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Memorias y desmemorias de Josecito Cuadra Vega

MARIO FULVIO ESPINOZA [email protected] Josecito Cuadra Vega ha salido a recibirme al porchecito de su casita, pero junto con él ha salido la “Muñeca” que se mueve como un gusanito inquieto entre las canillas de él y las mías. Perrita joven, colochona y guapachosa, digna de perro noble y con buena dote. —Es raro Mario […]

MARIO FULVIO ESPINOZA [email protected]

Josecito Cuadra Vega ha salido a recibirme al porchecito de su casita, pero junto con él ha salido la “Muñeca” que se mueve como un gusanito inquieto entre las canillas de él y las mías. Perrita joven, colochona y guapachosa, digna de perro noble y con buena dote.

—Es raro Mario Fulvio, pero vos le caíste bien a esta perra. ¡Mirala cómo se mueve!

—Ese es mi problema, soy tan guapo que quiebro los espejos.
—Sí, y además de guapo no sos tan feo, ¿verdad?
Entramos, pues, a la famosa casita L835 de la Centroamérica, y después de expresar mi saludo a la amada amante amantísima doña Julia, nos arrellanamos en las incitantes poltronas y a volar lengua se ha dicho.

—¿Cómo te va Chepitó?
—Si te digo que bien, te miento. Mejor te digo: aquí mantenidito.

—El otro día me contaste que tu mamá murió a los 44 años, cuando vos tenías cinco años… ¿Cómo transcurre la vida de Josecito y de sus hermanos en esos tiempos?
—Yo quedé tan tierno a la muerte de mi madre que ya casi no tengo recuerdos de lo que fue ella, ni de lo amorosa que fue ella conmigo y sus demás hijos. Me cuentan mis hermanos mayores que la víspera, cuando ya se sentía en los últimos momentos de su vida, mandó llamar los nueve hijos, los puso en fila y a cada uno le fue dando su bendición, la última. Yo tenía cinco años y una estrella en mi mano, esa estrella era mi madre… Se me fue mi estrella.

¿Qué sentí? No recuerdo, no estaba consciente de eso, a esa edad uno no se da cuenta de lo que es la muerte, no se da cuenta lo que es la pérdida de un ser querido como es la madre… ¡Madre matrix!

Mi madre era muy bella. Hago una descripción de ella en un poema titulado “Olvidos”, pero una descripción puramente subconsciente, digamos que es el recuerdo que quedó en el tierno cerebro de un niño sobre lo que fue su madre.

—¿Qué decías en ese poema Chepitó?
—¿Qué memoria de eso puede tener un vejete flete de 86 años? Ya las células cerebróginas se secaron o se disecaron y ya no recuerdan. Aunque dicen por ahí que los recuerdos de antaño se recuerdan —valga la redundancia—, y las cosas inmediatas se olvidan, pero por muy cierto que sea este refrán, 86 años es demasiado.

—¿Cómo transcurre la vida de los nueve hermanos después que fallece tu mamá?
—Unidos por el dolor. Todos los mayores siguieron viviendo allí con nuestro padre Manuel Antonio, pero los pequeños, como eran mi hermano Gilberto, Ramiro y Josecito, esos fuimos acogidos por los brazos amorosos de nuestras tías madres, les llamo tías madres porque ellas repusieron a nuestra madre y nos dieron el cariño que necesitábamos. Ellas eran, Lolita Vega, casada con don Simeón Cajina pero no tuvo hijos. (Todo lo hace Dios, él le pasa paños tibios en el alma a uno). La otra hermana de mi madre se llamaba Paulina, murió virgen, en olor de virginidad.

Mi familia fue transhumante. Primero estuvieron afincados en Malacatoya con un gran negocio. Malacatoya era en ese tiempo antesala de Granada, era el puerto donde calaban, en vez de mulas digamos los barcos que venían de Boaco y Chontales. Allí descansaban, pasaban la noche y al día siguiente proseguían para Granada, que era el gran mercado de quesos, cuajadas, dulces de rapadura y… ¿qué sé yo!… Allí vivieron mis padres muchos años hasta que salieron huyendo a raíz de la revolución de José Santos Zelaya, mi padre era conservador, primo hermano de Carlos Cuadra Pasos, el padre de Pablo Antonio Cuadra.

