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La poesía como mandala de Silvio Páez

Labor del alba, poemario inédito de Silvio Páez Rodríguez, es un canto al asombro, belleza del erotismo y soledad

Entre la poesía de las últimas generaciones de Nicaragua, se destaca por su capacidad de síntesis, originalidad, calidad sostenida y rigor, la de Silvio Páez (Jinotepe, 1962).

Parte de su poesía Páez, la ha estructurado con coherencia sorprendente en un primer libro, bajo el significativo título de Labor del Alba.

Este texto está organizado, como un espléndido e invulnerable mandala, en las siguientes secciones: Labor del Alba, Creación de los Amantes, Litoral, Ciudad con Lago, Volcán y Fondo; y Pasión del Solitario.

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Silvio Páez coloca a la poesía como el primer motivo exterior de su mandala y la concibe como el primer anillo protector del ser poético. Una poesía hecha de mundo, conectada   a él y a la vez con capacidad de decirlo, de expresarlo estéticamente y de proteger ese mundo: el mundo de la poesía.

La poesía para Páez es una Labor del Alba donde se inaugura el asombro; “¿Quién con- migo ha venido de alba en alba?/ ¿Quién sabrá de mi asombro en las mañanas?”; se pronuncian las primeras palabras; “El viento y la vida atraviesan estas calles/ donde la luz/ amarga o dulcifica mi saliva/ y el día/ condena o sacraliza/mis palabras.”

Y se inventan el amor y la belleza: “Digo: que el amor sea semilla/ germinando en la palabra Humus de la carne/”, todo en el alba, en un tiempo prístino y un espacio genésico: “Nuevamente,  la creación del mundo/ acontece esta mañana.”

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Círculos del yo poético

Hay en este primer círculo de fuego ocre una visión aérea, cenital, de aves que volando en círculos concéntricos, como maravillosos corpúsculos de luz se desplazan con rumbo al amor y al mar.

El yo poético de la sección Labor del Alba, es etéreo y mágico como los personajes plásticos de Marc Chagall que flotan y sobrevuelan sobre un espacio aún en formación: “Soy el hombre en paz y asombrado, con el gozo/ del salvaje cuando vio la hierba joven de los valles/” ; y donde lo primordial son la luz, los amantes y el amor: “En lo cóncavo del cielo, nubes./ Miré. Un arroyo de pájaros/ en el viento transcurría./ Ojos árboles piedras; /nuestras voces se quedaban./ Y pulcros de silencio/ con el rostro tatuado por la tarde/ nos oímos./”

El motivo del alba se concibe como el kairós: un tiempo propicio para el delinear un espacio, propicio para la creación de la palabra poética que posibilitará a su vez, la creación de los amantes por femenina vía y estos lograrán la invención del amor: “Mujer, no hubo magia,/ leve fue, y simple/ el gesto. Calla./ Sólo besa, creándome./”

Creación de los Amantes es un subconjunto de la sección Labor del Alba donde se desarrolla plenamente, con la belleza del erotismo, este mismo motivo: “Como si fuese del sexo/ de la tierra/ de tu centro me levanto./ Entre el alba y sus criaturas/ a la desnuda luz/ amanecida/ ya durmiendo/ surgimos los amantes./”

Después del primer círculo constituido por Labor del Alba y Creación de los amantes, el mandala genera un segundo anillo, Litoral, muy dinámico y viviente, producto de la dialéctica metafórica que se establece entre mar=amor, amor=mar; y vivida por una pareja de amantes: “¿Qué mar dormía en mi lecho/ y hoy ha despertado?/ (…) ¿Qué mujer dormía en mi sueño y hoy ha despertado?/”

El mar en Litoral es el dador de la energía, el gran posibilitador del amor, así como el paisaje adecuado para los juegos eróticos de la pareja de amantes. En el texto Imagen de mujer mirando al mar, encontramos esta figura empática entre mujer, mar y amor: “El mar te sostiene en calma./ Sol. Agua./ Su boca es balcón de vino/ brisando y sabiendo a tarde./ Tu deseo nace/ derrumbándose en el mar./ Vas. Vuelves./”

