Hay una tendencia espontánea, poco reflexiva, a ver subjetivamente la política. Se presume que el pueblo debe sublevarse en cualquier circunstancia contra un sistema injusto. Rebelarse de inmediato contra la sustracción de derechos o contra el deterioro de sus condiciones de existencia y de trabajo. Sin embargo, toda acción colectiva depende de las circunstancias concretas, y estas circunstancias no son obra de la voluntad individual.
Lo central es definir la naturaleza de la transformación que requiere la sociedad, el agente social de dicho cambio, y sus métodos, estrechamente vinculados a los fines. De modo que, aunque es justo sentir una urgencia por el cambio cuando la realidad política es extraordinariamente abusiva, el problema es que se llegue a creer que la propia conciencia basta para la acción de la sociedad.
La visión subjetiva, en lugar de trabajar en la interrelación entre las condiciones objetivas y subjetivas que producen cambios de conciencia en la colectividad, se orienta a una crítica pedante e inútil contra la población o, peor aún, a creer que por medio del diálogo voluntarioso se puede lograr un consenso en el que todos los intereses contrapuestos encuentren armonía. Como vemos, el subjetivismo siempre, de una manera u otra, resulta infantil.
Las crisis ocurren por condiciones objetivas que tensionan las contradicciones de los intereses sociales. Una relativa calma en una situación crítica ocurre porque el sistema represivo obtiene una victoria circunstancial, no por un diálogo mágico, o por una armonía discursiva, o por consenso, sino, porque prevalece una correlación de fuerzas adversa a los ciudadanos en esa coyuntura crítica. Un teórico de la revolución expresaba que para la rebelión de masas se requería algo de crisis…, pero, no mucha, porque la austeridad excesiva provoca degradación humana, y ello afecta la moral colectiva de combate.
Hay quien promueve, subjetivamente, una convivencia democrática por medio del diálogo civilizado (aún con la dictadura, e independientemente de las circunstancias), y quien sugiere una concertación para consensuar un plan humanista de nación (aunque tal concertación la organice el dictador…). Por su visión subjetiva, ambos no alcanzan a comprender que el curso de un diálogo no lo determina el humanismo o la civilización, sino, el balance de fuerzas, cuya correlación se decide por la capacidad de luchar en circunstancias concretas, no en una discusión amable. En realidad, la política es, precisamente, esa capacidad de luchar por sus propios intereses que cada sector social adquiere.
En un diálogo, lo que se consigue era ya una conquista inevitable en el campo de batalla. Quien hace concesiones está convencido que de otra manera le iría peor. Las conquistas se consiguen, o se recuperan, combatiendo. No hay otra alternativa. Nadie ha visto un tirano o un corrupto meterse a sí mismo en la cárcel por consenso civilizado o por concertación humanista.
¿Dónde están las masas?, pregunta con sorna la presidenta de CxL. Nosotros las convocamos frente al Consejo Supremo Electoral —dice— y no aparecieron.
Las masas están en su lucha diaria por sobrevivir. Ejercen el arte admirable de comer diariamente en la cuerda floja, como equilibristas del hambre. El secreto por el cual no se dejan convocar por CxL o el FAD es que sienten un profundo disgusto contra el sistema opresivo, económico y político, más que solo contra Ortega. Han adquirido un nivel de conciencia más avanzado, que les lleva a desear un sistema que les permita vivir dignamente, por lo cual desconfían de todos los agentes de la charada electoral y de sus programas de reivindicaciones exclusivamente formales.
Dado que la subjetividad no ve a las masas como protagonistas del cambio, critica la falta de unidad de los partidos opositores como si fuese el factor decisivo de la supuesta apatía ciudadana. Sin pensar que esa unidad carece de importancia aún para los partidos electoreros que saben que mal podrían prosperar, aunque se unieran, cuando la dictadura elimina la validez de las elecciones para definir cuotas de poder.
La lucha de masas tiene otros plazos, otra dinámica, otros objetivos, otra conciencia, distinta a la simple confianza en la OEA que caracteriza a los partidos electoreros, a unos en 2017, a otros en 2021. No se le puede llamar apatía a ese proceso en curso, por el cual, primero con escaramuzas y luego de golpe el pueblo trabajador adquiere conciencia que el agente del cambio es él mismo, bajo una dirección combativa salida de su seno.
“Si estás pasando por un mal momento, sigue adelante”. Winston Churchill.
El autor es ingeniero eléctrico.