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¡Dejad que los niños vengan a mí: No se lo impidáis!

Ministerio Arquidiocesano de Predicación Madre de la Nueva Alianza

“Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis…” (Mt 19,13). Esta frase de Jesús se puede entender y traducir hoy, en medio de una anticultura de la muerte por: ¡dejad nacer a los niños, dejadlos vivir!

Un día un profesor de ética planteó a su clase el siguiente caso. Jóvenes estudiantes, les planteo un caso de la vida real. El papá de una familia de cuatro hijos tiene sífilis, y está muy enfermo. La señora tiene tuberculosis, su estado de salud no es bueno y es la que está cargando con el peso de manutención de la familia. Su primer hijo nació ciego, el segundo murió, el tercero es sordo y, el cuarto tiene tuberculosis, y por si fuera poco, está esperando un quinto hijo, pus está embarazada. ¿Qué hacemos? La misma pregunta te hacemos a ti: ¿Qué harías?

Las opiniones no se hacen esperar:

1. Los instruidos en medicina, saben que se puede esperar un “hijo enfermo” y por eso afirman: que se realice un aborto terapéutico, ya que puede venir un hijo mal formado, como el historial familiar lo demuestra.

2. Las inclinadas ‘feministas’ afirman: dejar que ese embarazo continúe es exponer a la madre a morir, ella tiene derecho a curarse, a tratarse y no tener más carga económica que la que ya tiene, ella tiene derecho a decidir por su salud.

En los dos casos anteriores el aborto es un asesinato. El disfrazado como ‘terapéutico’ no es otra cosa que una idea hitleriana de ‘aborto eugenésico’ ‘calidad de vida’: control de calidad de los hijos, si no cumplen nuestros patrones de calidad, los niños son desechados, abortados, asesinados, porque no son como ‘nosotros’. En el segundo caso en nombre de una compasión hacia la mujer se olvidan de la compasión hacia el hijo que es víctima de esa pobreza. La solución no es matar. Vivimos a oscuras sin querer reconocer que existe una ley natural, que existe un Dios que somos criaturas y no generación espontánea ni ‘epifenómeno de la materia’. Perdido el sentido de Dios, se pierde el sentido del hombre y quedamos a la deriva en el mar embravecido del placer, del capricho, del vicio del mundo, sin brújula, sin estrellas, sin luces esperando que alguien desarrolle una idea que se vuelva ley, que legalice la terminación de cualquier vida que se valore como ‘estorbo’. El Cardenal López Trujillo comentaba en una ponencia: “Permitidme recordar una síntesis, con su toque de humor pedagógico, de un apóstol de la dignidad, como fue el profesor Jérôme Lejeune, a quien el Santo Padre hizo el homenaje, que recibió casi doblegado por la enfermedad, de nombrar Presidente de la Academia Pontificia para la Vida: “La anticoncepción es hacer el amor, sin hacer el niño, la fecundación asistida es hacer el niño, sin hacer el amor; el aborto es deshacer el niño y la pornografía es deshacer el amor”.

Si usted optó en el ejemplo inicial, por la solución del aborto para esa familia el mundo no habría conocido a Ludwin V. Beethoven, no hubiéramos escuchado sus oberturas y preciosas composiciones, de las que muchas no escuchó, porque estaba completamente sordo. ¿Por alguna compasión mal entendida, no habremos matado ya al que traería la cura del SIDA? No lo sabemos, pero sí podemos evitarlo, diciendo “No al Aborto y dejándonos reconciliar con la vida”.

En los debates públicos cuando se habla del aborto terapéutico, se comienza criticando a la Iglesia, porque afirman que la mujer está en situación de riesgo y prefieren ‘salvar un hijo en vez de la madre’. Intención se perfila dolosa, porque la Iglesia nunca aconseja el mal, tampoco ve como un mal que la mujer busque salvarse, pero busca llevar a los médicos a superar el ‘extremismo’ que se refleja en el axioma: ‘o el Hijo o la Madre’. ¡La Iglesia luchará por: el hijo y la madre! Es aquí donde nace el principio de voluntario indirecto que Pío XII en su alocución a la unidad médica Italiana en su número 191 expuso de la siguiente manera: “Mientras un hombre no sea culpable, su vida es intocable, y es, por tanto, ilícito cualquier acto que tienda a destruirla, bien sea que tal destrucción se busque como fin, bien sea que se busque como medio para un fin, ya se trate de vida embrionaria, ya de vida en su total desarrollo o que haya llegado a su término”. Así el principio del doble efecto, busca resolver un conflicto de conciencia moral ante una situación extrema: de vida o muerte: Con la acción a realizarse se alcanza un bien y se ‘tolera’ un efecto malo querido indirectamente. Para que se tolere este efecto malo se tienen que reunir y cumplir cuatro condiciones sine qua non se puede hablar de posibilidad de ‘aborto terapéutico’ por un caso de doble efecto donde se tolerará un efecto malo aceptado de modo voluntario indirecto:

1 El acto mismo no debe ser malo en sí, sino que ha de ser bueno o al menos indiferente.

2. El efecto bueno y el efecto malo tienen que proceder al menos de manera igualmente inmediata del acto opuesto. (Si el efecto malo fuera inmediato, sería un medio para alcanzar un fin bueno, por tanto moralmente imputable e ilícito).

3. La intención del agente tiene que dirigirse solamente al efecto bueno.

4. Tiene que darse una razón proporcionalmente grave para permitir el efecto malo  

Editorial
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