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Entrampado en su propio juego

  • Nadie niega los méritos del
    “chino”, a saber: la neutralización de Sendero Luminoso, la difícil paz con el Ecuador, el desalojo de los terroristas en la Embajada del
    Japón, el saneamiento de las
    finanzas públicas, etc. No obstante haber conseguido dos períodos consecutivos con amplia mayoría debió bastarle para satisfacer su ego de “salvador de la Patria”

Emilio Alvarez Montalvan

La terquedad del Presidente Fujimori para lograr un tercer período consecutivo va a traerle a su país graves consecuencias. Lo más que se ha venido tolerando es un segundo período, siempre y cuando la Constitución de ese momento lo permita como en el caso de Julio María Sanguinetti, en Uruguay y de Enrique Cardosso en Brasil y a su vez con Carlos Menem en Argentina, quien para ello tuvo que modificar la Constitución, por cierto con el apoyo de su adversario el Partido Radical.

Lo preocupante esta vez es que Fujimori, actuando unilateralmente, si bien utilizó maniobras aparentemente legales, no logró con ellas convencer a los observadores imparciales de la legitimidad de su elección, ya que el 30.3 por ciento de los votos fueron invalidados y el 20 por ciento estuvo a favor de su rival Alejandro Toledo. Por ello creemos que esta vez Fujimori fue demasiado lejos, manipulando la composición de la Corte Suprema de Justicia, el Tribunal Constitucional y al Organismo del Poder Electoral para obtener fallos que le favorecían. Además animó la falsificación de un millón de firmas y mantuvo controlados a los canales de Televisión. A ese escenario se agregó graves irregularidades en el cómputo de votos, que movió a la delegación de la OEA y a los grupos imparciales de observación, recomendar la posposición de la segunda vuelta, mientras se corregían desajustes.

Nadie niega los méritos del “chino” a saber, la neutralización de Sendero Luminoso, la difícil paz con el Ecuador, el desalojo de los terroristas en la Embajada del Japón, el saneamiento de las finanzas públicas, etc. No obstante haber conseguido dos períodos consecutivos con amplia mayoría debió bastarle para satisfacer su ego de “salvador de la Patria”.

Hay otro aspecto del drama peruano que evidencia la precariedad del régimen democrático de estos países. Nos referimos por un lado a los poderosos caudillos que todo lo controlan y por el otro, una débil y dispersa sociedad civil, al punto que se precisa acciones externas para corregir abusos del Ejecutivo. Esa situación desnivelada se demostró en el Ecuador cuando Bucarán y luego con Mahuad y antes en Guatemala en ocasión que el ex presidente Serrano Elías disolvió al Congreso y posteriormente con Oviedo en el Paraguay al intentar un cuartelazo. En todos esos casos fue necesario la intervención enérgica de la OEA y aún del propio Departamento de Estado para que no se rompiera el orden constitucional. En esa ocasión el vocero de la Casa Blanca declaró que considera ilegal la elección de Fujimori, posición que adoptan gran número de países latinoamericanos. Con esos antecedentes fue irrazonable la conducta inflexible de Fujimori, sobre todo porque su partido ya tenía la mayoría del Poder Legislativo.

Por otra parte la capacidad de acción de Toledo para lograr una rectificación es reducida, ya que la abstención difícilmente produce por sí sola efectos positivos y además no puede garantizar el retiro total de sus diputados electos, para que tenga impacto. De ahí que sea crucial la reunión de la OEA en Toronto la próxima semana. Lo mismo el resultado de la convocatoria de los “cuatro suyos” en julio, que acaba de hacer Toledo para reunir en Lima cuatro millones de seguidores con consecuencias impredecibles.

Entonces, la pregunta es ¿qué pasa ahora? En ese contexto creemos que la pelota está en la cancha de Fujimori. El debe penetrarse que su gobierno no podrá sobrevivir aislado de la comunidad interamericana y la desconfianza de Europa y los inversionistas. En ese sentido debería rectificar cuanto antes, cambiando a los miembros de la Corte Suprema, Tribunal Constitucional y Consejo Electoral. Puede también empujar reformas constitucionales que promuevan una solución democrática y echar puentes de conciliación con el sector opositor. Incluso podría convocar a elecciones extraordinarias, como lo hizo en 1992, cuando en Bahamas se sometió la OEA, y que ahora sería una especie de tercera vuelta. Lo único que no puede Fujimori es sentarse sobre las bayonetas que hasta lo respaldan. Ya es muy tarde para que gobiernos autoritarios manipulen impunemente las leyes para quedarse en el poder, disfrazados de demócratas de nuevo cuño.   

Editorial
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