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Diputados

Luis Sánchez [email protected]

El jueves de la semana pasada el diputado liberal Pedro Joaquín Ríos protagonizó en el Parlamento un incidente más cómico que trágico, al intentar golpear a su colega conservador Jorge Matamoros ofendido porque éste lo llamó “payaso”.

Muchos se escandalizaron por el incidente, pero la verdad es que así son en todas partes los diputados (del latín disputare = disputar), como se denomina desde mediados del siglo XV a quienes representan a una comunidad ante un cuerpo consultivo y/o legislativo. Y como el Parlamento es el poder político por excelencia y los políticos no son hermanitas de la caridad —según dice el doctor Arnoldo Alemán—, se apasionan en sus discusiones, de vez en cuando pelean como si fueran enemigos mortales y en algunos casos convierten las disputas hasta en batallas campales.

Inclusive los diputados llegan armados a las sesiones parlamentarias. Al respecto, las autoridades policiales informaron que a la sesión del jueves pasado más de ochenta legisladores entraron armados con mortíferas pistolas. Esto me hizo recordar que en 1990 un grupo de diputados nicaragüenses visitamos el Parlamento Británico, en Londres, donde nos explicaron que entre las bancas oficialistas y las opositoras hay una distancia igual a la del alcance de una espada. La razón es que antiguamente los parlamentarios con frecuencia convertían el debate en duelo de aceros, y en ocasiones uno que otro legislador asestaba una estocada al desprevenido adversario que tenía más cerca.

Es obvio que los parlamentarios ingleses son iguales a los de todo el mundo. Y quienes critican a “nuestros” diputados por los alborotos que arman durante las sesiones y quieren verlos modosos y atentos al discurso del colega en uso de la palabra, seguramente nunca han visto cómo funcionan otros parlamentos; y desconocen la estupenda “Historia de Inglaterra”, de André Maurois, en la que éste cuenta entre otras cosas, que “cierto miembro de los Comunes se quejaba un día al Speaker (presidente del Parlamento) del ruido que había en la Cámara y dijo que creía tener derecho a ser escuchado. —No, por cierto, señor, dijo el Speaker—: usted tiene el derecho de hablar, pero la Cámara tiene el derecho de escucharle o no”.

A decir verdad, en Nicaragua ocurren muy pocos altercados violentos entre los diputados. Sus escándalos son más bien divertidos, como por ejemplo el del bígamo diputado liberal que se tomó la Asamblea armado de una pistola y amenazó con suicidarse, pero para frustración del público no cumplió su amenaza; o el del diputado sandinista que se hizo prostituto.

Tiempo atrás, en la época del somocismo, durante un debate en la Cámara un diputado liberal acusó a la oposición conservadora de hacer un “sob”, al oponerse a un proyecto oficialista. —Show, se dice show— le sopló, bajito, el compañero de bancada que estaba sentado a su lado. Pero el encendido parlamentario liberal le replicó: —¡No me calle, jodido!

En otra ocasión había en la Cámara un diputado liberal —pero opositor— que cuando se embriagaba lo dominaba una irresistible inclinación homosexual. Pero no dejaba de tomar. Entonces, durante una discusión un diputado adversario le dijo en altas y sonoras voces: —A vos no te hace maricón el guaro, sino que te emborrachás para disimular que sos marica.

En realidad, lo malo de “nuestros” diputados no es que sean escandalosos, sino lo desmedidamente descarados y corruptos que son ahora.  

Editorial
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