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El mito de la tercera fuerza

La crisis que rompió la semana pasada la alianza que se había formado alrededor del partido Movimiento Democrático Nicaragüense (MDN), decepcionó a las personas que creen que la formación de una tercera fuerza depende de la unión de los partidos que adversan al liberalismo y al sandinismo.

Como es sabido, se entiende por tercera fuerza un movimiento electoral capaz de vencer al PLC, que tiene el 21% de los probables electores nicaragüenses, y al FSLN, que capitaliza el 20%, según la última encuesta de opinión de CID/Gallup, hecha en abril pasado.

En realidad, es un mito eso de que la tercera fuerza sólo puede constituirse por alianza entre los partidos adversarios del liberalismo y el sandinismo. No es eso lo que ha ocurrido en la historia de Nicaragua, cuando fuerzas políticas emergentes han tomado el poder y abrieron nuevas épocas de gobierno. No ocurrió así en 1979, cuando cayó la dictadura somocista, ni en 1989, cuando el FSLN perdió el poder electoralmente, ni tiene por qué ocurrir ahora.

Inclusive en 1996, cuando el Partido Liberal Constitucionalista (PLC), liderado por el ahora Presidente Arnoldo Alemán, ganó las elecciones en primera vuelta, no necesitó aliarse con nadie para vencer al FSLN y a todos los demás partidos políticos. De hecho, la Alianza Liberal que formó el PLC con algunos pequeños grupos fue más bien una formalidad táctica para proyectar una imagen de amplitud, pero no porque dicha alianza hubiese sido necesaria para ganar las elecciones.

En tiempos de la dictadura somocista se decía que para derrocarla era indispensable que todas las fuerzas opositoras se unieran en un sólo bloque. Sin embargo eso nunca fue posible y lo que ocurrió finalmente fue que se crearon dos alianzas políticas: una de izquierda, que se llamó Frente Patriótico Nicaragüense (FPN) y se subordinó a la estrategia revolucionaria del FSLN, y otra, formada por partidos de centro derecha, el Frente Amplio Opositor (FAO), que hizo esfuerzos para que la dictadura somocista fuera sustituida por un gobierno democrático.

También en 1989 se decía que para derrotar electoralmente al Frente Sandinista era indispensable unir a todos los partidos de oposición que existían entonces. De manera que 14 partidos se juntaron en la Unión Nacional Opositora (UNO) para enfrentar al FSLN en las elecciones de febrero de 1990. Pero no fue la unión de los 14 partidos, que entre todos no alcanzaban el 10% de los electores, lo que dio la victoria a la UNO, sino la voluntad de la mayoría del pueblo que quería salir del régimen autoritario y militarista del FSLN. O sea que los partidos integrantes de la UNO podían ser 10 en vez de 14, ó 5, ó 2, sin que eso hiciera ninguna diferencia esencial, pues lo determinante era la imperiosa necesidad nacional de poner fin a la dictadura, a las privaciones materiales y la guerra.

Ahora, como lo indicó la consulta de CID/Gallup, más de la mitad de los encuestados han dicho que no se inclinan por ningún partido, y que no hubieran votado si las elecciones hubiesen sido en el momento que les tomaron la opinión (fines de abril). Tres de cada cinco personas de las que declararon estar al tanto de la política, dijeron que “pudieran” apoyar a una tercera fuerza, y de ellos, casi la mitad dijeron que se sentirían mejor representados por el Movimiento Democrático.

Por otro lado, la misma encuesta señaló que mientras el PLC tenía (a fines de abril) el 21% del electorado potencial y 20% el FSLN, el Partido Conservador tenía 4% en tanto que todos los demás partidos (incluidos los de la coalición Movimiento Democrático), apenas contaban con el 3% de simpatías ciudadanas. Como se ve, una tercera fuerza no depende de que se unan esos pequeños partidos, sino del liderazgo, la credibilidad, el programa de soluciones a los problemas nacionales, la imagen de honradez y de capacidad para gobernar, que pueda demostrar quien quiera sustituir al gobierno liberal e impedir que el FSLN vuelva al poder, ya sea una alianza de partidos o uno solo de ellos.   

Editorial
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