Querida Nicaragua: Ahora que transito los difíciles caminos de esta especie de fangal llamado política, he reflexionado más sobre los grandes problemas que impiden a nuestra nación salir de su postración material y moral.
El terrible problema de la violencia contra la mujer, y muchos otros, tienen un denominador común: la pobreza educacional de la inmensa mayoría de nuestros compatriotas.
En los años ochenta “los muchachos revolucionarios” emprendieron una gran “campaña de alfabetización”. Muchos vieron esto como un gran logro y el mundo entero lo aplaudió y la izquierda mundial lo sigue aplaudiendo.
Más que educar al pueblo se quería organizar a los jóvenes con propósitos de defensa militar, pues toda revolución trae consigo una contrarrevolución. Los resultados están a la vista. Los “alfabetizados” aprendieron a garabatear su firma y a leer cancaneadas algunas consignas revolucionarias y el nombre de Carlos Fonseca Amador, el fundador del FSLN.
Por supuesto que la “campaña” convirtió a los revolucionarios en héroes mundiales. Si con toda la inmensa ayuda que recibieron hubieran pensado en educar al pueblo, se habrían preocupado por crear un verdadero sistema educacional que terminara definitivamente con el analfabetismo e instruyera a toda la juventud enseñándole los valores cívicos del amor a la Patria, del respeto a la Constitución y las Leyes, del manejo honrado del erario público, del respeto a la propiedad ajena, del amor al prójimo, del respeto a la mujer y la responsabilidad de educar a los hijos, entre otros valores.
Como una muestra de nuestro desastre educacional podemos enseñar la espeluznante cifra de ochenta mujeres asesinadas en lo que va del año.
Hay un canal de TV que transmite crónica roja. Hace varias semanas se pudo ver en ese canal la escena de un hombre que, borracho, llegó a su casa gritando y exigiendo una cena que su mujer no podía darle, pues no había dinero ni alimentos en aquella casa. El hombre irresponsable no se había preocupado por dejar algunos pesos para la alimentación de la familia. Sin respetar la presencia de sus dos hijos menores, el hombre golpeó en el rostro a la mujer tirándola al suelo para luego darle de puntapiés mientras profería palabras soeces e insultos sin atender los gritos y el llanto de los niños. Ante aquel escándalo acudieron los vecinos y se llevaron al salvaje a otra parte.
Ese es el retrato de una parte de la sociedad sumida en la pobreza material y sobre todo moral. A estos niños les espera en el futuro la delincuencia, las pandillas, las drogas o la cárcel.
El origen de situaciones como éstas es la ausencia de un programa educacional sólido, serio, profesional y permanente, en el cual existan las condiciones para que todos los niños puedan acudir a las escuelas donde puedan recibir un desayuno o un almuerzo escolar que les haga atractivo el estudio, donde haya maestros y maestras capacitados. Los niños preparados al menos hasta sexto grado habrán aprendido valores morales, podrán convivir con la sociedad y no serán pasto de los vicios como el hombre de la nota roja de la televisión.
Un gobierno puede educar a todo el pueblo si se lo propone, pero debe invertir dinero del presupuesto y en lugar de recortarlo, debe aumentarlo cada año en la misma proporción en que crece la demanda de los niños que necesitan escuela.
Para eso se requiere un gobierno verdaderamente honesto, una revolución de la honestidad.
El autor es director general de Radio Corporación.
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