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Migdonio Blandón B.

Navidad

Migdonio Blandón

Un considerable porcentaje de la población mundial por razones distintas le ha dado a diciembre, que es el último mes del calendario anual, quizá más importancia que a los otros meses, incluido el de enero que es el primero. De manera especial en nuestra Nicaragua, que además de la celebración especial de la Purísima, aún en tiempos críticos, el pueblo cristiano o no, con posibilidades económicas y aún los muy pobres, todos esperamos la Navidad.

Gran parte por las fiestas y los regalos, el comercio porque es el tiempo en que mejoran las ventas, empleados y asalariados por las vacaciones y el aguinaldo; y aquellos, muy pobres o mendicantes, también por las dádivas que reciben de gente generosa e incluso del Gobierno y politiqueros, como se ha visto en las rotondas y altares de las Purísimas en la Avenida Roosevelt, haciendo regalos a parte del pueblo, a cambio de otras importantes necesidades.

Es penoso reconocer que el mundo secular al transcurso del tiempo nos ha venido abstrayendo del verdadero motivo de la Navidad. Las fiestas y regalos, aún a los que nos autollamamos cristianos, por lo regular con algunas excepciones, va siendo lo más significativo. Puede decirse que casi en la generalidad de los hogares sobresale Santa Claus y el tradicional árbol navideño que exhibe los regalos, e incluso muchos niños hacen su cartita a Santa Claus.

Se ha tergiversado en parte la conmemoración gozosa del nacimiento de Jesús. ÉL, que siendo la segunda persona de la Sacrosanta persona del misterio trinitario de Dios, Trino y Uno, que por su amor infinito, por obra y gracia del Santo Espíritu, para redimirnos y enseñarnos el camino de la salvación se hizo hombre, naciendo del vientre inmaculado de la Virgen María en el portal de Belén al inicio del calendario, pero parece va siendo ignorado.

La modernidad con las atractivas y tentadoras luces fatuas del hedonismo ha venido tergiversando el verdadero sentido navideño. A la conmemoración gozosa del Dios-Hombre, viva encarnación de la misericordia divina, siempre con algunas excepciones se le ha dado un toque exacerbado de materialismo, al que por diferentes medios, de cierta manera todos contribuimos opacando la verdadera luz que ilumina el camino de la salvación.

Solamente haciendo vivencial la fe que por gracia de Dios recibimos, si con verdadera humildad lo hacemos, estaríamos dejando de contribuir a opacar esa esplendente luz de la Navidad, la que irradiando en nuestro corazón, con la felicidad que sólo ÉL sabe dar, se lo ofreceríamos como pesebre permanente, para que al nacer el Niño Dios en cada corazón, vivamos a plenitud su mandamiento de amor, haciendo efectiva la extensión de su Reino desde acá a la eternidad.

Con el decálogo de sus mandamientos y la ayuda suya tan misericordiosamente ofrecida podemos con todos los medios que ÉL nos da, si nos decidimos, concentrarnos en el primero de ellos, sintetizado en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. TODAS LAS COSAS Y AL PRÓJIMO COMO A SÍ MISMO. Ésa es la fórmula eficaz para evitar desviaciones, mantener viva la relación con ÉL por la oración y los sacramentos, que permite a todos reconocer su presencia en los demás.

Que esta Navidad y Año Nuevo sea para todos mejor que el presente y los pasados.

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Columna del día Opinión
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