Las Metamorfosis, de Ovidio, el clásico poeta latino que nació en el año 43 antes de Cristo y murió en el 17 de nuestra era, cuya obra poética está en la base de la cultura occidental, es una de las principales fuentes de la mitología grecorromana.
En el Libro VIII de Las Metamorfosis está el mito de Filemón y Baucis, una hermosa historia de generosidad, piedad, compasión y consistencia y fidelidad en el amor.
La historia transcurre en Anatolia, también llamada Asia Menor, que ahora es parte de Turquía pero en la antigüedad era una región helénica o helenizada donde tuvieron origen numerosas leyendas de la mitología griega.
En Anatolia se encontraba la legendaria ciudad de Troya, escenario de la guerra más famosa de la antigüedad y una de las principales de toda la historia humana, que dio motivo a muchos mitos que son conocidos y repetidos hasta en la época actual.
La historia de Filemón y Baucis, contada por Ovidio en su obra antes mencionada, transcurre en la época cuando los dioses solían bajar del Olimpo a la tierra para ver con sus propios ojos cómo se comportaban los humanos y valorar si eran merecedores de que sus sacrificios, oraciones y peticiones fuesen atendidas.
En una ocasión en la que Zeus decidió hacer una de sus inspecciones en el mundo de los mortales, pidió a Hermes, el dios mensajero, que lo acompañara. Se disfrazaron ambos de pordioseros y fueron a Anatolia para ver cómo los recibían los humanos, si les daban cobijo y alimentos. Caminaron durante mucho tiempo, recorrieron grandes distancias. “A mil casas acudieron —dice Ovidio—, pidiendo hospitalidad y mil casas cerraron sus trancas”.
Algunas personas no solo trancaban las puertas de sus casas, para que no entraran los mendigos, también los echaban con brusquedad.
Por fin, Zeus y Hermes subieron una colina para acercarse a una choza que se divisaba en lo alto. Era la humilde vivienda de una pareja de ancianos llamados Filemón y Baucis, quienes apenas lograban conseguir alimentos para sobrevivir.
Filemón y Baucis se casaron desde que eran muy jóvenes y durante mucho tiempo habían compartido su amor y su pobreza, sin haberse separado jamás.
A diferencia de los demás habitantes de la comarca, los ancianos hicieron pasar a los mendigos, les ofrecieron un lugar para aliviar su fatiga y los invitaron a compartir sus alimentos.
Solo un animal comestible (un ganso) poseían los ancianos y Filemón no vaciló en matarlo, para que Baucis lo cocinara y los huéspedes aunque humildes pudieran hacer una buena comida.
También Filemón guardaba un poco de vino en una vasija, para tomarlo en alguna ocasión especial, pero y lo sirvió a los inesperados huéspedes en rústicos vasos de barro.
Ocurrió entonces algo prodigioso. Después que bebieron el vino los vasos se volvieron a llenar. Atónitos por aquella extraordinaria novedad, anota Ovidio, los ancianos alzaron los brazos al cielo, musitaron unas plegarias y preguntaron a los mendigos si no eran en verdad dioses que visitaban la tierra.
Dioses somos, en efecto y toda esta vecindad pagará muy caro por su falta de piedad y de hospitalidad, dijo uno de los mendigos, Zeus en realidad. Pero ustedes no se preocupen, agregó, suban a la cima de esta colina que allí estarán a salvo.
Filemón y Baucis obedecieron, llegaron a lo alto y al mirar hacia abajo vieron que el valle estaba inundado y el agua llegaba hasta el techo de las casas. A ustedes, dijeron los dioses a los ancianos, les daremos el premio que merecen por su bondad y en seguida la humilde choza se transformó en un espléndido palacio.
Después los animó Zeus a que pidieran lo que quisieran y les sería concedido. Filemón, después de intercambiar en voz baja unas palabras con su mujer, respondió: “Queremos que hagas de este palacio un templo para honrarte a ti y a todos los dioses, y además, que cuando tengamos que morir, muramos al mismo tiempo porque ninguno de los dos querría seguir viviendo sin la compañía del otro”.
Y así fue. Zeus y Hermes volaron de regreso al Olimpo. Filemón y Baucis quedaron al servicio del templo, vivieron todavía muchos años más y cuando llegó el momento de morir, sus cuerpos se transformaron, el de Filemón en una frondosa encina y el de Baucis en un frágil tilo, nacidos ambos de un mismo tronco.