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Erigido a orillas del río, este templo cedió a su peso y se hundió. (Fotos de Alberto L. Alemán).

Varanasi, la ciudad sagrada del Ganges

El agua del río es verdosa, oscura, y siempre en ella flotan restos y objetos diversos, como guirnaldas de flores blancas y amarillas (éstas últimas llamadas Marygold, muy comunes en la India) en honor a Shiva u otras deidades. Los peregrinos no sólo se bañan sino que lavan aquí su ropa, pero también las vacas […]

  • El agua del río es verdosa, oscura, y siempre en ella flotan restos y objetos diversos, como guirnaldas de flores blancas y amarillas (éstas últimas llamadas Marygold, muy comunes en la India) en honor a Shiva u otras deidades. Los peregrinos no sólo se bañan sino que lavan aquí su ropa, pero también las vacas u otros animales lo hacen. Las guías turísticas desaconsejan al visitante extranjero entrar a las aguas
  • Un paseo en bote por el Ganges o una caminata a lo largo de él, proporciona la mejor vista y permite comprender por qué esta ciudad, a pesar del caos y la amplia pobreza, el apretujamiento en sus pequeñas calles, ejerce una fascinación sobre quien la visita. Vida y muerte se suceden sin parar

Alberto L. Alemá[email protected]

Varanasi es un verdadero imán de todo tipo de viajeros, en especial de Europa o Estados Unidos, que llegan atraídos por la historia mítica de este lugar, uno de los símbolos de lo sagrado en la religiosidad hindú, centro de peregrinaje obligado para millones de devotos de esta religión.

Hay que conceder que la idea de probar un baño en las aguas para ver cómo es, cual un gusanillo, recorre las mentes de muchos extraños que vienen. Sin embargo, esto no es recomendable para los de fuera.

El agua del río es verdosa, oscura, y siempre en ella flotan restos y objetos diversos, como guirnaldas de flores blancas y amarillas (éstas últimas llamadas Marygold, muy comunes en la India) en honor a Shiva u otras deidades. Los peregrinos no sólo se bañan sino que lavan aquí su ropa, pero también las vacas u otros animales lo hacen. Las guías turísticas desaconsejan al visitante extranjero entrar a las aguas.

Hay buenas comunicaciones para llegar a la ciudad. Nuestro viaje fue en tren. Económico y más apropiado para la aventura. Tras un incómodo viaje de casi 16 horas desde la capital, Nueva Delhi, llegamos a la estación antes de las siete de la mañana. Al bajar, pasamos un segundo control de boletos. Al pasar el escrutinio de una mujer con cara de pocos amigos, entramos a una de las salas de espera. Y de ahí en adelante, ¡en guardia!

Decenas de “ricksha-wallahs” o conductores de bicicletas con un asiento para pasajeros, y de conductores de “autorickshaws”, una especie de moto de tres ruedas y una cabina abierta para tres personas, embaten a los recién llegados.

“Hello Sir, where do you want to go?” (Oiga señor, ¿A dónde va?), preguntan hostigosamente, mientras siguen nuestros pasos. Olfatean maravillosamente a quienes llegan por primera vez y con su acoso incesante ofrecen llevar al recién llegado al hotel o pensión que desee. Usualmente, piden un precio más alto que lo justo.

Y sus mañas no se quedan ahí: muchas veces pretenden llevar al pasajero a un hotel más caro o lo desvían hacia tiendas de caras artesanías. Naturalmente, reciben una comisión por hacer esto.

Para cada viaje sobre una bicicleta o en una de esas motos, el cliente deberá negociar el precio. Siempre ellos pedirán más de lo justo y no hay que fiarse de los taxímetros de los “autorickshaws” – si los tienen -, porque están alterados y su uso puede resultar en detrimento del bolsillo del viajero. Si no es éste el caso, uno alcanzará su destino luego de dar cien mil vueltas innecesarias, y se verá obligado a pagar una alta suma por el servicio de todos modos.

Un paseo en bote por el Ganges o una caminata a lo largo de él, proporciona la mejor vista y permite comprender por qué esta ciudad, a pesar del caos y la amplia pobreza, el apretujamiento en sus pequeñas calles, ejerce una fascinación sobre quien la visita. Vida y muerte se suceden sin parar.

Otros de sus atractivos son las decenas de templos y templitos. El templo de la diosa Durga, el templo del dios Ganesh (con cabeza de elefante) y el más importante, el Templo de Oro o Vishwanath Temple, consagrado al dios Shiva, construido hace … doscientos años por un rico mahará hindú.

¿200 años? No es algo tan antiguo. Sí. Desafortunadamente, los gobernantes musulmanes medievales del norte de la India (siglos XII-XVIII D.C.) destruyeron los templos antiguos, en ocasiones para erigir sobre los antiguos lugares sacros hindúes, imponentes mezquitas en homenaje a Alá y al profeta Mahoma, o para dejar un testimonio de la grandeza del Islam. O simplemente por destruir, como una humillación más a los “infieles” derrotados y esclavizados.

Persistiendo en su función religiosa y de centro del pensamiento intelectual, Varanasi ha atravesado los portales del tiempo y con su singular aura, sigue siendo un punto asociado indisolublemente con la India, su pueblo, su cultura y su historia.  

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