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Juventud, divino tesoro; vejez, sublime experiencia

Mucho se habla de la juventud como “divino tesoro”; pero, ¿lo es realmente, sobre todo en los tiempos actuales? Esencialmente sí, pero por muchos jóvenes lamentablemente desperdiciado, ya que cuántas veces se pierde miserablemente en bailes profanos, en drogas, el alcohol y en pasatiempos inútiles que no conducen sinceramente a nada, más que a la […]

Mucho se habla de la juventud como “divino tesoro”; pero, ¿lo es realmente, sobre todo en los tiempos actuales? Esencialmente sí, pero por muchos jóvenes lamentablemente desperdiciado, ya que cuántas veces se pierde miserablemente en bailes profanos, en drogas, el alcohol y en pasatiempos inútiles que no conducen sinceramente a nada, más que a la destrucción y muerte, en vez de aprovechar las horas en el estudio, en el deporte, en la investigación y en la amistad sincera.

Se dice que la juventud es igual en todas las épocas; no tan cierto, puesto que antes se respetaban los principios morales emanados de una educación basada en las leyes de Dios y la decencia. Por ejemplo, cuando una muchacha no era virgen e iba a casarse, no encontraba cómo explicar al novio que ya no lo era; ahora, en cambio, una joven pasa los mismos apuros, pero para decirle que es virgen. Igualmente cuando una muchacha “caía”, se avergonzaba y se arrepentía de su pecado; actualmente lo publican a todos los vientos y se vanaglorian de ello; pero, además, la que se avergüenza hoy es la joven que todavía no conoce sexo. Algo parecido sucedía con los homosexuales: escondían su defecto o su pecado; hoy en día hasta se casan públicamente.

En tiempos pasados, una viuda se recogía y se lamentaba de haber perdido a su esposo, al compañero de toda su vida, ahora, en cambio, ante la tumba del marido, ya encuentran al repuesto.

¿Es que alguien ha predicado que ya no existe Dios, ni sus mandamientos? Pues no; dichosamente Dios no ha muerto, existe y sus preceptos siguen tan vigentes como la luz del sol; las costumbres sí cambian, pero la moral nunca. ¡Ah! ¡Cómo se respetaba antes la autoridad del padre y de la madre; ahora, en cambio, los niños y los jóvenes –y aún los adultos–, quieren mandar a sus padres, hablándoles con lujo de altanería, como si ellos fueran sus progenitores y no aquéllos. Hijos hay que además sacan a sus padres de su propio hogar.

En el pasado no había “niños de la calle”; existían sí, pero los “lustradores”, de los cuales quedan aún pocos; niños pobres, de familias sencillas, pero que aportaban para su sustento lustrando los zapatos de los transeúntes; niños que no robaban ni acuchillaban a nadie; niños a quienes les dejábamos “el vuelto” porque bien lo merecían. Tampoco existían drogadictos ni jóvenes que arrebataban a uno sus pertenencias a la luz del día, como lo hacen ahora.

Sin embargo, cuántas veces oímos decir a ciertos jóvenes: “¡Ah! si volviera a nacer, no haría esto ni aquello”. Pero es que la juventud de hoy no quiere aprovecharse de la experiencia de los mayores, experiencia de la que no desean saber nada si no la viven en carne propia porque creen que “se la saben toda”. Los que rehúsan experimentar “en cabeza ajena” se parecen a aquellos peregrinos que, advirtiéndoles que a mitad del camino encontrarán un abismo profundo, prefieren seguir adelante y caer en él con tal de cerciorarse de que era cierto.

La juventud es y seguirá siendo divino tesoro si emplea sus fuertes y vigorosos brazos en el trabajo honrado en aras de su propio provecho y el de su familia. Asimismo seguirá siendo divino tesoro si utiliza sus años juveniles llenos de entusiasmo en el estudio y la dedicación para poder ver realizados sus grandes ideales; jóvenes que se conviertan en el orgullo de sus padres, merecen ser llamados con propiedad “divino tesoro”, ya que éste no se desperdicia echándolo al fango, sino que se conserva intacto.

Contrario a lo que piensa la juventud, la gente de tercera edad no desea volver a vivir los acontecimientos negativos originados de su falta de experiencia de entonces. Pero, ¿qué es la experiencia? Es extraer de cada acto humano la enseñanza para el buen vivir; es saber sacar de cada año vivido el mensaje positivo. Es también distinguir el paso errado del firme y decidido; regresar a tiempo de la senda equivocada; poder decir valientemente “me equivoqué” cuando no se actuó sensatamente; es, por tanto, no querer andar de nuevo la errada ruta que nos desvió del camino; es, entonces, venir de regreso con la certeza de poder recorrer de nuevo el verdadero sendero; experiencia es conocer con exactitud dónde se encuentra la ruta que nos llevará a nuestra meta final, y es –en definitiva– saber desechar el jugo amargo de una mala acción para quedarse con el néctar delicioso de una vida digna entregada a Dios y a los demás.

Myrna Dávila Castellón

La autora es secretaria comercial.  

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