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Medicina nazi

  • El cientificismo pseudohumanitario y la
    retórica de ghetto feminista no deben
    obnubilar la capacidad de discernimiento del hombre y la mujer de a pie

Es notoria la saga del Dr. José Mengele, el médico nazi que diseñara, implementara y dirigiera experimentos médicos en seres humanos que incluían la vivisección sin utilizar ningún tipo de anestesia. Mengele, a partir de mayo de 1943 es médico responsable en el campo de mujeres de Auschwitz, donde practica de manera sistemática la infección con bacterias del tifus en gemelos univitelinos de origen judío y gitano. Claro, Mengele, era una mera polea de un engranaje vasto y monstruoso que abarcaba la asociación “Lebensborn”, que dependía directamente del Jefe de las SS, Heinrich Himmler. “Lebensborn” se hizo cargo de la política poblacional del nazismo, atendiendo con especial cuidado a las madres solteras. Por todo el territorio del Reich diseminó clínicas obstétricas y hogares infantiles. A eso se llama amor totalitario.

Aquí también se cuecen habas. Sin ese tono dramáticamente siniestro, pero se cuecen. Resultan notorias al hombre y mujer de la calle el tipo de faena alternativa al que se dedican ciertas clínicas que ostentan nombres indígenas (¿alguna alusión risueña a los sacrificios humanos indoamericanos? ¿al puñal de obsidiana verde, acaso?), clínicas donde se practican abortos con no disimulado alborozo, encomiable espíritu deportivo y grosera actitud mercantilista. Nuestras sacerdotisas del coito, ya puesta a denominar, camandulescamente y con moralina pequeño burguesa califican los abortos provocados como “abortos terapéuticos”.

Estamos ante un negocio saneado. Las ganancias del cash-flow se acumulan con ritmo tranquilizador. Creo que a eso le llaman “flujo de caja”. Las cabezas (si así lo desean pueden insertar el signo de arrobas o pueden escribir “cabezos”) visibles del “Lebensborn” criollo no se fastidian con disimular sus lucrativas actividades con un afeite de humanitarismo, altruismo o filantropismo. De lo que se trata es de llenar una cuota fija en la alegre repartición de preservativos o el cumplimiento del tope de “interrupciones”.

Con este cómodo modus operandi globalizado se tiene asegurado el flujo de dólares hacia los bolsos de las mujeres dictaminadoras del nuevo milenio. Todo políticamente correcto. Todo en el mejor estilo del capitalismo salvaje. Todo en aras de la búsqueda incesante de la excelencia. ¿Pero no habíamos quedado en que el yankee es el enemigo de la humanidad? El viejo Karl Marx hilvanó una frase formidable que es a la vez una admonición para desenmascarar imposturas: “las aguas heladas del cálculo egoísta”.

La palillona asumida, amigo lector de tanta prisa monetaria insuflada por las ONG, resulta ser una conocida y competente abortóloga (honor a quien honor se merece), al parecer descendiente en línea directa de uno de los conquistadores de cierto país sudamericano. Viene bien recomendada la doctorcita.

Embajadas plenipotenciarias de la muerte, las citadas clínicas integran apenas una polea, una barra de transmisión mínima de un negocio de veras millonario. El cientificismo pseudohumanitario y la retórica de ghetto feminista no deben obnubilar la capacidad de discernimiento del hombre y la mujer de a pie. Pero hay más aún: únicamente un reblandecido cerebral puede pretender ignorar la vinculación orgánica entre las profetisas de la confusión y cierta organización de marginales camuflada de partido político serio y moderno. El odio que no se atreve a decir su nombre.

El autor es doctor en medicina.   

Editorial
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