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Entrevista exclusiva con el ex Coronel G.N. Bernardino Larios: “Somoza engendró al FSLN”

Intentó secuestrar al Coronel Anastasio Somoza P., “El Chigüín”, pero fue delatado por oficiales G.N. EDUARDO MARENCOPRIMERA [email protected] MIAMI-MANAGUA.— Los sesenta y cuatro años ya pesan sobre el rostro del ex Coronel G.N., Bernardino Larios. Alto y de mirada gris, el ex coronel Larios permanece refugiado en el exterior, laborando de “security” (CPF) en un […]

  • Intentó secuestrar al Coronel Anastasio Somoza P.,
    “El Chigüín”, pero fue
    delatado por oficiales G.N.

EDUARDO MARENCOPRIMERA [email protected]

MIAMI-MANAGUA.— Los sesenta y cuatro años ya pesan sobre el rostro del ex Coronel G.N., Bernardino Larios.

Alto y de mirada gris, el ex coronel Larios permanece refugiado en el exterior, laborando de “security” (CPF) en un hotel de lujo en Key Biscayne, Miami, adonde llegó después de sobrevivir a la “carceleada” que le impuso el dictador Anastasio Somoza Debayle y, años después, la dirigencia sandinista.

El ex coronel Bernardino Larios es miembro de ese “selecto grupo” de oficiales G.N. que tuvieron el valor de sublevarse a los designios de los Somoza a lo largo de la dinastía. Tras la caída del dictador fue nombrado Ministro de Defensa de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (JGRN). “No eran ángeles”, recuerda Larios refiriéndose a sus ex compañeros de la Guardia Nacional y a los sandinistas.

Hoy, a 21 años de la salida de Somoza del poder, el ex coronel concedió una entrevista exclusiva a LA PRENSA en su modesto apartamento en Miami, donde las paredes desnudas sin cuadros, las revistas desordenadas sobre la mesa, los sillones y el sofá, manifiestan su soledad.

UN HIPERTENSO EMOTIVO

Cuando Larios intentó ingresar por primera vez a la Academia Militar de la Guardia Nacional, fue rechazado por ser considerado físicamente “no apto”, ya que era “hipertenso emotivo”.

Posteriormente fue aceptado con la condición de que si se enfermaba sería dado de baja. Fue un aliciente para él. Se hizo el mejor corredor de resistencia de su promoción, hasta llegar a ser Capitán Cadete en 1957.

Luego consiguió una beca para estudiar ingeniería militar en las Agujas Negras, una Academia Militar en Brasil, al ser recomendado por Felipe Rodríguez Serrano, quien había sido secretario privado de Anastasio Somoza García. Al regresar, se integró al Batallón de Combate y posteriormente al Batallón de Ingenieros.

Larios desarrolló una carrera militar satisfactoria dentro de las filas de la Guardia Nacional.

“Yo gozaba de mucho prestigio ante el General Anastasio Somoza Debayle. Realmente yo tenía fe en que él haría un buen gobierno porque fue director de la Academia Militar cuando yo era cadete”, recuerda Larios.

Pero sus primeros descontentos se los expresó a Somoza Debayle, personalmente. “Nos dieron una audiencia con el General Somoza Debayle y yo aproveché para pedirle a él que visitara los cuarteles porque tenía fe que con él en el poder íbamos a mejorar todos. El prometió visitar los cuarteles, pero un año después no llegó a ninguno”.

De manera que Larios no dejó pasar la oportunidad de recordárselo al dictador, en quien todavía tenía fe. Durante una fiesta de cumpleaños del General, Larios asegura que lo increpó. Le dijo: “General, ignoro los motivos por los cuales no cumplió una promesa que me hizo hace un año”. Somoza contestó: “¿Y qué promesa te hice yo?”.

“Todos me vieron como si iba a pedir una prebenda, pero yo le dije que había prometido visitar los cuarteles y no lo hizo”. Somoza contestó: “Ve Larios, cuando vos veás lo arrecho que es hacer el trabajo de tanta gente incapaz, me vas a dar la razón”.

Aunque, “aunque yo sabía que militarmente hablando él no tenía excusa ya que el jefe es responsable por acción y omisión, obviamente no le iba a decir que no… ¡si él tenía el poder de vida y muerte sobre nosotros!. Fui perdiendo la fe en él. Era alrededor de 1968”.

Eran los años del Che Guevara abatido en La Higuera, Bolivia; la masacre de jóvenes en la plaza de Tlatexlolco, en México; y los gritos de “Amor y Paz” en el movimiento hippie norteamericano. Larios era entonces un militar de 32 años.

EL COMPLOT CONTRA SOMOZA

Diez años después, el 27 de agosto de 1978, tras el asalto al Palacio Nacional por parte de un escuadrón sandinista, el coronel Bernardino Larios fue dado de baja por conspirar para organizar un complot contra el General Anastasio Somoza Debayle. Y allí empezó su odisea.

Larios resume en cuatro palabras su motivación para conspirar contra el dictador: “El hombre (Somoza) ya apestaba”.

Tras ser detenido, fue interrogado por el coronel Bayardo Jirón, jefe de la Seguridad de entonces, y por Juan Lee Wong, abogado y torturador de la Oficina de Seguridad Nacional (OSN), órgano represor de la dictadura, según lo plasmó Larios en una carta que dirigió a Somoza en diciembre de 1978.

Somoza dirigió un Consejo de Guerra que enjuició a Larios y al resto de presuntos conspiradores, a quienes posteriormente se les dio de baja de las filas de la Guardia Nacional.

