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El ciudadano y el poder público

Federico Dueñas de la Peña

Soy un ciudadano más de este mundo, me trajeron a él y nadie me invitó, por eso tengo derechos y obligaciones frente al poder público. Vivo en sociedad, inmerso en un grupo humano claramente definido. Soy también parte activa, y dueño de mi libertad de elección, dentro y fuera de la cosa pública. Me limitan mis propios derechos y libertades por la sencilla razón de que son también —y por ello son su límite— los derechos y las libertades de los demás dentro del grupo en donde estoy incrustado.

No debo hacer a otro lo que no me gustaría que me hicieran a mí. Somos animales políticos en condiciones de igualdad con sus ciudadanos y nos sujetamos a las leyes de la comunidad porque hemos participado directa o indirectamente, en su producción.

Hablamos de los derechos y garantías de la persona, del ciudadano, del individuo en su defensa, la frontera o el límite frente al poder público. Los derechos del individuo en este tercer milenio serán el pilar de una verdadera revolución universal sustentada en la democracia y el sufragio. El sujeto, el ciudadano pasará a ser parte activa del objeto o sea del poder público, mediante el ejercicio racional del voto.

Estos derechos inherentes al ciudadano son superiores al ordenamiento jurídico y al mismo poder del Estado.

En la historia cívica de Nicaragua, donde prevalecen las “cañas huecas”, el principio del gobierno de las leyes y su bárbara intención de subordinar el poder al derecho, desde Pedrarias, han sido una y otra vez pasados por alto, mancillados, prostituidos hasta el cansancio; la igualdad de derechos y la capacidad de hacerlos valer en condiciones de equidad, ha sido aplastada cínica e invariablemente por los privilegios y la discriminación inherentes a una sociedad tan honda e históricamente desigual; las libertades políticas de los individuos tuvieron como límite, no las libertades y los derechos de los otros, sino la complacencia o el malestar, siempre arbitrario, del poder político como sucedió con la dinastía de los Somoza y la dictadura del sandinismo, y el voto no fue más que el ritual oficial de un régimen de turno que no admitía la competencia y la alternancia. Hasta que cayó en poder del güegüense. No hay por quién votar, ¡es la realidad! Cuando se votó en el 90, fue contra el orteguismo y cuando se votó en el 94, también fue nuevamente contra el orteguismo. ¿Contra quien será el voto del 2001?

El voto maduro del ciudadano es su fuerza cívica. Ya el dictador en turno no se sale con la suya fácilmente. Un Menem ahora, difícilmente aspiraría a la Presidencia de Argentina. Dio vergüenza un Balaguer senil, ciego e inválido de 94 años aspirando por séptima u octava vez al poder bajo la sombra del trujillismo. Se abortó el golpe de estado militarista de la semana pasada en Paraguay y los yanquis lo aplaudieron. Los mismos yanquis están preocupados por los comicios del Perú y han declarado contundentemente que no aceptarán los resultados de una segunda vuelta electoral.

En México un partido, el PRI, con más de setenta años en el poder, senil y desgastado se tambalea empujado por el vigor de la juventud votante que clama cambios estructurales fundamentales en pos de un beneficio común amplio y democrático. Aquí ni la comunidad internacional ni el gobierno de Mr. Clinton permitirán robos de urnas en las elecciones presidenciales del próximo dos de julio, ya el mensaje fue transmitido vía Perú. También en política, como en comercio, se puede perfectamente hablar de una globalización mundial.

Nuestro vasto universo se empequeñeció en menos de dos décadas con la modernidad científica aplicada a la comunicación, y únicamente el régimen del farsante Fidel Castro se mantiene insólito ante los embates cyberdemocráticos que distinguen al tercer milenio. El poder público de cualquier nación que honestamente busque un régimen democrático para sus ciudadanos, será masivamente apoyada por los países progresistas del mundo y todos ellos revisarán con cuidado extremo la aplicación de los Derechos Humanos del ciudadano sin duda alguna.

El autor es administrador de empresas.   

Editorial
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