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‘Chifletas’ y retos popularizaron al vallenato

Hace un siglo ya florecía en diversos lugares el canto vallenato. Como sabemos, resulta inútil e imposible atribuirle una sola cuna. La extensión de la gaita por toda la Provincia colombiana había abierto ya las puertas a la incorporación del acordeón en el conjunto instrumental del vallenato. Incorporación que no se produjo simultáneamente en todos […]

Hace un siglo ya florecía en diversos lugares el canto vallenato. Como sabemos, resulta inútil e imposible atribuirle una sola cuna. La extensión de la gaita por toda la Provincia colombiana había abierto ya las puertas a la incorporación del acordeón en el conjunto instrumental del vallenato. Incorporación que no se produjo simultáneamente en todos los puntos, sino de manera paulatina.

El proceso pudo tomar hasta tres o cuatro decenios, pues el acordeón empezó solitario su carrera por la comarca. Antes uno tocaba solo, sin caja ni guacharaca, pero para los años 20 ya hacía décadas que el acordeón, como sucedáneo de la gaita o carrizo, se acompañaba de caja y guacharaca en otros lugares de la Provincia.

El matrimonio entre los tres instrumentos fue un efecto social y popular. Esto se produjo en reuniones de gente llana: parrandas, fiestas y merengues, que no eran sólo un ritmo sino un tipo de jolgorio. Francisco Rada, autor de “El Caballo Liberal”, recuerda que, ya por los años 30, “en cada cantina tenían un acordeón, una caja y una guacharaca para que tocaran los acordeoneros”.

El vallenato surgió de abajo y tardó más de medio siglo en adquirir rango social. Era, como una música perniciosa y popular.

Uno de los escenarios donde empezó a codearse el vallenato con la música que escuchaba y bailaba la burguesía –valses, mazurcas, canciones napolitanas–, fue el de las colitas. Era éste el nombre que recibían las “colas” o finales de fiesta de la clase adinerada: bodas, bautizos, cumpleaños, festejos religiosos… Durante la fiesta, mientras los señores se divertían con la música europea que interpretaba una precaria orquesta provinciana, los trabajadores pasaban la fiesta en la cocina y los galpones a punta de acordeón, guacharaca y caja. Despachada la orquesta, los de atrás eran invitados a pasar adelante, y patrones y vaqueros se sentaban a tomar y cantar juntos.

Se ha discutido acerca del papel que cumplieron las colitas en esta historia. Algunos dicen que estos remates de fiesta fueron el pabellón de maternidad del vallenato, pues combinaron ritmos europeos y nativos: entre ambos dieron a luz los aires vallenatos. Las colitas son el ancestro directo del vallenato moderno.

Pero parece más acertado pensar que las colitas no ayudaron a formar el género, sino a divulgarlo. Para empezar, esta clase de fiestas improvisadas no se conocieron en toda la región, sino tan sólo en la zona del Valle de Upar. En El Paso no hubo colitas. En muchos lugares del Río tampoco. Y, por otra parte, los historiadores indican que las colitas surgieron a comienzos del siglo XX, cuando ya el vallenato había empezado a coger ritmo con el trío del instrumental clásico.

Piquerías

En cambio, las chifletas y los retos sí constituyeron desde el principio uno de los más efectivos moldes de creación, propagación y desarrollo del vallenato. La leyenda de “Francisco el Hombre” habla de su desafío con el diablo, a quien únicamente logra derrotar cuando le canta el Credo al revés. Los grandes “acordeoneros” viajaban durante días para acudir a chifletas concertadas de antemano o a través de recados, como lo atestigua “La gota fría”: “Acordate Moralitos de que aquel que estuviste en Urumita y no quisiste hacer parranda…”

Reproducción de parte del texto de Daniel Samper Pizano, publicado en el diario El Tiempo de Bogotá.

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