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Niños, padres y maestros

BENITO AGUSTÍN DÍAZ LÓPEZ F.S.C

A lo largo de nuestro calendario escolar, ningún mes tiene tanta importancia como el mes de junio. Parece ser un mes que se desliza mirando a la escuela, porque esta es done se fraguan los ciudadanos del futuro. Estos días, no tendrían significado si la escuela estuviera al margen de su conmemoración. La importancia debe darse en la escuela y desde la escuela, porque los días que conmemoramos implican profundamente su misión. Ningún mes como el de junio, tan propicio para una reflexión sobre el maestro y la maestra que viven su misión social y realizan en la escuela, su tarea magisterial, es el campo de nuestra realización humana y cristiana. Reflexión, por demás necesaria, dado el ambiente en el que, por las circunstancias que se dan, nos toca vivir.

Tres días que se conjugan en este mes: el del Niño, el del Padre y el del Maestro nos ponen de modo más consciente, frente a nuestra diaria realidad. Tres días que, al parecer en lo externo, distienden un poco nuestra vida rutinaria, pero que deben servirnos para iluminar el compromiso que nuestra misión conlleva.

No será mera casualidad y si lo es debemos aprovecharla, que la fiesta del Niño, del Maestro y del Padre estén unidas no sólo en el calendario sino y principalmente en la mentalidad de cada uno de nosotros, como maestros. Nos fijamos que el Día del Maestro está después del Día del Niño y el del Padre; es que hoy el Maestro viene a ser como la meta, el final del camino en el que converge el mundo de los niños y el mundo de los padres.

Como maestros nos encontramos en la encrucijada de los dos grandes problemas que afectan a la sociedad de hoy: la realidad del Niño y la realidad del Padre. Ambos pueden tener un punto de encuentro en el Maestro. Nunca como ahora se han proclamado desde elevadas cátedras los derechos del niño. Pero nunca como hoy, a no ser en los tiempos de barbarie, el niño es víctima de la violencia, de la tragedia y del abandono por parte de sus padres. Estamos a más de cincuenta años de la proclamación de los Derechos del Hombre y los Derechos del Niño se repiten en congresos y asambleas mientras muchos de nuestros niños están convertidos en inocentes víctimas, debido a la falta de responsabilidad paterna.

Muchas veces, los niños llegan a nuestras aulas vacíos de afecto y de cariño. Los notamos. Se acercan al maestro buscando alguien que les dé algo más que los conocimientos que su inteligencia necesita, pero no llenan el corazón. Hay desde el fondo de sus almas un reclamo, la mayoría de las veces silencioso, pidiendo el cariño y el afecto que no tienen. En este momento es cuando nuestra misión debe convertirnos en algo más que en maestros y profesores. Olvidemos lecciones, libros y tareas ya que frente a nosotros tenemos alguien que nos pide que seamos más que maestros. Nuestra actitud de escucha y de acogida dará la medida de nuestra entrega a esos alumnos que, pese a las apariencias, llegan a nosotros anímicamente necesitados.

La misión del Maestro debe desbordar las aulas. Su silencioso quehacer lleva sin pretenderlo un mensaje transformador de las familias; de dar sentido a la misión de Padre porque el Maestro también participa de esa misión. Por eso, Padre y Maestro, juntos van construyendo el mundo del niño que debe ser mejor que el de hoy. El niño está en manos del Padre y del Maestro quienes, con las responsabilidades de cada uno, están llamados a construir una sociedad mejor.

Padre y Maestro son dos vidas que deben realizarse mirando al Niño: el Padre -con la obligación de ser el mejor maestro- y el maestro -que por delegación participa de la autoridad del padre- deben comprometer sus vidas en la realización del mundo con el que sueñan los niños. Corremos estos días el riesgo de dejarnos llevar por lo sentimental que, por lo general, acapara momentáneamente la atención de todos. Desaparecida la emoción, apagados los sentimientos, volvemos a encontrarnos, quizás rutinariamente ante una realidad, que sólo desde la fe y el celo, podemos considerar siempre nueva.

Ojalá que quienes formamos nuestra comunidad educativa: padres, maestros y alumnos, auténtico núcleo de la familia lasallista, nos convenzamos de que el futuro, en gran parte está en nuestras manos. Como maestros, nuestro aporte para una Nicaragua mejor no puede ser aislado. El Padre necesita del maestro que le ayude a completar su misión de formar al hijo; el Maestro necesita cooperación del padre, sin cuya colaboración su misión quedaría muy limitada y, finalmente el hijo, para realizarse en la familia y en la escuela, necesita de los dos.