Luego, al triunfo de un gobierno conservador —yo no sé cuál—, nombraron a mi padre comandante de armas de San Juan del Sur, donde estuvo muchos años. Allí nacieron Ramiro, creo que Luciano… Para resumirte, en Granada nacimos Gilberto y yo. Yo nací cabe la sombra de los muros de Xalteva, en la Calle del Palenque, y te repito —que fachendo Josecito—, cabe la sombra de los muros de Xalteva.

—Por nada nacés en la Atravesada Chepitó, donde nacen todos los granadinos.
—Ajá, en la Atravesada. (Aquí entre nos te diré: nací en la Calle del Cerotal). Así dicen los jodidos. En Granada todo el mundo nació en la Calle Atravesada, pues bien allí en Granada nacimos Gilberto y yo, los demás en San Juan del Sur, Malacatoya, etcétera, etcétera, etcétera.

Vida de húngaro. Vida transhumante. Incidencias, cosas de la vida, así es. Pero fuimos muy unidos, unidos por la sangre, unidos por el amor y unidos por la muerte de mi madre.

—¿Y de dónde les viene a los Cuadra Vega ese amor por la poesía y el arte de escribir?
—Yo escribí de eso en LA PRENSA LITERARIA, y le di a Marta Leonor un retrato de mi madre y un poema de ella que es bellísimo, bellísimo. Claro que de acuerdo a la poesía de la época habla de cementerios, habla de tristezas, habla de tumbas, del frío sepulcro. Ella era intelectual, era poeta, de ella sacamos este amor a las cosas literarias. Ella estudió en el Colegio Francés de Señoritas, y era tan buena, buenísima alumna, tan aprovechada, tan destacada, que siendo alumna la nombraron también profesora de no sé qué, algo inusitado en un colegio tan rígido como los de antes. Bueno, esa fue mi madre, una mujer muy inteligente, el único bruto fue Josecito.

—¿Y cómo transcurrían las veladas con tus hermanos?
—En Masaya —donde vivimos la mayor parte del tiempo—, los solares eran abiertos, muy arbolados, habían pájaros, chichiltotes, cenzontles, zanates y todo tipo de animalitos, allí mis hermanos mayores hacían fusiles hechizos de vaqueta y pólvora y los hacían estallar, y tiraban pajarillos —que crueldad—, y también tenían hondas de mil formas y clases. Yo me acuerdo que mi papá mantenía un eterno regaño para mis hermanos porque andaban matando pajarillos. Josecito ni una mosca. Pobrecito Josecito. Siempre ha sido idiota Josecito.

—De esos idiotas líbreme Dios, que de los otros me libro yo.
—Je, je, je, je… Es del agua mansa… Lo que pasa es que Josecito es medio farisaico.

—Lo que estoy notando es que te estás curando mucho en salud.
—Pues sí hombre, jodido, ¿qué voy a hacer?

—Pongámonos serios… Bueno… Ya convertido en poeta, ¿cómo asoma doña Julia en la vida de Josecito?
—Doña Julia asoma propiciatoriamente cuando estoy estudiando secundaria —antes le decían intermediaria—, en el Liceo de Varones de Masaya que era un edificio muy grande, allí estuvo aquel famoso Hotel Azcárate. Paso mi primer año, paso el segundo, y en el tercero comienza la conmoción emocional, social, virtual, corazonal, almal, almógina y me doy cuenta que frente al colegio había una niña, una muchacha. Me informo y se llamaba Julia, y comienza Josecito muy chirivisco, muy chirivisco a hacerle ojitos, y doña Julia, chirivisca también, responde, y así Josecito chirivisquió a su doña Julia… Los chiriviscos nos decían… Y vinieron los escarceos allí. Cerraditas de ojos a través de las celosías de una ventana, unos besitos que se quedaron en el aire. Bueno, pues así comenzó la cosa, se fue haciendo muy seria y vino pues, el amarre.

