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Chávez entre el amor y el odio

  • Quienes lo aman –y son muchos– lo hacen esencialmente por impulsos emotivos. Es un líder –para ellos– carismático. Alguien de quien se espera un milagro redentor. Los que lo odian –que también son muchos–, en cambio, no sustentan su rechazo en las emociones, sino en la razón

Carlos Alberto Montaner

Parece que ya hay fecha para las próximas elecciones venezolanas. Serán en julio, siempre y cuando las computadoras funcionen, salvo que el señor Chávez decida otra cosa por sus bolivarianos atributos. Cuando llegue la fecha el país estará agotado –ya lo está– de discursos, caravanas, insultos y sobresaltos. El presidente Chávez es como una especie de rey Midas del caos. Todo lo que toca lo desordena: el ejército, el Parlamento, el Consejo Nacional Electoral, la producción petrolera. El béisbol consiguió salvarse porque tuvo que abandonarlo. De lo contrario hoy cada equipo tendría 22 jugadores, el estadio estaría dividido en dos ejes y cinco polos y el pitcher perdedor sería declarado traidor a la patria.

Según las encuestas que conozco casi el setenta por ciento de los niveles sociales bajos apoyan a Chávez y un porcentaje similar de los niveles sociales medios y altos se le oponen. De ahí se desprende la mayoría sustancial del ex teniente coronel. En casi toda América Latina los pobres son más numerosos que las clases medias y que los siempre escasos y gloriosos ricos. ¿Quiere eso decir que estamos ante un enfrentamiento clasista de dos grupos que luchan por apoderarse de una mayor tajada de la renta? No. Esa sería una explicación economicista demasiado elemental para que resulte cierta. La pugna en Venezuela no es entre los que tienen y los que no tienen, sino entre los que saben y los que no saben. Como regla general, los venezolanos mejor informados, los que poseen un más alto nivel educativo, adversan a Chávez. Por la otra punta, los que lo aplauden suelen ser los venezolanos menos instruidos.

Pero hay otra diferencia sustancial entre los dos grupos. Las filias y las fobias que Chávez despierta no suelen ser simétricas. Me lo dijo el vicepresidente del país en un civilizado debate que tuvimos por medio de Radio Caracas: a Chávez lo odian o lo aman. Puede ser, pero por distintas razones. Quienes lo aman –y son muchos– lo hacen esencialmente por impulsos emotivos. Es un líder –para ellos– carismático. Alguien de quien se espera un milagro redentor. Lo que dice –sus increíbles citas de Gadaffi, sus retórica ceresolista (Ceresoles es un delirante fascista argentino que le sirve de guía espiritual), sus pastorales antiepiscopales–, constituye una jerigonza de prozac y camisa de fuerza, pero lo que sus partidarios escuchan es una especie de música celestial. Lo aplaudirían igual si recita la guía de teléfonos, porque en este caso lo importante no es el mensaje sino el medio.

Los que lo odian –que también son muchos–, en cambio, no sustentan su rechazo en las emociones, sino en la razón. Saben que la ingeniería humana de los tres ejes y los cinco polos con los que supuestamente Chávez va a transformar el país no es más que una cháchara costosa, ineficaz y contraproducente. Saben que la reivindicación de una tercera vía preñada de rencores antioccidentales –Perón y Velasco Alvarado ya transitaron ese camino–, no es otra cosa que tercermundismo, aquella patología del sentido común que tan brillantemente describiera, precisamente, el venezolano Carlos Rangel. Saben, además, que con la demagogia populista de emplear el gasto público en entretener a las masas, Venezuela será cada vez más pobre, como puede comprobar cualquiera que se asome a los pavorosos datos económicos del chavismo: el desempleo en ascenso, el país semiparalizado, las divisas en fuga, las inversiones extranjeras a la espera de que se aclare el panorama y la criminalidad galopante.

Esta tajante dicotomía entre las preferencias de los que saben y de los que ignoran es lo que explica un dato que trae de cabeza a los analistas: quien observe detenidamente la prensa venezolana, quien lea los artículos de opinión, quien escuche los debates radiales o contemple los mejores programas de la televisión, comprobará que el grueso de esa masa informativa es contraria a Chávez. La mayor parte de la opinión publicada es antichavista. La mayor parte de la opinión pública es chavista. ¿Por qué? Porque los argumentos del antichavismo vertidos en los medios de comunicación recurren a argumentos racionales o a información académica. Este artículo, reproducido en El Universal de Caracas, donde suelen aparecer, será leído por un 90 por ciento de antichavistas, un cinco por ciento de indecisos, y un restante cinco por ciento de indignados partidarios del ex teniente coronel que se sentirán injustamente ofendidos. Exactamente lo mismo sucede con El Nacional, con El Mundo o con Radio Caracas. No hay cómo llegarle al chavismo duro y puro. Es indiferente a la realidad. [©FIRMAS PRESS]

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