Con mejores padres, con mejores maestros garantizamos el bienestar de las familias, el estado emocional, afectivo e intelectual de nuestros niños, al que tienen derecho para su plena realización humana. ¡Maestro, que por nosotros no quede!

El autor es profesor del Colegio La Salle.


Rompecabezas de los adultos

JAVIER MARTÍNEZ DEARREAZA

Frecuentemente los medios de comunicación nos informan de hechos violentos ocasionados por niños o adolescentes, los asesinatos en las escuelas de los Estados Unidos causados por adolescentes, dos jovencitas que dan muerte en forma brutal a una amiga para poder ser famosas, un niño de quince años que viola y luego ahorca a una niña de diez años, o adolescentes que asesinaron a sus padres. Frente a estos hechos el mundo de los adultos debe poner más atención a las causas que producen este tipo de conducta en los menores.

La violencia de los jóvenes en nuestro país se observa en la formación de pandillas que provocan el terror en los diferentes barrios, con destrucción de bienes materiales, heridos, robos y hasta crímenes; también la observamos en el aumento del consumo del alcohol, de drogas y el creciente aumento en el número de suicidios.

¿Cuáles son las causas y cómo podemos enfrentar este problema? La violencia juvenil es un problema global, del cual con frecuencia se mencionan algunas causas: la separación de los padres y la falta de vínculo con ellos es una causa relevante y que con frecuencia se menciona como la causa más relevante, la violencia intrafamiliar y el maltrato infantil es otra causa no menos importante, con ella se contribuye a que entendamos que con violencia se resuelven muchas situaciones de la vida. La excesiva carga de violencia en los programas de televisión y el deterioro de las condiciones sociales, económicas y culturales juegan un papel muy importante en esta nueva patología llamada “Violencia Juvenil”.

La prevención de la delincuencia juvenil es parte esencial de la prevención del delito en la sociedad, de consecuencia, ¿qué podemos hacer los adultos ante este problema?

Evidentemente, la delincuencia juvenil pone en riesgo la “seguridad ciudadana”, es decir la seguridad física en las calles y casas. Eso genera mucho temor y alarma en la población, por lo que empuja a las autoridades a tomar medidas para hacer frente a este problema.

Hay dos formas de enfrentar este problema. Es necesario que cada uno de nosotros piense al respecto y opine sobre la forma en que cree que es más conveniente enfrentar esta situación.

La primera es la forma tradicional, que nos dice que: a) debemos aumentar el número de policías y si es preciso militarizarlos, en algunos lugares esta propuesta les ha dado resultado, como en Los Angeles, Estados Unidos, cuando la Policía aumentó sus efectivos y hacía constantes visitas a los jóvenes implicados en actividades delictivas, el número de casos criminales descendió y la violencia callejera se redujo casi en un 80 por ciento; b) aumentar y endurecer las penas, se observa una tendencia en América Latina a aumentar las penas de prisión, haciéndolas más largas en el tiempo, así como una tendencia a la idea de regresar a la pena de muerte; c) aumentar el número de detenidos, mayor uso de la prisión preventiva para sacar de circulación lo más pronto posible a los menores que violen la ley. Recientemente la Policía Nacional echó a andar un plan antipandillas, precisamente sacando de circulación a los pandilleros, luego se vino considerando como todo un éxito.

La segunda forma de enfrentar este problema se basa en: a) La prevención antes que la represión, la mejor manera de prevenirse contra la delincuencia juvenil es la de impedir que surjan delincuentes juveniles, deberían crearse cursos en las escuelas primarias y secundarias para exponer y discutir los actuales valores sociales y los fenómenos delictivos. Es muy importante que los jóvenes tomen conciencia de cómo se pueden generar delitos, de cómo pueden generar conductas que atenten contra las leyes. También se requieren adecuados programas de Asistencia Social y Laboral, esto evidentemente no sólo requiere la participación del Estado sino que también de la Iniciativa Privada y de toda la sociedad en su conjunto; b) Minimizar el uso del Sistema de Justicia Tradicional, de manera que se utilicen principalmente otras vías y medios para lograrlo, antes que intervenga la justicia, debe de intervenir la familia, la escuela, la comunidad, las asociaciones, las iglesias, etc. c) Que los agentes de Policía que traten con menores o que se dediquen a la prevención de la delincuencia juvenil, reciban instrucción y capacitación especial.

