Qué amiga es aquella
que una tarde de Agosto
te acompaña a la tumba de tu madre,
te escucha hablar del complicado amor
que sentiste por esa ausente presencia
y en un gesto propio de sí
un gesto tan de ella
que cuantos la queremos sabemos le pertenece
cruza las piernas, mira a su alrededor
saca un cigarrillo de la cartera
te invita a fumar otro
y se instala como si en una poltrona
sobre la lápida
a conversar dulce, sabia y poderosa
sobre esto de ser mujer
y sobre esas otras mujeres
las madres que lo parieron a uno
y que idas de vuelta a la tierra cargando sus interrogantes
y las nuestras
siguen estando
y que por quién sabe qué extraña aleación química
y que larga sucesión de entendidos y desentendidos
reprodujeron a las que amigas como nosotras
nos sentamos a fumar sobre sus tumbas y a recordarlas
sin ceremonia
pero con el mejor amor
de hijas cómplices
e irredentas.
La irredencia de mi amiga Sofía
viaja en mi vida por supuesto más allá de esa tarde
con ella he atravesado bailes flamencos sobre mesas al
amanecer
historias de amor como estrellas de muchas puntas afiladas
aquelarres para resolver las más complejas ecuaciones de la
desilusión
la reivindicación de pasiones imposibles
que por serlo
son motivo de su burla y desafío
porque con ardor de Dionisia
y sed de bacante
puede componer el mundo en una noche
arremeter ella sola contra cartesianos y pesimistas
esgrimiendo palabras que son como el tridente de Neptuno
imprecando al mar.
Así es esta mujer:
maremoto, terremoto, huracán
de pusilánimes y mediocres.
Pitonisa clarinera
de incesantes batallas
por ganar.
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