Al Gore decide presentarse al Congreso en 1976, algo que no le gustó mucho a su esposa, Tipper, con la que se casó en 1970 y tiene cuatro hijos.
Las biografías dicen que fue gracias a su nombre, pero lo cierto es que el joven Al, con sólo 28 años, dejó atrás sus trabajos de reportero, sus inquietudes religiosas y sus estudios de leyes para seguir los pasos de su padre en el Congreso.
Y volvió a Washington, donde fue reelegido tres veces más como miembro de la Cámara de Representantes hasta que, en 1984, surgió la oportunidad de aspirar a un escaño en el Senado y Tennessee tuvo nuevamente un senador Gore.
En el Congreso defendió posiciones demócratas conservadoras, fue más moderado de lo habitual entre sus correligionarios en asuntos como el aborto o el control de armas y desarrolló un inusitado interés por temas científicos y del medio ambiente que le llevaron, años después, a reclamar, por ejemplo, “ser el padre de Internet”.
Esta ingenua apropiación es todavía hoy una fuente constante de bromas en torno a la figura del actual vicepresidente que, no obstante, tiene una merecida fama de ecologista.
Autor en 1992 de un libro al respecto -”Equilibrio en la Tierra”- Gore utilizó el tirón electoral que estos temas podían tener a finales de los años 80 para, en 1988, todavía con 39 años, aspirar, por primera vez, a la candidatura presidencial demócrata.
Sus intentos no tuvieron futuro. El candidato Gore estaba tan verde como sus propias ideas y tuvo que retirarse. Para la campaña de 1992 volvió a coquetear con la idea pero un automóvil atropelló a su único hijo varón, Al Gore III, entonces de 9 años, y se retiró de la contienda.
Hizo bien porque nunca hubiera podido hacer nada teniendo como contrincante el encanto personal y la picaresca de Clinton pero, gracias a que se retiró, éste le llamó.