También en el poema Litoral, de la sección homónima, la fuerza de mar se presenta como la totalidad omnívora de una potencia divina conectada al cosmos y visto éste, como una supranaturaleza deviniendo mujer: “En la lejanía/ el mar/ devora pájaros/ navíos/ bocados de cielo/ tormentas./ […]Todo lo que ha caído en el mar/ la noche/ los días/ el cormorán azul/ y la gaviota blanca/ el rayo/ las estrellas que vagan sin destino/ la estación lluviosa/ las otras estaciones/ un remo a la deriva/ los espejos/ un poco de luna en polvo/ las semillas/ las cuencas de la amante/ su nocturna boca/ el vientre…”

El tercer motivo del mandala lo designa la sección titulada, Ciudad con lago, volcán y fondo, en referencia a la célebre pintura del Maestro Armando Morales. Aquí se marca enfáticamente el regreso del vuelo inicial.

En esta tercera parte se concreta un espacio real en oposición a un espacio ideal y mágico connotado en la primera y segunda estancias. Empezamos a encontrar diferentes referentes geográficos concretos con sus respectivas toponimias, sobre las que es posible hasta ironizarles sutilmente su contaminada realidad.

Así en el poema Lago de Noche: “Negro espejo donde nadie mira;/ costra tropical junto a Managua./”  (Nota bene posteriori: Este tema Silvio Páez lo desarrolla a cabalidad en su laureado poemario Zona Puerca, Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán, 2017).

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O en Amanecer de San Antonio, donde se poetiza el nacer del día en el barrio del mismo nombre de Jinotepe, donde muy cerca de la iglesia vive el poeta Silvio Páez: “Domingo./ En el alba se desliza el sonar de las campanas./ La luz desierta vuelve a las pupilas/ y aunque encuentro/ la ciudad deshabitada/ acude el goce de estar vivo./ […] Veo la torre de la iglesia, alta./ Desde hace un siglo da un bostezo./”

En este anillo del mandala que está más cerca del centro, todo es más real y concreto, incluso de la lluvia se hace un Muro escrito: “En muros de lluvia/ las más limpias palabras dejo escritas”.

Y en Tres esbozos de Key – Vi, se nos entrega también esa referencia al cincel de la luz esculpiendo los rostros, convirtiendo las imágenes poéticas en presencias escultóricas, amén de menciones explicitas al tráfago urbano y a la potencia del amor que capaz de develar inclusive, el misterio de la piedra: “La tarde umbral/ piedad de intensa luz queriéndote pulir/ el rostro. Cambiarlo, quizás. Herirlo,/ o dádiva en mi vida, dejarlo más exacto. Tallado, esculpido, lítico, sereno; / al decir su nombre miraran mis labios ciegos./ Dejo la hora, el humo, el tráfico. Voy a tu rostro/ en la tarde de sanguínea transparencia/ y tras él te miro/ como la rosa que se esconde/ y está desnuda/ en el corazón de la piedra”.

También como un substrato cultural concreto aparece como fondo a la ciudad con lago y volcán, explicitas referencias a la Semana Santa, a la infancia y a la vital relación padre-hijo. En el texto Ceniza que leerán adelante, confluyen todos estos elementos.

Como centro del mandala encontramos el núcleo del ser poético devuelto al alba inicial bajo el titulo de Pasión del Solitario: “Al alba son voraces las ausencias./ Las pestañas aromadas de silencio/ acecha el solitario, el alba/ con los íngrimos recuerdos./ […] El agua en la tinaja/ espera la sed que la conmueva,/ la cama en la penumbra/ siente el frio de la sabana./”

En el poeta como solitario la poesía ha madurado para darnos unos frutos esplendidos. Para mí es motivo de regocijo compartir con ustedes — en LA PRENSA —   la poesía de Silvio Páez (1962-2017), selección inédita que ahora les presento.


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Selección de poemas de Labor del alba de Silvio Páez

 

 Labor del alba

Alba
claro de horizonte
donde el sol oficia como mago
convirtiendo cada sombra en día
transparencia, aire que se aclara.

Al mundo
asoma el hijo con su pequeño rostro solar.

Caen del cielo
las frescas, tiernas cuitas de los ángeles.

Se escucha en la tierra el crecer
de los amantes.

Despertamos bajo un cielo lívido
pronto seremos albos.