—¿Fue friendo y comiendo entonces?
—Pues no, tuvimos allí seis u ocho meses de escarceos amatorios.

—¿Utilizaste la poesía para seducirla?
—Josecito en ese entonces era bruto. Ya me lo dijeron, y ha salido en los periódicos y en las revistas, que Josecito fue un poeta tardío. Yo comencé a escribir ya en mi segunda juventud… Irrumpió mi madre en mi segunda juventud…

—¿Y por qué esa tardanza en reaccionar?
—Sí, claro. Es una cuestión puramente mental, puramente personal, personalísima, no sé cómo decirte, irrumpí tardíamente en la poesía y con algún mediano éxito.

—¿No te arrepentís de haber comenzado tardíamente?
—No. Nunca jamás. Me hubiera arrepentido de haber comenzado tardíamente si la calidad de mis poemas fuera tardía también. Pero según veo y me dicen mis generosos amigos, lo bueno de mi poesía fue la tardillez, aceptame la palabra y que me la acepte Peña Hernández, la tardillez de mi poesía fue beneficiosa porque fue una poesía que recogía a través de la experiencia de mi vida, tras largos años, y que afloró después en la poesía tardía con que me han bendecido.

—Chepitó… ¿y conociste vos a los poetas de Vanguardia y que proceden de Granada?
—Sí, pero los conocí muy tardíamente. Como te dije, la primera infancia mía transcurrió en Granada, ¡qué sabía yo de poesía ni de nada! Fue tardíamente también —y otra vez aparece la palabra “tardía”—, que ya joven, de veinte y tantos años, que viajaba a Granada y por contacto de Manolo, que era mayor que yo cuatro o cinco años y que ya tenía relaciones de amistad y literarias con José Coronel, Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos… Y ahí los fui conociendo y ya después de treinta años ellos se hicieron mis amigos.

—¿Influenciaron esos señores tu poesía?
—Absolutamente no. Aún cuando no es pecado decir “fui influenciado”. Apartando las interestelares distancias, se puede decir que en general yo fui influenciado por infinidad de poetas españoles o franceses. De manera que no es pecado decir si fui influenciado por estos poetas de vanguardia. Pero tal vez por mi condición de poeta tardío, yo fui una cosa que salió puramente de mí, a pesar de que ya tenía conocimientos de esos poetas llamados de vanguardia, pero yo nunca vanguardicé, gracias a Dios, la poesía, y otra vez te digo, mi poesía fue mía en mí, nunca me sentí influenciado por la poesía de mi hermano Manolo, que eso sí hubiera sido pecado. Imagínate lo que diría la crítica: “escribe como el hermano, pero qué va, ni al ojo del pie le llega”. Como sucedió con Rubén Darío hijo, se pone el hijo de su madre a poetizar —¡jodido!—, y sucede lo siguiente, si no igualaba o superaba a su padre no tenía derecho a escribir poesía, y escribió poesía y abandonó. Yo nunca, afortunadamente, imité a Manolo, a Coronel o a Joaquín Pasos, mi poesía, por segunda vez te digo con mucha satisfacción, fue mía en mí. Y seguirá siendo mía… Como doña Julia… ‘Jue pueta’.

