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Al Padre Benjamín Villarreal no le molesta que lo critiquen por su forma de vestir.

Un cura con mucho feeling

Orlando Valenzuela [email protected] Con su cabello ensortijado que le llega hasta los hombros, vistiendo un ligero jeans, camiseta de algodón y zapatillas de vestir, cualquiera que mire a Benjamín Villarreal paseando tranquilo en su bicicleta por las calles de Posoltega, lo primero que pensaría es que se trata de un hippie al que le agarró […]

Orlando Valenzuela [email protected]

Con su cabello ensortijado que le llega hasta los hombros, vistiendo un ligero jeans, camiseta de algodón y zapatillas de vestir, cualquiera que mire a Benjamín Villarreal paseando tranquilo en su bicicleta por las calles de Posoltega, lo primero que pensaría es que se trata de un hippie al que le agarró tarde la moda del pelo largo o es un ro-ckero retirado de las tarimas de visita en su pueblo natal.

Nadie, a excepción de los mismos pobladores de esta ciudad que lo conocen bien, se imaginaría que ese ciclista es el cura párroco del poblado, el mismo al que todos los días durante las misas y actos litúrgicos de la iglesia ven con su pulcra sotana, elevar plegarias y decir fuertes sermones contra los vicios y debilidades humanas.

Desde hace varios años, Villarreal es el encargado de pastorear el alma de los posolteganos desde el púlpito de la Iglesia Jesús de Nazareno, pero también fuera de la misma, ya que este religioso igualmente realiza su labor evangelizadora en todas las comunidades rurales del municipio. El Padre Benjamín, junto a la alcaldesa Felicitas Zeledón fueron los que se pusieron al frente de la población durante los fatídicos días del huracán “Mitch”, visitando y entregando ayuda a los damnificados y sobrevivientes.

A más de dos años de ocurrida la desgracia del deslave del Cerro Casita que sepultó a más de 2,500 personas en una mañana de Octubre, el padre Villarreal aún se siente impresionado por la tragedia y comprende el grave momento que deben estar pasando los niños y jóvenes que sobrevivieron al desastre.

“Los que perdieron todo, quedaron anonadados y viven como en un mundo apático, porque para ellos la vida no tiene sentido sin sus seres queridos, necesitan un punto de apoyo para que surjan, un tratamiento psicológico sostenido, porque la herida está latente y a cualquier persona con sólo mencionarle la tragedia empieza a aflorar con lujo de detalles aquellos momentos que no se le han borrado ni de la mente ni del corazón, por eso creo que es una recuperación a largo plazo el trauma del Mitch”, sostiene el cura Villarreal.

El Padre Villarreal, que mantiene un constante ejercicio físico confiesa que ya coquetea con los cincuenta años, pero lejos de vivir una vida contemplativa dice que le fascina el riesgo y le encanta la velocidad, por eso no es extraño verlo correr a más de 160 kilómetros por hora en su moto. Si monta a caballo detesta a los mansos y prefiere a los briosos porque para él el peligro es un reto a vencer.

Pero además de correr como un desesperado, el Padre Benjamín tiene la paciencia de sentarse por horas a jugar una partida de ajedrez o a leer un buen libro, pero cuando es cuestión del sacramento, asume su papel de sacerdote con todo y sotana y sale a librar nuevas batallas por el alma de sus feligreses.

Al Padre Villarreal no le incomoda que lo critiquen por su forma de vestir y comportarse porque “lo único que me interesa es que mi corazón esté libre para trabajar por la gente, porque el pelo me lo puedo cortar hoy y mañana me crece”, dice el cura.

Lo que sí preocupa al Padre Benjamín es que en la madrugada del 24 de diciembre, cuando lleguen a la iglesia más de mil niños a la misa del “Canto del Gallo”, no tendrá ni un juguete que repartirles, por eso pide a todos los que tienen millones de dólares y córdobas en sus cuentas bancarias, o tiendas de juguetes, que se desprendan de un poquito y den lo que poseen para hacer felices a los niños de Posoltega.  

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