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México transmite su experiencia electoral

“Cuando un órgano electoral casa su suerte a la suerte de alguno de los participantes, siempre acaba equivocándose” “La labor de una autoridad electoral es mantener la confianza de todos los actores políticos” “Lo peor que se puede hacer es subactuar, dejar de hacer cosas que la ley le manda, quedarse por abajo de su […]

  • “Cuando un órgano electoral casa su suerte a la suerte de alguno de los participantes, siempre acaba equivocándose”
  • “La labor de una autoridad electoral es mantener la confianza de todos los actores políticos”
  • “Lo peor que se puede hacer es subactuar, dejar de hacer cosas que la ley le manda, quedarse por abajo de su tarea, o, dos, sobreactuar, empezar a hacer cosas que la ley no lo mandata, porque eso también genera una enorme incertidumbre”

FABIAN MEDINA [email protected]

Para llegar a las elecciones más limpias de su historia, México hizo todo lo contrario a lo que está haciendo Nicaragua. Eso es lo que se desprende de las declaraciones del Presidente del Consejo General del Instituto Federal Electoral (IFE) de México, José Woldenberg, quien esta semana visitó Nicaragua para contar la experiencia de ese país que este año cambió gobierno en unas de las elecciones más aplaudidas de América Latina.

Woldenberg, evitó en todo momento referirse directamente a la experiencia nicaragüense y al homólogo del IFE en nuestro país, el Consejo Supremo Electoral, una institución fuertemente cuestionada por sus orígenes y la partidarización de sus miembros. “No quiero entrar por la puerta de atrás ni por la ventana a la discusión que ustedes tienen en Nicaragua. Yo creo que sería imprudente de mi parte”, elude, cuando se le toca el tema.

Nicaragua es el primer país, que conoce, de la viva voz de uno de sus principales protagonistas, la lección electoral mexicana. José Woldenberg, Presidente del Consejo General del Instituto Federal Electoral (IFE) de México, llegó a nuestro país el jueves pasado, en la primera visita oficial que realiza un funcionario de esa institución a un país extranjero, después que la ciudadanía mexicana terminara con 71 años de gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI), en las elecciones del 2 de julio pasado.

Para que esas elecciones fueran unánimemente aplaudidas en el escenario internacional, y que ganadores y perdedores aceptaran sus resultados, México vivió un proceso de transformación intenso, que comenzó en 1996 y que, a criterio de Woldenberg, estuvo garantizado por dos hechos fundamentales: una Ley Electoral aceptada por todos los actores políticos y, la construcción de una autoridad electoral, imparcial e integrada por funcionarios de alta capacidad técnica que no militaban en ningún partido político al momento de ser electos.

Woldenberg reconoce que en el caso de Nicaragua existe un modelo distinto, y evita comentar sobre él.

— Las elecciones mexicanas, guardando las distancias, se han comparado con las elecciones nicaragüenses de 1990. ¿Ha oído algo de eso?
“No, no me han hecho ese comentario, y tampoco creo que la analogía sea del todo válida. En México lo que hemos venido construyendo en los últimos años es un sistema de partidos equilibrados, y es un sistema que trata de ser legal, abierto, confiable, transparente. El resto lo ha venido haciendo la sociedad”.

“Durante muchos años México vivió bajo un formato partidista casi único. Bajo la estructura, el ideario, las siglas, de un solo partido se procesaba lo fundamental de la política”.

“Durante muchos años las elecciones en México carecieron de competencia. Ganadores y perdedores estaban predeterminados. Pero, al irse equilibrando el sistema de partidos, la competitividad se incrementó y eso desató una mecánica virtuosa, porque partidos más equilibrados hacen que las elecciones sean así, auténticas elecciones. Y elecciones cada vez más competidas van subrayando la centralidad de los partidos políticos. Para que eso acabara de aclimatarse en nuestro país, fueron necesarias varias operaciones. En primer lugar, modificar las leyes electorales; en segundo lugar, construir nuevas instituciones electorales, y una vez que tuvimos instituciones imparciales y condiciones de competencia equilibrada, entonces la ciudadanía tuvo las posibilidades de escoger entre las diferentes opciones. Y lo que ha sucedido en el año 2000 es que por primera vez, en efecto, hay un cambio del Poder Ejecutivo que se lleva a efecto a través de la ruta electoral”.

