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El embajador de Estados Unidos, Thomas Wheland, brinda con Somoza García.

Los Somoza ordenaron el arresto de los opositores

Víctimas de arresto, interrogatorios y torturas RICARDO CUADRA [email protected] La noche del 21 de septiembre, el doctor Emilio Alvarez Montalván asistió como de costumbre a la Tertulia de Papa Chilo. Otros, en cambio, caminaban en dirección al Teatro Salazar, de Managua, donde se exhibiría por tercer día consecutivo la película mexicana “Violetas Imperiales”, protagonizada por […]

  • Víctimas
    de arresto,
    interrogatorios y torturas

RICARDO CUADRA [email protected]

La noche del 21 de septiembre, el doctor Emilio Alvarez Montalván asistió como de costumbre a la Tertulia de Papa Chilo. Otros, en cambio, caminaban en dirección al Teatro Salazar, de Managua, donde se exhibiría por tercer día consecutivo la película mexicana “Violetas Imperiales”, protagonizada por la diva Sarita Montiel.

Cuando terminó la velada, Alvarez Montalván se dirigió a su casa, ajeno al atentado perpetrado contra Anastasio Somoza García, el patriarca de una de las dictaduras más sangrientas de Latinoamérica.

Dos horas más tarde, mientras él y su familia dormían, una patrulla se estacionó frente a su casa. Uno de los oficiales se bajó, tocó con violencia la puerta y gritó: “Abra la puerta, es la Guardia Nacional, está usted detenido”. Alvarez Montalván fue conducido a “El Hormiguero”, ubicado en la Avenida Roosevelt, frente al Campo Marte.

“Cuando llegué me encontré con Pedro Joaquín Chamorro, había llegado antes que yo. Ninguno de los dos sabíamos por qué estábamos allí”, recuerda el doctor Alvarez Montalván, 44 años después.

“No era la primera vez que me detenían, ya había estado preso durante un año, porque estaba involucrado en un complot en abril de 1954, y por eso no me extrañé de estar allí, porque sabía que en esa época todos los que figurábamos en la oposición estábamos en una lista y cuando ocurría algo, nos llegaban a sacar de nuestras casas, pero nunca me imaginé que le habían disparado a Somoza”, añade.

Luego de permanecer en la cárcel “El Hormiguero”, los detenidos fueron trasladados a un edificio contiguo a la Casa Presidencial, a la Comandancia General. “Allí me encontré con un espectáculo increíble: más de 500 personas estaban detenidas en un amplio salón. Creo que allí estaban todos los opositores de Managua”.

Un oficial de la Guardia Nacional de repente irrumpió los murmullos de los centenares de prisioneros. “Pónganse en fila de dos en fondo”, gritó. Las dos filas fueron hechas rápidamente, pues de otra manera se exponían a ser culateados.

“En ese orden subiríamos una escalinata que conducía a un segundo piso, donde en una amplia sala había un escritorio con dos personas, que interrogaban y tomaban notas”, refiere Alvarez Montalván.

“Cuando me acerqué me di cuenta que los dos oficiales estaban provistos de aparatos que usan los médicos para examinar a los pacientes. Se trataba de un tensiómetro, para medir la presión arterial, así como también el fajón que se coloca alrededor del tórax, para registrar la frecuencia de las respiraciones; y un técnico que palpaba el pulso en la muñeca para contar las pulsaciones cardíacas por minuto”.

“Comprendí entonces que estaban usando una versión criolla de un detector de mentiras. La idea era que cuando te hacían una pregunta y la respondías con franqueza, tus signos vitales no se alteraban, pero si te hacen una pregunta y mentís, se alteran, tu pulso se acelera, la respiración se agita y la presión sube”.

La persona que ideó utilizar este aparato en nuestro país, según el doctor Alvarez Montalván, fue el norteamericano Richard (Rip) Van Winckle, quien vino a Nicaragua para organizar la Oficina de Seguridad de Somoza García.

