenzontles, gorriones, querques, pijules, pocoyos, chorchitas, pito-reales, y hasta un avestruz, zancón y pescuezón, que apareció de pronto corriendo por el jardín, muy deseoso de picotear las guayabas, pero no alcanzaba dentro del cuadro.
El abuelo salió de nuevo, ya impaciente porque la bulla no lo dejaba escribir.
—¿Y este avestruz qué hace aquí? —preguntó.
—Pero si vos mismo lo inventaste —respondió la Mariana.
—Sí, pero ya me arrepentí —dijo el abuelo—. Mejor lo borro.
—No, pobrecito —dijo la Mariana—. Yo me lo llevo para mi casa.
—Está bien —respondió el abuelo—. Voy a corregir el cuento poniendo que la Mariana se llevó el avestruz, atado del pescuezo con un cordel de seda.
—Pero que sea un cordel azul —pidió la Mariana.
—¿Y con los demás pájaros entrometidos qué hacemos? —preguntó la abuela—. Me van a destrozar a picotazos el cuadro.
—El problema son las guayabas —dijo el abuelo—. Voy a hacer otra corrección en el cuento poniendo que pintaste un cuadro donde los pájaros estaban sentados tranquilos en las ramas de un guayabo que no tenía guayabas.
—¿Y cómo va a ser eso de unos pájaros que están sentados en las ramas de un guayabo que no da guayabas, haciendo nada? —dijo la Mariana.
—?Vamos a suponer que es el tiempo del año en que los guayabos no dan cosecha —dijo el abuelo.
—Dale —dijo la Mariana, y le puso el cordel de seda azul en el pescuezo al avestruz.
Iba por la media calle, y la gente se salía a las puertas y decía:
—¡Allí va la Mariana con un gran pájaro zancón amarrado del pescuezo. ¿De dónde lo habrá sacado?
—De un cuento de mi abuelo —contestaba ella.

Cultura Cuento pájaros Sergio Ramírez archivo

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