— ¿El reconocimiento que tiene el Instituto que usted preside sería el mismo si no hubiese ganado la oposición?
“Nosotros estábamos preparados para que ganara quien fuera, por la cantidad de votos que fuera. Y creo que esa es la labor de un instituto electoral. Cuando un órgano electoral casa su suerte a la suerte de alguno de los participantes, siempre acaba equivocándose. Entonces creo que el Instituto, en términos profesionales, en términos técnicos, pero incluso, sus funcionarios en términos anímicos, estábamos preparados para que ganara quien la ciudadanía decidiera”.

“Ahora, las reacciones ante uno u otro desenlace es un asunto que nosotros sí tenemos que contemplar, pero no es lo que hace normar nuestra actuación”.

— ¿Cuáles fueron las mayores resistencias que ustedes encontraron para que este proceso fuera transparente y equilibrado como usted dice?
“Pues nosotros nos beneficiamos de que el Instituto Federal Electoral trabajó con una ley que en su momento fue bien vista por todos los partidos políticos y las coaliciones, de tal suerte que cuando nosotros nos dedicamos a aplicarla, y cuando hicimos el proceso electoral siguiendo lo que la ley nos iba marcando, pues no encontramos realmente resistencia significativa a lo largo del proceso electoral. Siempre hay algún problema que remover, pero algo digno de subrayar como un obstáculo, muy relevante, no, no encontramos”.

— ¿El PRI siempre estuvo dispuesto a jugarse el poder en condiciones igualitarias?
“Yo creo que el PRI paulatinamente ha venido viviendo su propia reforma. Primero perdió unos municipios, luego algunas gobernaturas, en 1997 por primera vez no tuvo mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, y hoy pierde la Presidencia de la Republica. Podemos decir que este tránsito lento también fue aclimatando al PRI a los nuevos tiempos. Creo que el PRI sabía que en una elección auténtica se puede ganar, por supuesto, pero también se puede perder, y en esta ocasión la mayor parte de la gente votó por una opción distinta”.

— ¿Presiones por debajo de la ley…?
“Nunca hubo…”

— ¿Momentos tensos?
“Sí hubo algunos momentos tensos. A inicios de 1998 el PRI se retiró del Consejo General de Instituto Federal Electoral, diciendo que el IFE actuaba de manera parcial, pero luego logramos restablecer los puentes de comunicación con este muy importante partido. Y creo que al final acabamos con puentes muy fluidos y productivos. Porque la labor de una autoridad electoral es mantener la confianza de todos los actores políticos. La forma en que fuimos electos fue muy virtuosa, porque según la ley, debemos ser electos por la Cámara de Diputados a través de una mayoría calificada, es decir, dos terceras partes de los votos. Como ningún partido tiene esta cantidad, la propia ley induce a pactos, pero afortunadamente en 1996 los cuatro partidos que tenían asientos en la Cámara –el PRI, el PAN, el PRD y el PT–, decidieron votar por los nueve. Es decir forjaron un acuerdo, nos dijeron a los ocho consejeros electorales y un servidor: Ustedes serán los que tengan voz y voto dentro del Consejo General del IFE. Surgimos de un nombramiento unánime, lo cual era un aval muy importante. Lo que nosotros debíamos hacer es no perder ese aval a lo largo de todo el trayecto. Y para lograr eso se requiere, estar suficientemente abierto a las preocupaciones, iniciativas y a los problemas que plantean los partidos políticos en todo momento, y a darle una solución en el marco, claro, de la ley”.

