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Los testigos mudos

  • Lo menos que se puede decir de las pretensiones abortistas
    es que están faltando
    al respeto debido a la
    persona no nacida. Y aunque les duela, la están
    asesinando. Por más
    adjetivos que le pongan al acto de asesinar, como es
    el terapéutico, no deja de
    ser un asesinato.

Anabelle Sánchez Duarte

Precisamente porque no quiero ser un testigo mudo ante el panorama que presentan distintos sectores de la sociedad, en torno al tema del aborto, escribo este artículo que no pretende ser más que una reflexión sobre la persona, la vida y el respeto que a ésta le debemos.

Por si acaso algún nicaragüense ha perdido el norte de su vida y de las personas que le rodean, me parece importante recordar ciertos aspectos esenciales sobre lo que es la persona. Porque persona es esa unión de células que se anidan en el vientre de la mujer para dar lugar al feto que irá creciendo a lo largo de nueve largos meses. Si no fuera persona, ¿por qué entonces nuestras madres nos parieron y puedo estar en este momento haciendo uso de las facultades propias del ser humano=persona?.

La persona es un complejo de elementos tanto inmateriales como materiales. Si descomponemos a la persona tomando la figura de una pirámide, nos encontramos con una base amplia, la cual se va estrechando en la medida que se aproxima a la cumbre. Debemos entonces preguntarnos en qué consiste lo más amplio y lo menos amplio. Pues bien, si partimos de lo menos amplio (o sea la cumbre), podemos localizar las facultades de inteligencia y voluntad las cuales son las rectoras de la conducta de la persona. Indiscutiblemente estas facultades son las más nobles que poseemos y las que nos permiten estar por encima de los animales irracionales, vegetales y seres inanimados. Bajando la pirámide, consecutivamente, encontramos los sentimientos, las emociones y, por último, los instintos.

Sin ningún ánimo de menospreciar los instintos debemos sin embargo reconocer que no son precisamente éstos los más nobles ni los que deben regir nuestra conducta. Si queremos actuar como seres racionales. Y para actuar como ser racional, esto es, utilizando correctamente nuestra inteligencia, debemos detenernos a pensar en lo que decidimos y en las consecuencias lógicas de las mismas. Sin embargo, lamentablemente nos damos cuenta que con frecuencia nuestra conducta es más bien un enjambre de impulsos ciegos e irresponsables. Por esa razón, es bien difícil mantener una conversación sana y de altura con personas que están actuando como irracionales.

De estas consideraciones sobre la nobleza del ser-persona se sigue –lógicamente, pienso yo– el respeto que nos debemos los seres humanos. Este respeto abarca cualquier tipo de persona, independientemente de mis gustos o caprichos personales. Por eso es que, aunque una persona no me merezca admiración por su aspecto físico, por su coeficiente intelectual, por su preparación académica, por la falta de encantos naturales o por una conducta poco edificante, no es un motivo para que yo la desprecie, le vuelva la cara, la considere indigna de estar en mi presencia o quiera eliminarla por la vía de la violencia.

Lo menos que se puede decir de las pretensiones abortistas es que están faltando al respeto debido a la persona no nacida. ¿Y qué es lo más fuerte?… aunque les duela: la están asesinando. Por más adjetivos que le pongan al acto de asesinar, como es el terapéutico, parcial… no deja de ser un asesinato.

Recientemente escuché declaraciones de algunos diputados los cuales, obviamente, aún no se han preguntado por qué su madre los dejó nacer. Uno de ellos decía que “Nicaragua no puede retroceder a los años treinta”: ¡gran argumento!. Parece que ignora algo tan básico como son los principios universales, entre los que se encuentra el no matar y que su madre supo respetar en su momento. Estos principios universales no están sujetos a tiempo (historia), a lugar (geografía), a credo (filosofía), a raza (humanidad). De manera que, cualquier persona, en cualquier lugar del mundo, en cualquier siglo, de cualquier religión debe respetar los principios universales. Repito… eso fue lo que hizo su madre y por eso ahora es una persona que tiene la responsabilidad de velar por el bien común del pueblo que le eligió para representarlo.

En nuestra sociedad es muy común, lamentablemente, venderse por cualquier bagatela que se nos presenta con colores atractivos que ciegan la inteligencia. Nos vendemos por unos cuantos pedazos de papel (dólares), por cuatro pedazos de lata montados sobre un motor (carro), por piropos que duran lo que nos quieren sonsacar (halagos), por lo que nos deja ver nuestra mentirosa imaginación (fantasía), por minerales que cuelgan del cuello/dedos/tobillos/orejas/brazos (oro, plata…), por lo que pensamos que los demás piensan de nosotros (prestigio). Y eso, precisamente eso, es lo que ahora está pasando al poner en tela de juicio un principio que es intocable. Unas cuantas personas quieren hundir a todo un país porque sólo piensan en su beneficio personal, llámele comodidad, ambición, estar a la moda (aunque sólo sea como el loro imitando lo que dicen los organismos internacionales) o porque no resisten que otros no estén de acuerdo con ellos.

Así como las personas asesinadas en el vientre de sus madres son testigos mudos de los ataques que sufren, sin poder defenderse, así también las personas que no se pronuncian en contra del aborto, por cobardía o porque va incluso en contra de sus principios por quedar bien con los demás o por aceptar sobornos, son testigos mudos de un asesinato. Sin embargo, qué distinta posición la de unos y la de los otros. Los bebés abortados no tienen ningún médico para defender su vida y es por eso que una famosa película, la cual muestra las atrocidades que se cometen en el aborto, se titula: “El grito silencioso”. En cambio, las personas adultas y con cierto grado de instrucción, que no son capaces de defender la vida, son mudos con culpabilidad porque tienen todos los medios y no los utilizan.

El slogan (“dale gracias al Creador porque no te abortaron a vos”) que emplearon algunos estudiantes de un colegio, el día de la marcha contra el aborto, puede ayudar a unas cuantas y a unos cuantos a reflexionar y a actuar como persona; a tener la suficiente madurez para buscar la información que desconoce y para no dejarse llevar por la moda de lo que se usa en otros países. Seamos mujeres y hombres de una pieza, coherentes entre lo que pensamos, decimos y hacemos. Sólo así somos realmente personas y sólo así podemos despertar credibilidad en el pueblo.

La autora es Doctora en Ciencias de la Educación

Directora de Desarrollo Institucional, Colegio Lincoln.   

Editorial
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