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Miembros del Club Alemán de Matagalpa en 1901. FOTO CORTESIA: E. Kühl.

Alemanes en Nicaragua: Entre el dolor y el olvido

Uno fue encarcelado en la desaparecida cárcel El Hormiguero “Tacho” los envió a Estados Unidos donde fueron intercambiados por soldados norteamericanos IVETTE CRUZ [email protected] Allá por el año 1852, la comunidad alemana, compuesta inicial y mayoritariamente por hombres solteros, empezó a asentarse en el Norte de Nicaragua con el propósito de cultivar 200 manzanas de […]

  • Uno fue encarcelado en la desaparecida cárcel El Hormiguero
  • “Tacho” los envió a Estados Unidos
    donde fueron
    intercambiados
    por soldados
    norteamericanos

IVETTE CRUZ [email protected]

Allá por el año 1852, la comunidad alemana, compuesta inicial y mayoritariamente por hombres solteros, empezó a asentarse en el Norte de Nicaragua con el propósito de cultivar 200 manzanas de tierras por persona que fueron otorgadas por el Gobierno. La condición para ser beneficiario del programa era cultivar las tierras y tener un capital inicial equivalente a unos US$2,500 por persona.

La suerte les abrazó al darles la oportunidad de edificar los beneficios y fincas que montaron gracias a su tesón, iniciativa y disciplina laboral. Nicaragua se convirtió, entonces, en una potencia cafetera y el Norte de Nicaragua en el epicentro de esa prosperidad económica. Las ciudades de Bavaria, Alsacia, Sajonia, Germania, Hammonia y la zona de Selva Negra dejaron de ser parte de la geografía alemana para representar los nombres de las fincas de los alemanes que se convirtieron en fuentes de trabajo para cientos de campesinos lugareños.

Los alemanes vinieron en barco hasta Granada y cabalgaron hasta llegar a las zonas donde se iban a establecer. Otros llegaron a León y comenzaron su travesía hacia a Matagalpa. “Mi abuelo fue uno de ellos. Vino de Granada a Matagalpa a caballo”, cuenta Eddy Kühl, radicado en Matagalpa. “Y lo curioso del caso es que a pesar de haber inmigrado ya hace más de un siglo, los descendientes conservamos el espíritu y la cultura en nuestras familias y nuestros hogares. Para muestra, este caso: “Vivimos en las montañas, a 1,300 metros de altura; nuestros hijos y nietos se han educado al estilo que lo hacían aquellos inmigrantes, en sus fincas”.

El progreso de esta inmigración llegó incluso a la invención de un “terrocarril”, que no era más que una locomotora de calderas de ocho vagones que trasladaba las cargas de café de Matagalpa a León. Cuenta el ingeniero Eddy Kühl que era su propio abuelo, quien hacía las veces de mecánico y que él era quien operaba la máquina para sacar el café de la zona.

EL ESTIGMA DE UNA NACIONALIDAD

Era el principio de la Segunda Guerra Mundial en 1939. Los aliados –Francia, Estados Unidos e Inglaterra– le declararon la guerra a Alemania. La política del Gobierno de Nicaragua de ese entonces, montó una ola de persecución contra los alemanes residentes en Nicaragua. La vaterland (patria) trasladó, entonces, el dolor de su suelo a los descendientes de aquellos cincuenta jóvenes alemanes que habían decidido acogerse al programa de plantación de café ofrecido por los gobiernos conservadores de los Treinta Años (1857-1892) y luego por el gobierno liberal de José Santos Zelaya (1893-1909), quienes con el afán de promover el cultivo de café, otorgaron hasta 200 manzanas de tierra en las zonas vírgenes de Matagalpa y Jinotega, principalmente. Ellos fueron los que iniciaron la promoción, producción, procesamiento, transporte y comercialización del café en el Norte de Nicaragua.

Así llegaron las penurias. El Gobierno de Nicaragua en los años cuarenta en las manos de Anastasio Somoza García, declaró la guerra a Alemania en 1941 y los alemanes residentes en Nicaragua, fueron víctimas de esa pugna suscitada en el exterior. Somoza comenzó la “cacería” de alemanes al reunirlos y encarcelarlos; a los más ancianos les impusieron casa por cárcel y los más jóvenes fueron llevados a la Quinta Eitzen, propiedad que Somoza había intervenido al alemán Ulrich Eitzen. Curiosamente la quinta es hoy el edificio donde funciona la Secretaría de Cooperación Externa en Managua.

“Ahí, no les daban comida”, relata Hilda Vogl, hija de Alberto Vogl Baldizón, quien fue una de las víctimas de esta ola de perseguidos. Y agrega: “recuerdo que la Guardia Nacional lo sacó con las manos alzadas desde un cafetal, de donde se lo llevaron”. Una vez encarcelados no les daban de comer. Sus familias les llevaban la comida y demás artículos de higiene personal y la guardia registraba todo lo que ahí entraba, pero de una forma espantosa, muy déspota”.

Las vivencias de esta familia son igualmente dolorosas para María Elsa Vogl, otra hija de Alberto Vogl, hermana de Hilda. “Era horrible ver a mi padre en esas circunstancias, que también las vivió mi abuelo Alberto Vogl, que era todo un caballero de la alta sociedad alemana encarcelado en la desaparecida cárcel El Hormiguero en Managua. Ahí no habían ni servicios higiénicos”, relata con voz entrecortada.