— ¿Qué podía hacerlo perder ese aval? ¿Cuáles eran sus mayores temores?
“Yo siempre pensé que nuestra peor equivocación sería apartarnos de la ley. Una autoridad electoral lo peor que puede hacer es uno, o subactuar, dejar de hacer cosas que la ley le manda. Quedarse por abajo de su tarea, o, dos, sobreactuar, empezar a hacer cosas que la ley no lo mandata, porque eso también genera una enorme incertidumbre. Entonces nuestro guión de comportamiento estaba escrito en la ley”.

— Pero no todo es la ley. Podemos tener una buena ley pero las cosas siguen igual sin funcionar.
“Es que en el caso mexicano, la ley no sólo es una ley, sino un código de procedimientos. ¿Qué quiere decir esto? Que el código va marcando lo que en cada etapa tiene que ir haciendo la autoridad electoral. La ley nuestra es muy desagregada. ¿Y por qué es desagregada? Por la enorme desconfianza que había en la Ley Electoral. Si algo nos pidieron los sectores políticos –eso es propio de México, no digo que sea exportable–, era certidumbre. ¿Cómo podíamos darle certidumbre? Cumpliendo con la ley, y olvidándonos de improvisaciones, de giros de timón, de sorpresas. Cumpliendo con nuestra misión de manera objetiva, de manera puntual, de manera legal. Eso fue lo que hicimos y ese fue nuestro mejor escudo, nuestra mejor cobertura”.

— ¿Los miembros del Consejo militaban en algún partido político?
“Me imagino que cada uno de los miembros del Consejo, en el momento de sufragar, sufraga por algún partido, pero ninguno de nosotros, al momento de nuestro nombramiento tenemos una militancia”.

— ¿Cómo llegaron a esos cargos?
“Nuestros nombres salieron de los partidos y de la Secretaría de Gobernación. Se reunieron los representantes de los cuatro partidos que tenían presencia en la cámara y empezaron a ver nombres. Y lo que fue virtuoso es que el conjunto de los nombres dejó satisfechos a todos los partidos y todos los partidos votaron por nosotros. Fue una negociación política”.

— El otro modelo de órgano electoral es aquel que los partidos ponen a sus representantes…
“En Consejo General del Instituto Federal Electoral hay una presencia de los partidos…”

— Sin voto sí..
“Ellos no votan, solamente tienen derecho a voz. Pero ese es un modelo que conjuga, por un lado, que quienes tenemos derecho a voz y voto no militamos en ningún partido, pero estamos obligados a una interacción muy fuerte con los representantes de los partidos y con los representantes del Congreso, y de esa manera ello nos hacen llegar sus proposiciones, sus iniciativas, sus preocupaciones, y nosotros tenemos que atenderlos. Ese modelo para México ha sido útil. Yo sé que en otras latitudes hay otros modelos, pero tampoco me gustaría a mí pontificar desde México que nuestro modelo es un modelo exportable, universal. A nosotros nos funcionó”.

— La moraleja es no dejar a los partidos de lado, pero tampoco dejarlos decidir sobre los resultados de las votaciones.
“Quien tiene que decidir es la autoridad electoral. La autoridad electoral es la encargada de conducir el proceso, de organizar el proceso y al final decir los resultados del proceso”.

— Pero en el caso nicaragüense donde la autoridad electoral está compuesta por representantes de los partidos políticos…
“Bueno, es un modelo. Han optado por eso, es un modelo que puede funcionar aquí…”

— Pero cuando ustedes analizaban la situación mexicana, estudiaron varios modelos, ¿por qué no adoptaron un modelo como éste que funciona en otros países de América Latina?
“Se lo digo de la siguiente manera: yo no quiero entrar por la puerta de atrás ni por la ventana a la discusión que ustedes tienen en Nicaragua. Yo creo que sería imprudente de mi parte. Yo soy muy convencido que las autoridades electorales de cada país se construyen a partir de las vicisitudes propias de cada país. Aquí ha habido procesos de alternancia, ha habido elecciones muy competidas, ha habido elecciones en coyunturas muy diversas, y yo veo que ha funcionado. Hasta ahí me quedaría yo”.