“Cuando ocurre el atentado contra Somoza, Van Winckle convence a los hermanos Somoza, Luis y Anastasio, que descubran a los culpables sometiéndolos al detector de mentiras, en vez de recurrir al procedimiento normal de la Guardia Nacional que era mediante la tortura con una máquina eléctrica que le llamaban La Chimichú. Para nosotros fue una gran suerte, que en esos momentos de gran tensión, usaran el detector de mentiras”. La Chimichú consistía en un aparato de tortura que parecía silla eléctrica.

“En esa prueba yo salí bien, recuerdo que las preguntas que nos hacían eran: ¿A usted le gusta nadar?, ¿A usted le gusta bailar?, y así sucesivamente una serie de preguntas hasta que de repente le decían a uno, ¿Sabía usted del asesinato del General Somoza?, y por supuesto que uno se alteraba al escuchar eso, pues lo desconocíamos hasta ese instante”.

Los Somoza, al ver que el detector de mentiras no arrojaba los resultados que ellos esperaban, optaron por volver a su viejo procedimiento: La Chimichú y a sumergir a los detenidos en el agua hasta el punto de asfixiarlos.

“Al doctor Enrique Lacayo Farfán, un médico muy distinguido, el propio Anastasio Somoza Debayle lo agarró del pelo y casi lo ahoga en un lavamanos”.

“Esto lo hacía con la intención de que éste dijera cosas que quería escuchar y una de ellas era que acusara al Coronel G.N. Lizandro Delgadillo, porque Somoza Debayle ya quería deshacerse de él. Allí estuvo también el doctor Enoc Aguado, candidato a la Presidencia de la República, quien me contó que le habían puesto unos focos de gran intensidad. Todas estas cosas se las hicieron desde luego a Edwin Castro y a Ausberto Narváez, asesinados posteriormente en las cárceles de La Aviación”.

¿Qué pasó con usted después del interrogatorio?

“Después del interrogatorio me mandaron a las cárceles de La Aviación, allí estuve detenido tres meses”.

¿Bajo qué cargos estuvo detenido, si se demostró que no tenía nada que ver con el asesinato?

“Nunca se me hicieron cargos en contra, sólo me tuvieron preso. En ese tiempo no se acostumbraba hacer cargos, ni la presencia de abogados, ni nada por el estilo. Era un procedimiento como el que usaron los sandinistas en la década de los 80, porque después de todo, éstas son cosas de la cultura política nicaragüense”.

UNA MANDARINA OCULTA UNA CLAVE

En una de las tantas visitas que recibió por parte de su esposa, ésta le entregó una mandarina que le enviaba Agustín Torres Lazo, el Fiscal del Tribunal Militar de la Guardia Nacional, con la recomendación de que la desollara con mucho cuidado porque tenía algo importante adentro.

El doctor Alvarez Montalván encontró en el interior de la mandarina un pequeño recorte del diario de los Somoza, Novedades, en el que estaba la declaración íntegra ante el Tribunal Militar del doctor Reynaldo Antonio Téfel, en la que confirmaba que nunca se había entrevistado con Rigoberto López Pérez y ponía como testigo a Alvarez Montalván.

Gracias a ese recorte, Alvarez Montalván repitió la misma versión que Téfel, en la que confirmaba que no hubo contacto alguno con Rigoberto López Pérez, hecho que le permitió salir en libertad.

“Torres Lazo le ayudó mucho a Pedro Joaquín, porque nunca aceptó que Pedro estaría involucrado en la conspiración del asesinato de Somoza y lo único que le pudieron achacar es que había conspirado contra el Orden Público”, refirió.

Según el doctor Alvarez Montalván, Anastasio Somoza Debayle murió creyendo firmemente que Pedro Joaquín Chamorro estuvo involucrado en la muerte de su padre. “Anastasio (Somoza) tuvo una plática con un amigo mío a quien le dijo: “sí, Pedro Joaquín estuvo metido en el asesinato de mi padre”, pero mi amigo le dijo, “pero si tu mismo Consejo de Guerra lo absolvió del cargo”. “Ah,-ripostó él, pero lo que yo no sabía es que la esposa de Pedro Joaquín es pariente de Torres Lazo. Yo no sabía que Torres Lazo me había traicionado”.   

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