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Vicente Uriarte Zamora se adjudicó la muerte de Amador y de un correligionario de éste. (Reproducción de Cruz Flores).

Cuando el poder se impone

Curiosamente su muerte se produjo precisamente la víspera del día que Amador Flores se disponía a viajar a Managua para presentar ante las autoridades superiores la molesta documentación contra el alcalde Entonces, sin que nadie lo esperara, la Policía presentó días después a un campesino de Achuapa identificado como Vicente Uriarte Zamora. Pocos se hubieran […]

  • Curiosamente su muerte se produjo precisamente la víspera del día que Amador Flores se disponía a viajar a Managua para presentar ante las autoridades superiores la molesta documentación contra el alcalde
  • Entonces, sin que nadie lo esperara, la Policía presentó días después a un campesino de Achuapa identificado como Vicente Uriarte Zamora. Pocos se hubieran imaginado lo que este hombre, de humilde aspecto, tenía que decir

ANUAR HASSAN yEMILIANO [email protected]

Pedro Joaquín Amador Flores era, con toda seguridad, un hombre honesto. De otra manera, no se le habría ocurrido enfrentar tan temerariamente como lo hizo, al todopoderoso gobernante de la pequeña y rural comunidad donde nació. Quizás Amador Flores se inspiraba en el ejemplo de sus correligionarios políticos del siglo 19 que gobernaron el país durante tres décadas de forma tan transparente y limpia que han pasado a la historia como “el gobierno de los 30 años”, en un implícito reconocimiento a su honestidad.

Desde su cargo como síndico municipal de la Alcaldía de Malpaisillo por el Partido Conservador, Amador Flores había reunido abundantes e irrefutables pruebas sobre el nepotismo y el despilfarro que validos de sus puestos impulsaban el alcalde de la ciudad, Antonio Urbina Debayle y algunos de sus colaboradores más allegados.

Los principales cargos dentro del gobierno local estaban copados por parientes cercanos del alcalde y para satisfacer las exigencias de los que habían quedado fuera se inventaban jugosas plazas. Amador Flores tronaba abiertamente contra estos abusos y advertía que las arcas de la Comuna estaban exangües, saqueadas por la voracidad y la rapiña del alcalde y sus paniaguados en perjuicio del pueblo pobre, que era la mayoría en la ciudad.

Esta valiente actitud suya, tan inusual durante la dictadura de los Somoza, lo convirtió en el blanco de inquietantes amenazas contra su integridad física. Pero su arrojo cívico era más fuerte que cualquier intento verbal por silenciarlo y desdeñando las súplicas y los consejos de sus familiares y amigos porque se callara, escalaba antes bien el tono de su campaña por el saneamiento del gobierno y del manejo de sus recursos.

La noche del primero de mayo de 1977, Día de los Trabajadores, cuando se acercaba a su casa después de cumplir con algunas actividades sociales, fue atacado por un hombre que esperaba su paso entre las sombras de la calle.

El estampido de numerosos disparos de un arma de fuego sacudió la quietud de la calle y la humanidad del síndico, que se desplomó abatido bajo una lluvia de plomo.

Los vecinos que, venciendo el natural temor se acercaron al cuerpo acribillado del funcionario, comprobaron que éste era ya cadáver. Diez heridas de bala lo horadaban, seis en el costado derecho y cuatro en el pecho.

Curiosamente su muerte se produjo precisamente la víspera del día que Amador Flores se disponía a viajar a Managua para presentar ante las autoridades superiores la molesta documentación contra el alcalde.

La ciudad era un hervidero de rumores y conjeturas. En la memoria de las gentes se guardaba fresco un hecho acontecido poco más de un mes antes del mafioso asesinato del síndico, cuando el 28 de marzo de aquel año fue también asesinado a tiros Andrés Pérez Guerrero, un correligionario conservador y gran amigo de Amador Flores.

La muerte de Pérez Guerrero, quien también criticaba la corrupción administrativa de la Comuna, permanecía en el más insondable misterio.

Pérez Guerrero y Amador Flores gozaban en común del respeto de sus conciudadanos y hasta antes de enfrentarse al poder no tenían enemigos.

