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Nuevo libro El cine entre los nicas, de Jorge Eduardo Arellano. LA PRENSA/JADER FLORES

El cine alimentó la imaginación, euforia y humor en los poetas vanguardistas de Granada

Una mirada a las películas que impactaron a poetas vanguardistas y que estremecieron a la sociedad conservadora de inicios del siglo XX

El nuevo libro El cine entre los nicas, de Jorge Eduardo Arellano, es como una moviola que rebobina una historia hilvanada a través de los filmes. Ars longa, vita brevis.

Voy a detenerme en el minucioso capítulo titulado Nuestra Vanguardia ante el cinema, porque por primera vez se documenta ahí la incidencia determinante del celuloide en ese vértice de nuestra literatura.

No voy a repetir lo que ya Jorge Eduardo enumera y analiza con lujo de detalle. Pulsaré apenas unas breves consideraciones.

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Desde antes de la Vanguardia, el cine modelaba de manera perceptible la vida real, suscitando la preocupación en algunos sectores sobre la trascendencia de las películas en la moral.

Hacían eco de la Encíclica de Benedicto XV Sacra propediem de enero de 1921; de ahí también la oposición en 1922 de los jesuitas de Jalteva al cinematógrafo y la subsiguiente “Ley de modestia cristiana” emitida por la Iglesia de Nicaragua ante la moda tipo “flaperismo” considerada indecorosa.

De hecho, el tema moral en el cine no es cosa del pasado, sigue debatiéndose hasta nuestros días.

“Generación libre y alegre”

En una carta de Pablo Antonio Cuadra a su padre Carlos Cuadra Pasos del 28 de marzo de 1926 (el futuro vanguardista tenía entonces 13 años y su padre andaba tratando en Washington el “lomazo” de Emiliano), le escribe: “Quiero que cuando vengas me traigas un cinito como el de Salvador” (Cardenal, su primo). Y el primero de mayo en otra carta le escribe: “Quiero que me hagas el favor de que si no me has comprado el cine que te dije en el correo anterior, me compres este que te mando en el fotograbado”.

El arte de las imágenes en movimiento caló en las mentes de los jóvenes vanguardistas granadinos que surgieron desde 1927 a inicios de los años treinta, quienes amaron a las mujeres de la pantalla (como Clara Bow, la flapper por excelencia) y a través de ellas a las mujeres reales en sus vidas.

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Alimentaron su imaginación, su euforia y su sentido de humor: Buster Keaton (admirado por Orson Wells), el optimista Harold Lloyd, la comicidad nueva hasta la locura de los hermanos Marx (Chico, Harpo y Groucho). “¡Que surja una generación libre y alegre!”, proclamaron.

Pero fue sobre todo Charlie Chaplin quien, con su comedia triste, dejó su impronta en el registro poético de nuestra Vanguardia. Merna Kennedy (la huerfanita abusada de El circo) y Virginia Cherrill (la niña ciega de Candilejas) fueron amadas por todos.

*Poeta, ensayista y narrador. Miembro de Número de la Academia Nicaragüense de la Lengua.

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