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María en nuestra casa

Desde la Colina Vaticana









 

J. DAVILA Y CASTELLON


“¡Cómo ayuda esa Señora!”, nos decía graciosa y familiarmente un buen amigo, luego de atravesar serios problemas y sufrimientos. “¿Qué señora?”, le preguntamos. “La Virgen María”, nos respondió.

El cristiano católico sabe que encuentra en María, la Madre de Jesús, a una Madre amorosa y solícita que sabe mediar a su favor ante su Hijo para decirle: “No tiene paz”, “no tiene salud”, “no tiene empleo”, “está sufriendo, no es feliz”, “le falta tu Gracia, está en pecado”…, para implorar a Dios aquello que necesitamos, igual que en la Boda de Caná acudió a Jesús, advirtiéndole: “No tienen vino”, evitando así a la pareja de recién casados una tremenda vergüenza social.

Particularmente en este mes de mayo, a las puertas del “Día de la Madre” la Virgen María no puede dejar de ocupar un lugar en el corazón de quien se considere discípulo amado de Jesús. Y, en este sentido, la siguiente reflexión del Papa Juan Pablo II viene como anillo al dedo. El se expresa así: “Desde entonces el discípulo la tuvo en su casa”. ¿Se puede decir lo mismo de nosotros? ¿Tenemos a María en nuestra casa? Lo cierto es que deberíamos abrirle de par en par la casa de nuestra vida, de nuestra fe, de nuestros afectos y de nuestras ilusiones, reconocerle su papel de Madre, es decir, una función de guía, de consejera, de animadora o incluso de silenciosa presencia, que por sí sola basta a veces para infundir fuerza y valor… Los primeros discípulos, después de la Ascensión de Jesús, estaban reunidos “con María, la Madre de Jesús”. En la comunidad que ellos formaban estaba también ella; más aún, posiblemente era ella quien les daba cohesión”, expresa el Sucesor de San Pedro.

Ya podemos imaginar el profundo respeto que profesaban los primeros cristianos a la Madre de su “gran Dios y Señor Jesucristo”, para emplear una expresión de San Pablo. De ellos la Virgen no se podía esperar una expresión despectiva o una actitud de rechazo en su contra; tal proceder hubiera sido -lo ha sido, es y será en cualquier tiempo- totalmente anticristiano, antievangélico e indigno de toda persona de mente sana y corazón bien puesto.

El Papa continúa profundizando el papel de la Santísima Madre de Jesús y Madre Nuestra, la Virgen María, cuando explica: “El hecho de que se le denomine ahora ‘La Madre de Jesús’ pone de manifiesto hasta qué punto se la vinculaba con la figura de su Hijo: manifiesta, pues, que María remite y sólo al valor salvífico de la obra de Jesús, nuestro único Salvador, y, por otro lado, muestra también que creer en Jesucristo no puede eximirnos de incluir en nuestro acto de fe la figura de aquella mujer que es su Madre”.

A propósito de estas últimas palabras de Juan Pablo II, cabe señalar que, efectivamente, el verdadero devoto de María experimenta un vivo crecimiento como cristiano, una intimidad cada vez más profunda en su relación con Cristo mientras más acoge en su corazón a la Madre del Señor como su Madre espiritual. Así nos lo han manifestado algunas personas: citamos el caso de una amiga que al comienzo de su conversión a la fe se mostraba indiferente a la persona de la Virgen e incluso se oponía a que se adornara con una imagen sagrada de María el salón de retiros espirituales… Su encuentro con María ha redundado en una adhesión y amor más firmes a Jesucristo.

“En la familia de Dios… María salvaguarda la diversidad de cada persona individual dentro de la comunión colectiva. Al mismo tiempo, ella puede ser para nosotros un modelo de disponibilidad ante el Espíritu Santo, de arrebatado compartir el abandono total de Cristo a la voluntad del Padre, sobre todo de íntima participación en la Pasión de su Hijo y de inquebrantable fecundidad espiritual… “Esta es tu Madre”: que cada uno sienta que estas palabras se dirigen personalmente a él mismo y obtenga así seguridad y fuerza para mantener un camino cada vez más firme y sereno en el compromiso de su vida…”, finaliza exhortando el Papa

Editorial
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