Estos hombres acostumbrados a tomar té y llevar una vida culta, se volvieron una nada. “A tal punto, que mi abuelo y luego mi padre, casi se mueren en la cárcel”. Sin embargo, el calvario apenas comenzaba. A la par de esta vida carcelaria, sus familias y bienes fueron acosados e intervenidos por “Tacho” Somoza. “En la finca, llamada El Carmen, ubicada en Niquinohomo, nombraron un interventor que no sabía nada de fincas y nos daba la comida racionada. No teníamos ropa y entonces mi madre me vestía con los pantalones viejos que ya no les quedaban a mi hermano”, agrega. De eso, queda la satisfacción de haber vivido en el campo; de haber aprendido a amar la naturaleza y el gallinero”, como lo recuerda Hilda.

A Vogl Baldizón le impusieron casa por cárcel, pero lo liberaron al comprobar que era legalmente ciudadano nicaragüense. Así “el papá Beto” como cariñosamente llamaban a Alberto Vogl recuperó su finca, con una gran deuda bancaria que tuvo que asumir y de cuyas inversiones no le supieron dar cuenta. La congoja se apoderó de él y tuvo que vender la finca.

Pero los vestigios de una guerra sangrienta entre las grandes potencias de ese entonces, no dejaron de pisotear a otros miembros de la familia. Carlos Hayn fue uno de los alemanes que fueron deportados a Estados Unidos. Lo enviaron a Nueva Orleans, luego a un pueblo de Texas, pero aunque “los mandaban como prisioneros, los trataban como reyes, pues les pagaban por las labores asignadas y ese dinero se lo enviaba a mi mamá, unos US$50 mensuales”, cuenta su hija Lula Hayn. Sin embargo, la permanencia en los campos de refugiados lo dejó mal e inestable. “Mi tío vino tan mal”, cuenta su sobrina Hilda Vogl, tanto que “nunca más se le vio sonreír y siempre estuvo cabizbajo y taciturno”.

“Tacho” Somoza los envió a Estados Unidos donde fueron intercambiados por soldados norteamericanos. Y para rematar, “subastó algunas de esas tierras, las cuales fueron adquiridas por él a través de un enviado, Camilo González, quien acompañado de un oficial de la Guardia Nacional armado, compró tierras por una cantidad irrisoria”, apunta Jorge Hayn, uno de sus hijos.

Por otro lado, Hans Ketelhohn fue uno de los alemanes que fue deportado a Alemania y canjeado por un soldado estadounidense. Su esposa, Blanca Rosa Ketelhohn, nos narra su historia: “Recuerdo que los alemanes salían de Nicaragua en tren. A mí me obligaron a acompañarlos. Estaba embarazada de mi hija Helene. El “Coto Vargas”, un oficial de la marina, me llegó a decir que debía tener listo el equipaje a las seis de la tarde del 12 de mayo de 1942. Salimos rumbo a Dallas. El destino era Ellis Island, Nueva York. En Dallas estuvimos un mes, pues el 12 de junio de ese mismo año, nos embarcaron rumbo a Alemania. Anclamos en Lisboa, donde nos canjearon por soldados americanos residentes en Alemania” y agrega: “hasta un huracán nos agarró yendo a Alemania”.

“En Lisboa nos llevaron a hoteles de primera, pero todo era racionado y para poder tener acceso a una mejor alimentación, alguien me dijo que me hiciera el examen de embarazo”, prosigue. “Efectivamente, estaba embarazada de mi otra hija”. Seguidamente, nos llevaron a Saarbrücken.

La hoy jubilada educadora del Colegio Bautista, de 85 años, recuerda que “cuando estábamos en los campos de refugiados no podíamos llevar ni traer dinero”. La mala racha no paró ahí. Ya al terminar la guerra, Hans y Bertha decidieron regresar a Nicaragua, pero él como alemán, tenía que quedarse en una cuarentena en Panamá hasta conseguir el permiso de salida y ella lo acompañó ahí hasta que les permitieron viajar a Nicaragua. Llegaron al país en 1959.

UNA PARADOJA HISTORICA

Aunque la historia señala un capítulo de advenimiento económico, tal como lo constata la hoy próspera hacienda Selva Negra que conserva la esencia alemana; que guarda entre sus venas, el sabor a tierra adentro y que da el sustento a más de doscientos campesinos cuando no hay cosecha; lo irónico es que los descendientes de esta comunidad han sido insignes representantes de los intereses de Nicaragua al ocupar importantes puestos públicos como Erwin Krüger, David Robleto Lang, y Salvador Stadthagen, quienes han fungido como ministro de Cooperación Externa, Roberto Stadthagen, ministro de MARENA y Ernesto Leal descendiente de Pablo Eisentuck, Ministro de Relaciones Exteriores.

Los años han pasado. Las querellas tienden a olvidarse. Hay quienes han asumido esa vivencia como un resentimiento, pero hay otros que admiten el perdón como Eddy Kühl, quien considera que Somoza no era sino un dictador más, típico del resto de América Latina donde pasó igual con los alemanes con excepción de Argentina y Chile, e incluso, hay quienes prefieren dejar a un lado ese pasado con la intención de no suscitar más pugnas ideológicas.

La cultura es intrínseca en este legado de vida que se mantiene vivo, pues la herencia de los idiomas se mantiene. “Mi nieto de 12 años, entró al colegio hasta que llegó al quinto grado, las clases las recibía antes en la finca y no tuvo problemas en conectarse con las clases. Habla español, inglés, y un poco de alemán”, cuenta Eddy. Blanca Rosa Ketelhohn, por su parte, también le inculcó a sus hijos lo mismo, pues “todos hablan español, alemán, inglés y francés”, nos cuenta.

No obstante, independientemente de la postura que hoy se asuma, estos alemanes conservan su estilo de vida que se observa en el gusto por vivir en la montaña, como en los viejos tiempos cuando vivían en su tierra natal; con el frío de antaño, una chimenea y un piano que recuerdan los viejos tiempos, aunque, claro, ya no estén en las montañas de la vieja Alemania sino en la Nicaragua de hoy.  

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