Un “rifi-rafa dañino para el país”, tituló LA PRENSA en su edición número 22208 del jueves 30 de noviembre, que sin hacer ningún comentario crítico, se limitó a reproducir textualmente los “saetazos verbales” entre el doctor Arnoldo Alemán Lacayo y Daniel Ortega Saavedra.
Dolorosamente suelen darse estos hechos censurables entre quienes por su posición rectora en la dirigencia política de dos partidos antagónicos, están en el deber moral de dar un buen ejemplo al pueblo nicaragüense.
No cabe duda, que tanto el Presidente Alemán como Daniel Ortega son dos personas prepotentes y soberbias, y a quienes les importa muy poco hacer uso de un lenguaje palurdo nada edificante, al exhibirse públicamente como vulgares extraídos de la caterva.
La educación es uno de los pilares fundamentales que sirve de soporte a quienes, como seres racionales deben contribuir al fortalecimiento de la cultura en un ambiente de mutuo respeto.
Es mejor ceder como sabio que porfiar como necio, pero Alemán y Ortega se han exhibido como vulgares incultos que han puesto en mal predicado su prestigio personal al recurrir al uso de términos injuriosos, lo que deja mucho qué desear de estos señores.
¿Se le olvida al doctor Alemán, que es el Presidente de una Nicaragua de Rubén Darío, como del prestigioso y humanista poeta don Pablo Antonio Cuadra y de otros grandes valores cimeros que han dignificado con albura de cisne la pureza de nuestra lengua castellana?
Por su parte, Daniel Ortega, con nuevas aspiraciones presidenciales, ¿no es capaz de recapacitar que el pueblo nicaragüense no quiere seguir tolerando ese discurso guerrerista confrontativo que revive un pasado sombrío de cuyos males aún somos golpeados por el Leviatán?
Les hago una invitación de que moderen sus pasiones refrenando sus lenguas, tomando como ejemplo la tolerancia del sabio, que con sus razones y buen juicio se hace acreedor de la confiabilidad de quienes le tributan respeto y admiración.
¿No nos merecemos los nicaragüenses un gobernante culto, del que podamos sentirnos orgullosos ante el concierto de las naciones, civilizadas, o es que se nos considera como trogloditas con taparrabo?
El elefante, con su peso, aplasta, y la serpiente, con su veneno, mata. Es por ello que debe evitarse ambas cosas, para no tener que lamentar futuros males sumados a los muchos que hemos sufrido por falta de sensatez, honestidad y transparencia de quienes ejercen las funciones de gobernar.
Ni gallos, ni cerdos, sino seres cuerdos; de hombres maduros, firmes y seguros.
Abelardo Sánchez
Ocotal, Nueva Segovia