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Caridad

Luis Sánchez S. [email protected]

El domingo pasado Madre Teresa de Calcuta fue beatificada en el tiempo récord de seis años después de su muerte, porque ella fue un “emblema de la caridad” según dijo el Papa Juan Pablo II.

En realidad, la exaltación de Madre Teresa es muy importante y oportuna, porque ella demostró todo lo bondadoso y caritativo que puede haber en la naturaleza humana, en contraste con la inaudita perversidad de quienes se dedican a hacer daño al prójimo y a la humanidad entera.

La caridad es una de las tres virtudes teologales del catolicismo (las otras dos son fe y esperanza) y constituye uno de los elementos sustantivos del cristianismo y de las otras dos grandes religiones monoteístas: el judaísmo y el islamismo.

El valor de la caridad está definido en el Evangelio de San Mateo, cuando Jesús dice al joven rico que le pregunta qué debe hacer para alcanzar la vida eterna: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza en el cielo”.

Pero la caridad no debe practicarse con ostentación, porque entonces no es virtud sino jactancia egoísta. Por eso es que en el mismo Evangelio de San Mateo, Jesús dice a sus discípulos: “Cuando tú ayudes a los necesitados, no se lo cuentes ni siquiera a tu amigo mas íntimo, hazlo en secreto. Y tu Padre, que ve lo que haces en secreto, te dará tu premio”.

La caridad es representada por un corazón, o una señora cargando en sus brazos a un niño cubierto bajo su manto, o sosteniendo en las manos unas llamas o un corazón hinchado. Y se le simboliza con la paloma, la alondra y el delfín —entre los animales—, y la malva entre las plantas.

En el judaísmo a la caridad se le llama Tzedakah, que también se interpreta como justicia, rectitud y piedad, pero en todo caso relacionada con la ayuda al necesitado. El Talmud (que reúne las enseñanzas de la tradición y la interpretación judías), concede preferencia a la caridad con las mujeres y los parientes pobres, pero no excluye a los extranjeros ni a los no judíos (gentiles). Maimonides (Moisés Ben Maimón, 1135-1204), considerado como el Aristóteles o el Santo Tomás de Aquino del judaísmo), señaló que la forma más elevada de la caridad, entre las diez existentes en la religión judía, es la de ayudar a alguien a que se ayude a sí mismo.

En el islamismo es obligatorio preocuparse por los pobres, ayudar a los desvalidos y dar la limosna. El Islam reconoce dos tipos de ésta: la Zakat, que es una especie de impuesto sobre la propiedad disfrutada al menos durante un año, y la Sadaqa, que es la que se da a los pobres y mendigos. Además se practica la Zakat al-fitr (o “ruptura del ayuno”), que consiste en dar comida a los necesitados durante la fiesta que sigue al ayuno del Ramadán, que se observa durante el noveno mes islámico en conmemoración de que en este mes Mahoma recibió las primeras revelaciones de Alá (Dios).

También en la cultura laica clásica la caridad ocupa un lugar fundamental. Al respecto es célebre la expresión que Virgilio, en su poema épico La Eneida pone en boca de Dido, la reina fundadora de Cartago, cuando ésta ofrece su generosa hospitalidad al héroe troyano Eneas y sus compañeros de infortunado destierro: “Conociendo la desgracia, me apresuro a socorrer a los desdichados”.

Editorial
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