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La lucha contra la corrupción






 Debe reformarse la doctrina
cristiana del arrepentimiento.
Las personas corrompidas deben
ser huéspedes eternos de la
casa de Lucifer, aunque
mueran arrepentidos

León Núñez


Hasta hoy, la lucha contra la corrupción ha fracasado en los países latinoamericanos. En esta lucha se han utilizado todas las armas, y nada. Desde México a la Argentina la corrupción es el cuento nuestro de cada día, y es el principal tema de las campañas electorales. Yo creo que todos los remedios, las soluciones terrenales —legales, sociológicas, morales y políticas— contra la corrupción han fracasado. Ya no tenemos nada que inventar. Todo se ha ensayado.

Últimamente he estado reflexionando sobre este tremendo problema que aqueja a los pueblos latinoamericanos, y he llegado a la conclusión de que la lucha contra la corrupción debe ser de carácter religioso, pero antes que nada, para que tenga éxito, debe reformarse la doctrina cristiana del arrepentimiento.

En Latinoamérica todos somos cristianos. Todos creemos en el cielo y el infierno. Pero el problema es que los cristianos no necesitamos portarnos bien toda la vida para ir al cielo. Cualquiera que lleve una vida delictiva, puede salvarse si a última hora se arrepiente. El buen ladrón pasó robando toda su vida, se arrepintió con las completas, y entró con Cristo en el Paraíso. A Don Juan le pasó lo mismo con los pecados de la carne. Se fue al cielo, pues dice Zorrilla “que Dios salvó a Don Juan/al pie de su sepultura”, es decir, que Don Juan pasó en este mundo pecando de lo lindo, y se salvó a última hora. Yo le creo a Zorrilla, mas no le creo ni a Tirso de Molina, ni a Moliere, ni mucho menos a Baudelaire, para quienes Don Juan se fue al infierno. Baudelaire hasta vio a Don Juan cruzando la laguna Estigia.

Yo creo que en los países latinoamericanos si la persona corrupta piensa, por ejemplo, que puede “chinearse” toda la vida, es porque considera que cuenta con la posibilidad, al final de su existencia, de arrepentirse, y pedir la confesión, para así obtener la absolución y el cielo. Como dice el poeta: “un punto de contrición/da al alma la salvación”.

Pero esto debe reformarse; debe reformarse la doctrina cristiana del arrepentimiento. Las personas corrompidas deben ser huéspedes eternos de la casa de Lucifer, aunque mueran arrepentidos. Yo podría aceptar que el arrepentimiento sea una atenuante —que el fuego sea menos intenso— pero nunca una eximente. Quizás la corrupción desaparezca cuando todos sepamos que si incurrimos en ella iremos directamente al infierno.

La solución teológica que ahora yo propongo, depende del Vaticano. En esta solución está la última esperanza contra la corrupción. Yo no sé si la reforma de la doctrina del arrepentimiento es competencia de una Sagrada Congregación o de un Concilio. Es importante que teólogos y canonistas empiecen a dar, para conseguir esta reforma, los primeros pasos.

La reforma debe establecer inequívocamente que el corrompido, aunque se arrepienta, irá a parar inevitablemente al infierno. Yo creo que si se llegara a tener conciencia de que el arrepentimiento ya no sirve para la salvación del alma, tal vez se pueda reducir sustancialmente en Latinoamérica el dramático índice de la corrupción. Quizás la reforma de la doctrina del arrepentimiento sea el tan esperado remedio.

El autor es abogado y escritor

Editorial
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