—No terminaste de contarme qué pasó cuando te casaste con doña Julia… ¿Cómo transcurre la vida de casado y con hijos de Josecito? ¿Sigue igual el amor?
—Hasta la mera muerte. El amor no cambió. Me casé, dejé mis estudios. Comencé a trabajar en una de esas casas comerciales y luego nos fuimos a vivir con la familia de mi esposa a Managua. Pero mi cuñada me consiguió un trabajo en la Costa Atlántica con un tío de mi doña Julia, el doctor Jacinto Pérez Ponce, que era director del Hospital de Siuna, allí trabajé como cachimbero del doctor y fui aprendiendo a curar y a manejar medicinas, total allí estuve como 12 años, pero no sólo en Siuna sino en Alamikamba, Wayway River. Allí estaba la Mina la Luz construyendo una presa que iba a suministrar energía eléctrica a la maquinaria de la mina. Allí estuve como 5 años haciendo una muy buena labor. Aumenté como en cien varas, manzana y media digamos, el cementerio del pueblo, y no sé a cuántos pobres miskitos, sumos, ramas y criollos finiquité con mis malos conocimientos. Pasaron a mejor vida. Fui por cierto un buen cristiano en ese sentido.

—¿Y cuáles fueron los frutos de ese idilio con doña Julia que todavía perduran?
—Un hijo, mi primogénito que es varón y que ahora es arquitecto, se llama José como su papacito, pero no fue tan mujerista como yo. (Que no oiga doña Julia por favor). Luego dos hijitas más… Y seacabuche.

—¿Entonces no eras muy necio Josecitó?
—Necio fue el Josecito fuerano. Bajo el techo de mi hogar tres hijos, fuera del hogar, yo los llamo “fueranos”, cinco hijos, tres de ellos mosquitos y unos guapitos negros. Y doña Julia no sabe de estos hijos… Son bromas, Josecito es fiel a su doña Julia.

—Con el paso de los años, cuando ya vamos de reculada, con las coronas en el lomo, ¿cuáles son tus pensamientos?
—Pienso en la muerte. Mucho, y mi poesía está caracterizada por el amor a Dios, el amor a doña Julia y el terror de la muerte. Pero el miedo de morir es por dejar a los que amo, a la cabeza doña Julia, luego a mis hijos. El dolor que yo siento por morir y el dolor que yo sé que van a sentir quienes me aman.

No tengo miedo a enfrentarme con Dios, yo voy con toda confianza ante Dios, porque Mario Fulvio, yo nunca le he hecho un mal a un cristiano, nunca jamás una maldad de hecho, de derecho, ni de pensamiento. Nunca le he deseado un mal a nadie, me da lástima hasta matar una mosca como te dije al principio.

—¿Algún deseo que se quede por cumplir?
—Nada. Nada. Absolutamente nada. He llevado una vida sencilla, una vida de privaciones económicas, nunca he llevado una vida de prosperidad, pero la he llevado dignamente, hice un buen trabajo, no tengo de qué arrepentirme, nada de que autorreprocharme. Todo lo que tenía que hacer lo hice bien, me casé con doña Julia, formé mi hogar, amé y sigo amando a mi doña Julia, mis hijos me aman… Tengo amistades que me aprecian, como vos ¿qué más puedo pedir?

—¿Es decir, que nadie le cae mal a Chepito, o sí?
—Pues el que tengo aquí enfrente… Es broma… Pero hay una mujer que viene aquí todos los sábados a pedir para la iglesia (mentira, es para ella). Y me dice: Ay Chepitó, que buen aspecto el que tenés —tal vez yo todo escurrido—, hasta te veo rosado, has cambiado de cuerpo vos. Esa mujer sí me cae mal, la odio y la conmisero, yo sé que me está mintiendo por puro gusto.

—Oíme Chepitó. Vos te vas a ir al cielo. ¿Qué pensás hacer ahí? ¿Vas a seguir siendo chirivisco?
—Hombré sí. Lo único malo del caso es que dicen que allá en el cielo los ángeles no tienen sexo… ¡Y no hay ángelas! Y como no soy homosexual, me va a llevar el diablo.

—¿Y vas a seguir escribiendo poemas en el cielo?
—No hombré. Allá en el cielo una de las condiciones que me va a poner Dios es: Josecitó, ni mierda de versos aquí, o te mando donde Satán. Mirá Pedro que no le den papel… ¡Quitáselo! ¡Quitáselo! ¡Quitáselo!  

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