— ¿Usted recuerda la elección de 1990 en Nicaragua?
“Sí, sí, como no…”

— ¿Qué impresión le causó, si puede comentarla?
“Bueno, yo creo que todo mundo se congratuló, no por el ganador o los perdedores, sino porque Nicaragua probaba que a través de las elecciones era posible cambiar el gobierno, la orientación en el gobierno, y eso es muy importante para los países de América Latina”.

“Cuando una comunidad sabe que a través de las elecciones se puede refrendar, o se puede cambiar un gobierno, eso abre una posibilidad para la competencia política ordenada, abierta, participativa, enorme. Para decirlo de otra manera: todos los países de América Latina son sociedades plurales, donde coexisten puntos de vista, programas, ideologías diversas. El único método que se ha inventado para que eso pueda convivir y pueda competir de manera legal y pacífica, son las elecciones”.

“Como autoridad electoral no nos importa que gane A, B o C. Lo que nos interesa es que A, B y C sepan que a través de las elecciones pueden llegar al gobierno. Porque esa sola posibilidad crea un clima de estabilidad política de convivencia civilizada en una sociedad y hace innecesario cualquier otro tipo de expediente para derribar al gobierno”.

— ¿La sociedad cómo ha reaccionado a los resultados electorales?
“Creo que hay un muy buen ánimo público en México. Al día siguiente de las elecciones el peso se revaluó, al día siguiente varias empresas extranjeras que tenían planes de inversión en México refrendaron que iba su inversión. Yo creo que el buen ánimo público tiene dos nutrientes: por un lado quienes ganaron, los que votaron por Vicente Fox, pues esos de manera natural están contentos, pero hay otra franja que incluso votaron por el PRD o por el PRI, que están contentos porque el proceso se desarrolló bien, porque la desembocadura fue pacífica, porque todos los actores políticos reconocieron el triunfo”.

— ¿Cuáles eran las calidades del personal que trabajó con los votos?
“Le cuento como se designan a los funcionarios de las Mesas Directivas de Casillas. Surgen de un sorteo. Nosotros hicimos la rifa de los meses del año y salió abril. Todos los nacidos en abril fueron convocados. Convocamos a cerca de 5.8 millones de gente. De esos, como dos millones aceptaron tomar un pequeño cursillo. Luego, se hace un segundo sorteo de las letras de los apellidos. Ahora salió la O, primero van los apellidados con O, luego con P, Q… De ahí nosotros tenemos que reclutar a los 460 mil funcionarios que atienden las 116 mil directivas de casillas. Una vez que tenemos a los cuatro funcionarios, el orden para ser presidente, secretario o anotador, es por grado de escolaridad. El que tiene mayor escolaridad es presidente, el segundo secretario y los otros anotadores. Es un método muy complejo pero funcionó muy bien”.


¿Quién es Woldenberg?

José Woldenberg, 47 años, es sociólogo y maestro en Estudios Latinoamericanos. Fue fundador de los partidos Socialista Unificado de México, Mexicano Socialista y de la Revolución Democrática (PRD). “Yo viví, la primera etapa del proceso de unificación de la izquierda mexicana. Comencé en 1981 y salgo del PRD en abril de 1991. Estuve estos diez años en estos tres partidos, todos de una misma línea”, dice.

Antes de ser presidente del Instituto Federal Electoral de México fue, durante 20 años, profesor del Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Nunca ha realizado trabajos de observación electoral. Sin embargo, fue presidente del Instituto de Estudios para la Transición Democrática, “que fundamos luego de las muy traumáticas elecciones del 88”, señala.

Esta es su primera salida luego de las elecciones de julio pasado, atendiendo una invitación del Ética y Transparencia y Consejo Supremo Electoral.  

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