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Jóvenes, pensantes y sin andarivel

  • Cuando la clase política pide (ruega) credibilidad a los jóvenes, surge la
    consabida respuesta: ¿credibilidad
    como la demostrada hasta el presente?

Juan Carlos Santa Cruz

Existe opinión más o menos generalizada que la juventud de hoy es algo apática, que no manifiesta simpatías por los partidos políticos, que no sabe si votará, o por quien votar, y a veces ni siquiera si obtendrá su cédula. En una palabra, apatía e incertidumbre son elementos que definen el perfil de gran parte de la juventud alrededor del fenómeno electoral.

Comienzan las preocupaciones. Van surgiendo los que se consideran iluminados, ataviados con recetas participativas que datan de varias décadas. Dan inicio las arengas de “educación cívica” a los jóvenes, que oscilan entre el profesionalismo de Etica y Transparencia, hasta los melodramáticos llamados de los furtivos cazadores de votos.

En estas idas y venidas de última hora sería bueno que incluyéramos ocho o diez preguntas en nuestro íntimo repertorio para darnos cuenta cuánto mal le hemos hecho a la credibilidad de los jóvenes. Basta interrogarnos si en todos estos años le hemos legado un futuro promisorio, le hemos creado espacios o los seguimos viendo como problema y no como sujetos de derecho.

Cuando la clase política pide (ruega) credibilidad a los jóvenes, surgen las consabidas respuestas: ¿credibilidad como la demostrada hasta el presente? ¿Ejemplo de moralidad como la que nos tienen acostumbrados, corrupción mediante?

Desde ya señores políticos, adultos y muy adultos, sepan que los adolescentes y los jóvenes los observan y ellos, por su misma conformación son sumamente sensibles.

Los jóvenes saben muy bien que una cosa son las campañas para la participación ciudadana y otra las campañas focalizadas alrededor del ejercicio del derecho al voto. Porque al fin y al cabo, están conscientes que votarán para que la decisión última la tomen los adultos.

Campañas de participación ciudadana de autoconstrucción de viviendas, de participación en salud comunitaria, en educación de adultos, en actividades sociales de aprender haciendo, con un relativo esfuerzo ganan simpatía de la juventud. Muy otra es su reacción cuando se trata de elegir políticos de generaciones pasadas, de partidos compuestos por dirigentes desgastados.

Los jóvenes no son apáticos por naturaleza, y personalmente puedo confirmarlo como profesor universitario, pero es probable que la globalización les haya afectado bastante.

Estimados políticos, muy adultos y de tercera edad, reflexionen, y al menos por un momento díganse a sí mismos: ”ya es tiempo de convocar a los relevos, porque con este discurso desfasado ya no somos interlocutores válidos para los jóvenes”.

Aunque parezca mentira, el tiempo pasa, y a eso que los adultos llamamos apatía, probablemente para los jóvenes es participación, a su manera, es rechazo, a su manera. Manos a la obra, entonces, antes que sea tarde.

El autor es sociólogo.   

Editorial
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