La escalada de violencia juvenil tiene mucho que ver con la familia, la escuela, las instituciones, que fueron las transmisoras de valores, hoy están ausentes, no cumplen con ese rol trascendental. Si decidimos que la prevención es el camino a seguir, tenemos que apoyar a la familia, fortalecer las instituciones y sobre todo efectuar una profunda transformación en el sistema educativo para que los jóvenes puedan canalizar en forma positiva sus valores, sus habilidades y condiciones naturales.

El autor es Psiquiatra
[email protected]


El pilar de nuestro futuro

ALEJANDRO AYÓN L.

Uno de estos días muy de mañana como de costumbre, mientras tomaba mi desayuno, leía un diario nacional y escuchaba noticias de la radio. En ese momento en que los hijos se terminan de preparar para ir a la escuela, me puse a meditar, como me imagino lo hace la mayoría de los nicaragüenses, sobre el futuro de nuestro país; obviamente en ese instante influenciado por lo que acababa de leer y escuchar pensé que con tanta confrontación, poca honestidad y carencia de valores morales en la clase política y un nivel tan bajo de cultura y muy alto de analfabetismo, este país no podría salir de ese tristemente merecido honor de ser el 2do. país más pobre de América y seguí reflexionando y me dije: ¡“realmente aquí no hay esperanza!”.

Justo, unos minutos más tarde cuando conducía mi vehículo hacia el hospital donde presto mis servicios, algo interrumpió mis ya negativas ideas y conclusiones sobre nuestro futuro; a mi lado caminando venía una fila interminable de estudiantes bien uniformados, los cuales se veían contentos, ilusionados, mientras algunos padres y profesores también alegremente los acompañaban hacia sus centros de estudio.

En ese instante, como por arte de magia me invadió un intenso sentimiento de optimismo, que cambió mis pensamientos anteriores, al ver a esa niñez con esperanza de un futuro mejor caminando hacia sus escuelas. “…todo lo hemos fiado a la política nada a la educación del pueblo…”, escribió en 1932 el conocido historiador y jurisconsulto Dr. Alfonso Ayón en carta inédita que dirigió al Dr. Manuel Pasos Arana y en la que comentaba la crítica situación de Nicaragua de ese entonces, que moral y culturalmente no difiere mucho de la de ahora en los albores de siglo veintiuno. Uno de los educadores de más reconocida trayectoria del siglo pasado el Dr. Castro Madriz en la Inauguración de la Universidad de Sto. Tomás de Guatemala, el 21 de abril de 1844, dijo: “La ignorancia señores es el verdadero origen de todo mal que se encuentra en la tierra, de todos los vicios que corrompen el mundo; de todos los crímenes y delitos que alteran el orden social…”.

Como muchos otros nicaragüenses soy de los que cree firmemente que la educación es un pilar fundamental en el desarrollo de la democracia y por ende está estrechamente ligada con nuestro bienestar futuro como país. Es por eso que nuestros educadores a pesar de ser mal remunerados tienen un gran compromiso con la Patria, deben de poner todo su esfuerzo en mejorar la educación primaria y secundaria, basándose no solamente en la enseñanza de las ciencias y las letras, sino también en los aspectos morales, cívicos y cognoscitivos; desarrollando en el estudiante la capacidad de discernir entre el bien y el mal, enseñándoles con el apoyo y ejemplo de los padres en el hogar cuál debe ser su misión en la vida, en conclusión cómo llegar a ser un hombre o una mujer de bien para nuestra sociedad. A la vez los que gobiernan tienen la obligación moral de destinar urgentemente mayor presupuesto al rubro de la educación, eliminando las partidas que sólo favorecen el despilfarro y la corrupción, seguir el ejemplo de los gobernantes de aquellos países que han cambiado su destino, con la filosofía clara de que a mejor educación, mejor futuro.

Después de que todos estos pensamientos fluyeron por mi mente mientras admiraba aquel cuadro de niños, padres y profesores, con fe en nuestro futuro, me dije con optimismo: “realmente aquí todavía hay esperanzas”.

El autor es cirujano pediatra.</b  

Editorial
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