Llovía intensamente sobre Managua. De repente se escuchó un estruendo que dejó inmóvil a los habitantes de aquella pequeña ciudad, que tenía muchos días de estar bajo el dominio de intensas lluvias que parecían no cesar jamás.
Era un 4 de octubre de 1876, cuando un brutal aluvión se dejó venir sobre las débiles estructuras de Managua, dejando a su paso centenares de muertos, heridos y damnificados, entre los habitantes que aún no terminaban de levantarse.
Serían las 8:45 de la mañana cuando el aluvión entró por el suroeste de Ticomo, y buscó viaje por la Calle Honda, que después se llamó Calle del Aluvión. Una enorme cantidad de lodo cubría las empedradas calles, provocando el desesperado escape de los managuas, que eran arrasados por las fuertes correntadas de lodo acompañado de árboles, peñones, piedras, animales y todo lo que la avalancha arrasaba a su paso de destrucción y muerte.
Hedor insoportable
Lógicamente en aquella época no existían los medios necesarios para hacerle frente a aquella catástrofe provocada por la naturaleza. Las autoridades en conjunto con personas que se ofrecieron a ayudar a las víctimas, daban su apoyo tirando cables a los que eran arrastrados por las corrientes y el incontenible lodazal.
Según crónicas de la época, de las corrientes y el lodo se desprendía un hedor insoportable.
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El presidente de Nicaragua de ese entonces, don Pedro Joaquín Chamorro, que se encontraba en León luchando para erradicar la plaga del chapulín, desconocía que el monstruo creado por la naturaleza destruía Managua. Ante la ausencia del Presidente Chamorro, los ministros don Anselmo H. Rivas y don Emilio Benard se pusieron al frente de los esfuerzos para ayudar a los damnificados, desenterrar los cadáveres, y buscar cómo sacar los que habían ido a parar al Lago Xolotlán, que en ese entonces estaba sano.
Piedra gigantesca
Una de las cosas más espectaculares de la avalancha fue una enorme piedra de más de cinco metros de altura y seis de circunferencia que aplastaba árboles, viviendas y todo lo que se encontraba a su paso. La mole de piedra que se fue frenando cuando la corriente ya no tenía fuerzas para arrastrarla, se detuvo en la pared de la casa de doña Escolástica Zelaya, (ubicada donde estuvo la casa esquinera de don Ángel Caligaris, antes del terremoto).
La catástrofe provocó serias repercusiones en la economía de Managua. Almacenes, centros comerciales, boticas (farmacias) y pequeños establecimientos comerciales fueron arrasados por la terrible tragedia. Muchas personas de comarcas cercanas a Managua llegaban a donar alimentos a los damnificados.
Desesperados
Mucha gente que pudo escapar de la catástrofe logró refugiarse en la Loma de Tiscapa, otros se refugiaron en el atrio de la Iglesia de San Miguel (donde estaba el mercado nuevo antes del terremoto).
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– A los gritos de “¡Señor, ten misericordia de nosotros!”, los señores Daniel López, José María Silva y José Ramírez, que vivían cerca de aquel templo, auxiliados por otras personas decidieron ir al Altar de la Sangre de Cristo y la bajaron, paseándola posteriormente por todo el atrio de la iglesia.
– Una vez que la pasearon por los alrededores del templo, el rostro de Cristo fue colocado en la dirección de donde se vino la avalancha. Narran los cronistas que muchas personas que eran ateas, salieron llorando y se postraron ante la Sangre de Cristo pidiendo clemencia.