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Al contemplar soy contemplado











 

Ministerio Arquidiocesano de Predicación Madre de la Nueva Alianza


Un día sube un joven universitario a su bus para dirigirse a su pueblo, mientras va por el camino y va dejando de un lado los cansancios del día y los trabajos de la universidad, contempla en su asiento la naturaleza que con su follaje desafía los ojos habituados al concreto y el acero de la ciudad. En un brecazo del conductor, deja de un lado su absorta contemplación y fija sus ojos en el espejo del cubresol del conductor quien lo veía tan asustado como él por el espejo, entonces descubrió que viendo era visto y contemplando era contemplado, el miedo había cobrado vida en su rostro y en el del conductor. Sí, sólo aquellas dos miradas se habían encontrado y habían intercambiado un espanto. Entonces aquel joven pensaba para sí: ¿Qué imagen tiene ese conductor de mí? ¿Qué de cierto contemplo de él?… Mientras el bus seguía su camino y el paisaje cedía paso a la ciudad anhelada.

¿Qué imagen tengo de mí? ¿Cómo me ven los demás? ¿Cómo influyen mis experiencias en cuanto veo y observo? Además del yo-real, o sea de la persona tal como de hecho existe, hay otros elementos que son de decisiva importancia para la formación de la identidad personal. Y, por consiguiente, de la madurez y equilibrio psicoafectivo del individuo. Estos elementos son:

* La imagen que uno se forme de sí mismo (autoimagen)

* El aprecio o desprecio que uno se profesa (autoestima positiva o negativa)

* Aquella persona que nos gustaría llegar a ser (yo ideal)

* Y la imagen que nos esforzamos por transmitir y proyectar a los demás (yo-social).

Todos estos aspectos revisten la máxima importancia para la madurez de cualquier persona humana.

El yo real (El yo). Se refiere a la persona tal como es en la realidad, con todas sus características buenas, malas o indiferentes.

La autoimagen (Concepto del yo) es la imagen mental que nos formamos acerca de nosotros mismos. A través del concepto del yo es como uno mira su mundo y en relación con él organiza e interpreta sus experiencias. La autoimagen involucra muchos aspectos: el propio esquema corporal, la familia los ‘roles’ y funciones que la persona desempeña, sus características de personalidad, sus relaciones, etc.

La autoimagen se forma desde la niñez por efecto del trato con las demás personas, por influjo de sus expectativas, alabanzas, reproches, etc., especialmente de las personas que uno admira y aprecia, en este proceso de formación de la propia imagen juega un papel importante lo que se llama ‘feedback’ (retroalimentación). A partir de las propias experiencias entran en juego en la formación de la autoimagen, nuestros ‘roles’ y ‘status’. En los roles sociales encontramos entonces que integrados a la experiencia y percepción de mi realidad objetiva y subjetiva, nacen diferentes clases de autoimagen.

Nuestra autoimagen puede adquirir tres modalidades:

a- A veces podemos sobreestimarnos (imagen ‘aureolada’ ‘engreída, inflada’). Puede tratarse de un mecanismo de compensación, como fachada o defensa para encubrir o disimular la propia inseguridad o vulnerabilidad. Otras veces se trata de verdadero orgullo.

b- La autoimagen negativa. Es tal vez más frecuente que la anterior. El individuo no se aprecia lo suficiente, no reconoce sus cualidades, se minusvalora y desprecia a sí mismo, todo lo ve ‘negro’ acentúa sus limitaciones y defectos.

c- La imagen normal, donde la persona acepta, conoce y valora por lo que es, y no por lo que quiere ser o los demás creen que es.

Las personas con alta autoestima se consideran dignas; se respetan a sí mismas y se consideran iguales a los demás. N. Branden en su libro sobre la autoestima nos dice: “las personas ven el mundo a través del filtro de sí mismas; por consiguiente, la imagen del yo colorea e influye todas sus percepciones, su manera de pensar, de sentir, de obrar. El autoconcepto es el marco de referencia de todas las demás percepciones”. Nuestro mundo se puede catalogar como el mundo del desequilibrio nos percibimos demasiado grandes o demasiado pequeños y difícilmente vemos nuestra realidad como es. Así nacen las tendencias de fuga de la realidad, o el sacrificio de la realidad misma a través de ‘escapismos’ como: Sexo desenfrenado, música estruendosa, drogas, alcoholismo, tabaquismo, adicción fílmica o ‘telemanía’, adulterios, encuentros libres y por que no: Hasta el suicidio.

Dios no te ve como una cosa, te contempla, pero necesitas verte con sus ojos para ubicarnos en nuestras justas coordenadas y descubrir, que valemos tanto a sus ojos, que nos compró al ‘alto precio de la sangre de su propio Hijo’. No derroches, ni malgastes la grandeza que Dios te ha dado: ‘la de ser hijo en su Hijo’

Editorial
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