En una carta hecha pública en LA PRENSA, en diciembre de 1978 –luego de ser enjuiciado–, Larios acusa nuevamente a Somoza de provocar derramamiento de sangre en todo el territorio nacional por “su obsesión de mantenerse en el poder” y de promover las siniestras “Mano Blanca” y Grupos Paramilitares de choque contra la oposición política.

¿Por qué conspiró contra Somoza?

Ya la corrupción llegaba a un extremo insoportable. Era una corrupción tan grande que me asqueaba. ¡Si a mí, siendo coronel, la Policía intentó cambiarme el croquis de un choque! Igual había tráfico de licencias, con los seguros de accidentes. Si no eran ángeles. La desgracia es que el remedio resultó peor que la enfermedad.

Vi que nadie tenía la menor intención de gobernar ni hacer algo por el país. Yo comprendía que el hombre (Somoza) ya apestaba. Él no gobernaba y nosotros nos íbamos cada día más al fondo. Yo le decía a los demás: “Este hombre nos está hundiendo. Él se va a ir y nosotros nos vamos a quedar ensartados”. La gente tenía hambre.

Al soldado mismo le robaban la comida. El dinero que daban para la comida del soldado, los comandantes se lo robaban. Eran amorales completamente. Fueron ellos los que trajeron al Frente Sandinista.

Los efectivos que realmente pelearon por Somoza eran unos 3,600 y la corrupción era tal que se inflaban los números para robar más. Eso nos llevó al fracaso. Era un relajo completo. Basta decir que en la Academia, un alma mater, no existían archivos.

En tiempos de la Guardia vieja, Somoza mantenía a un comandante hasta diez y quince años en un mismo lugar. Este hombre se integraba a la sociedad y no tenía por qué robar en un año lo que podía robar en diez. Pero los académicos solamente tenían un año para robar lo que se robaba en diez. Entonces los impuestos, los centros de prostitución iban a su bolsa, era una lotería que los mandaran a lugares donde había juego y prostitución. Era dinero sucio, pero Somoza sabía. Migración, el Tráfico, todo eso era la lotería”.

¿Cómo surge el complot contra Somoza?

“Comencé a conversar con algunos compañeros míos, a quienes dije que había que hacer algo: el coronel Melvin Hodgson, ejecutivo en León; el teniente coronel José Wenceslao Mayorga, del Batallón de Combate (quien no quiso cooperar pero tampoco me denunció); el coronel Constantino Mendieta, quien fue mi chambelán. Mendieta me dijo que estaba de acuerdo conmigo.

Pero denunciarme fue una lotería, tal como ocurrió. Es un círculo vicioso… mientras menos personas hayan, menos posibilidades hay de que te denuncien, pero lo curioso es que a diferencia de los otros complots que hubo antes del mío, éste tenía en sus filas a soldados rasos, sargentos y oficiales.

Hubo un soldado que le fue a decir a don José Somoza (Papá Chepe), los movimientos raros que observaba. El general Federico Mejía, un hombre para quien la amistad estaba por encima de todo, se dio cuenta que nos habían descubierto a través del Capitán Gonzalo Valladares Reyes, un hombre muy valiente, de Comunicaciones.

¿Qué es lo que tenían planeado hacer?

“Habíamos planificado muchas cosas. Íbamos a capturar al Chigüín (Anastasio Somoza Portocarrero) y con la vida de él, evitar mayor derramamiento de sangre. Nos detuvieron en agosto de 1978. De ser posible la captura del Chigüín, hubiéramos presionado a Somoza para que dejara el poder y hacer una transición lo mejor posible. Pero había mucho miedo.

Valladares me dijo que nos habían descubierto. Decidimos no hacer nada más porque no sabíamos quién nos había denunciado, pero tampoco podíamos irnos porque no es decente dejar embarcada a la gente. Era una tensión terrible, solamente nos dedicamos a pasar desinformación y esperar que nos quebraran. El general Mejía me dijo: “Compadre, nosotros somos oficiales profesionales”. Yo le dije que sí, pero que también éramos nicaragüenses. Esto no es de Somoza sino de los nicaragüenses. Le dije: “los Somoza se van, nosotros nos vamos a quedar con la papa caliente aquí”. Y así fue.

A ese hombre lo echaron preso porque nunca me delató. Y fue Jefe de la Custodia de Somoza y después lo hicieron jefe del Ejército”.

¿Qué sucede cuando los detienen?

“Nos torturaron. El único que me golpeó fue Bayardo Jirón. La principal tortura era el ejercicio físico. Cualquier oficial académico prefería que lo golpearan a que lo mandaran a hacer ejercicio, ya que éste te deja imposibilitado aunque no te deja huellas. Te deja varado completamente. Pasé veinte días sin poder moverme. Casi me deshidrato completamente.

Les dije a mis torturadores que ningún general tenía moral para dar una orden en la Guardia, habían destruido el Ejército, nos habían puesto al pueblo contra nosotros por la robadera y la corrupción. Vergüenza deberían sentir ellos. Hoy me tienen a mí así, pero no me arrepiento en absoluto de nada, más bien me libera. Ninguno de los ocho oficiales me dijo nada. Uno de ellos me dio un cigarrillo, algunos estaban de acuerdo conmigo.

Permanecí detenido entre agosto y diciembre de 1978. Vallejo, un amigo personal, fue el fiscal en contra mía. Fuimos juzgados por sedición. Me defendió el doctor Diego Manuel Robles, un hombre sagaz, quien hizo posible que me liberaran. Tuve que irme porque agarraron a uno de los soldados que andaba conmigo y casi lo matan. Un soldado me dijo que habían recibido órdenes de provocar un “accidentito” conmigo. Tuve que irme a Costa Rica. Allí fue que conocí a los dos Ortega y a Víctor Tirado López.   

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