A los ojos de todo el mundo en Malpaisillo la cosa estaba más clara que un radiante día de sol: el síndico era un crítico acérrimo del alcalde y su pacotilla hasta el extremo de anunciar que iría a Managua a denunciarlo con todas las pruebas de su pésima administración; unas horas antes de que se materialice esa amenaza, el síndico es matoneado en una oscura calle de la ciudad para taparle la boca. ¿A quién beneficiaba el silencio del síndico? Al alcalde, lógicamente. Ergo, el alcalde era el responsable de su asesinato.

El Partido Conservador al que pertenecía la ilustre víctima dio a conocer su indignación a través de un comunicado, en el cual exigía de paso el pronto esclarecimiento del asesinato de su cofrade y el más severo castigo para quien resultare culpable.

La opinión pública, vale decir todo el pueblo nicaragüense hastiado de los desmanes de la dictadura y sus acólitos respaldó con simpatía la acusación pública que el hijo mayor de la víctima, Efraín Amador Zapata, formuló contra el alcalde Urbina al declarar como ofendido ante el juez Eleazar Moraga Cruz. El joven Amador dijo que también un hermano del alcalde, Oscar Urbina Sampson, acosaba con amenazas a su padre.

Y aunque Urbina Debayle tenía un gran poder que le venía, entre otras razones de indiscutible peso por su lejano parentesco con la familia de la abuela del dictador, había al menos que guardar las apariencias.

De León, la cabecera departamental, fueron enviados dos investigadores que sin gozar de títulos otorgados por academias de policía tenían ganada fama como tales, vaya usted a saber en virtud de cuáles métodos. Eran estos Antonio Espinales y el famoso Pablo “El Chele” Aguilera, de dolorosa recordación entre las decenas de campesinos, principalmente, que tuvieron que experimentar, en carne propia, sus nada originales medios de investigación.

Aún cuando formalmente no se formuló en su contra ningún cargo, el alcalde fue llamado a declarar ante el juez. Se mostró extrañado y consternado por la muerte del síndico con el que no tenía, dijo, mayores diferencias.

Si hubiera dicho que con el asesinado lo ligaban los más entrañables lazos de amistad, el estupor de la gente no habría sido mucho mayor. En atención a su alto cargo y a que materialmente no había ninguna prueba en su contra, el alcalde se retiró tranquilamente a su casa.

Entonces, sin que nadie lo esperara, la Policía presentó días después a un campesino de Achuapa identificado como Vicente Uriarte Zamora. Pocos se hubieran imaginado lo que este hombre, de humilde aspecto, tenía que decir.

De entrada, admitió ser el asesino del síndico Pedro Joaquín Amador, tarea por la cual Oscar Urbina Sampson, hermano del alcalde, le habría pagado la suma de quinientos córdobas.

Uriarte siguió hablando. ¿Y se acuerdan de la muerte de Andrés Pérez Guerrero? Pues aquel necio político conservador había caído también bajo el fuego de su viejo pero efectivo rifle calibre 22. ¿Que por qué había matado a Pérez? Simplemente porque el señor Urbina Sampson se lo había pedido a tiempo de poner en sus manos la nada despreciable suma de cuatrocientos córdobas. ¡He aquí, pues, que tenemos rápida y efectiva respuesta a dos acuciantes enigmas policíacos! Y para cerrar esta fiesta de los milagros surgió un hombre, Francisco Fletes López, quien aseguró haber visto a Uriarte cuando descargaba su 22 sobre el indefenso síndico aquella noche del primero de mayo. Consummatun est.

Cumplidos todos los requisitos legales (confesión de la culpa, declaración de testigo, etc.) el juez no podía hacer otra cosa más que ordenar el envío del doble asesino a formal y segura prisión. ¿Y el que pagó para accionar el gatillo? Pues nada. El mismo juez encontró que no había evidencias que sustentaran la imputación del homicida y de acuerdo a Derecho, dictó sobreseimiento definitivo a favor de Urbina Sampson.

Nada nos dicen las crónicas de entonces sobre la suerte del supuesto doble homicida, ni la de su contratista ni la del intocable alcalde.  

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