¿Quién conmigo ha venido de alba en alba?
¿Quién sabrá de mi asombro en las mañanas?

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Como si fuese del sexo de la tierra

Como si fuese del sexo
de la tierra
de tu centro me levanto.
Entre el alba y sus criaturas
a la desnuda luz
amanecida
ya durmiendo surgimos los amantes.

 


 

Sueño

¿Qué mar dormía en mi lecho
y hoy ha despertado?
Floté en la madrugada
y llamaba como un naufragio.
En la orilla el desvelo
busco el firmamento
y el oleaje oscuro
de nuevo me sentencia.

¿Qué mujer dormía en mi sueño
y hoy ha despertado? 

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Muro escrito

En muros de lluvia
la más limpia palabra dejo escrita.
Ciega es la mano,
falsa la escritura.

Es de noche. Agua y noche.
Soy el mismo
y el muro cae en ruinas.

 


 

Canto

La llovizna inunda la memoria
y despierta al corazón desnudo de promesas.
Aguaje verdores
la boca muda de canciones
busca la sencillez del agua.

Vendavales en que bebo el zumo de la tarde,
junto a niños impávidos, fugaz me retrato
en las ventanas.

Espero Silencios Relámpagos
la soledad del agua en la pupila.

Soy el hombre en paz y asombrado, con el gozo
del salvaje cuando vio la hierba joven de los valles.

Digo: que el amor sea semilla
germinando en la palabra        Humus de la carne

El cielo brama.
Cerca, la mujer riega esporas por la casa
que fecundan el aire e inquietan la sangre.

Canto
Un beso de este tiempo
va madurándose en los labios. 

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Petición por la esperanza

No pronunciemos el nombre de los días.
La soledad no se hace más breve
con cada palabra. Te convido, mujer,
a mi silencio.
Callémonos. Perdámonos.

Hoy, una porción de verano se emplazó en mi boca
mientras que en tu voz habitan
aun todos los frutos de la tierra.
Ausente hasta de mi sombra.
hoy no me acompaña ni la muerte.

Por eso, mientras llega el tiempo que cada uno
siga apeteciendo al otro, espera.
Cubre tu cuerpo y como árbol que bebe de su savia
por hoy la fronda te ilumine.

Sean los segundos leves huracanes, lobos de furia
domésticos y simples.
Que el sol te alumbre
y de mi olvido guarde.

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Celebración del poema posible

Después de la noche, inicio el poema
con la pulcritud de la silaba.
Mis raíces se buscan cuando el día me habla.
Nos vemos. Respondo.

Oigo el canto matutino que entre ramas se vislumbra.
La tierra. Sus árboles. El ciprés
de quien reposa; el chilamate parasol
del caminante.

Mientras el sol afila sus espadas
la luz lagrimea sobre la tierra horizontal.
Y en coro
otras verdades en las calles amanecen:
niños que deambulan con el hambre
anémicos y anónimos,
motores que se encienden, objetos, el ritual
del colibrí frente a los pétalos inermes,
la inquietud de alguna joven al atravesar
la esquina, o los dos viejos amigos, que cada
madrugada, con la mirada de ayer nuevamente
se saludan.

Lo demás,
es el limo extraño que amanece en la boca.
Esa resaca de mujer o soledad
que nos muerde por costumbre.
O es lo otro, lo que se iba aglutinando
al fondo, ya para decirlo, aquel síntoma
inequívoco de la palabra contenida
en el filo de los labios.

Me detengo a escuchar la desnudez del cielo.
Todo en mí es verbo indócil
que aparece nombra e insinúa.

No sé si como el sol
habrá un poema para toda la vida. Acaso.
Escudriño.
Con el viento al alba estoy rozando
el borde de la llama.


Silvio Páez, también fue narrador. El debutante, compilación de cuentos publicado por el Centro Ni caragüense de Escritores en 2014. LAPRENSA/MYNOR GARCÍA/ARCHIVO
Silvio Páez, también fue narrador. El debutante, compilación de cuentos publicado por el Centro Ni caragüense de Escritores en 2014. LAPRENSA/MYNOR GARCÍA/ARCHIVO

 

Cultura Anastasio Lovo Poesía Silvio Páez Rodríguez archivo

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