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De Arístides a Violeta

Miami Florida1 de diciembre de 1990 Excelentísima Señora doña Violeta Barrios de Chamorro Presidenta de la República Managua, Nicaragua Estimada Señora Presidenta: Con el respeto que me merece su alta investidura le dirijo esta segunda carta ya en libertad, pero en el destierro y hoy a la luz de mi leal saber y entender y […]

Miami Florida
1 de diciembre de 1990

Excelentísima Señora
doña Violeta Barrios de Chamorro
Presidenta de la República
Managua, Nicaragua

Estimada Señora Presidenta:

Con el respeto que me merece su alta investidura le dirijo esta segunda carta ya en libertad, pero en el destierro y hoy a la luz de mi leal saber y entender y no bajo el efecto de las drogas que me aplicaron en sus cárceles.

Estando en El Chipote fui coaccionado por el Comandante de la Policía, René Vivas, a firmar varios documentos, entre ellos una carta dirigida a usted, cuyo contenido no estaba en capacidad de comprender. Ya en el destierro, sin presiones, ni estupefacientes le estoy dirigiendo la carta que hubiese querido que le llegara a sus manos en ese momento.

Sus ministros han declarado que fui encarcelado por la “comisión de graves delitos”, y que en todo momento fueron respetados mis derechos humanos.

Señora Presidenta, sigo esperando los cargos que sus ministros insisten me formularán. ¿De qué se me acusa? Hasta la fecha, de nada; a menos que vagas imputaciones constituyan delitos tipificados. Encarcelar a ciudadanos pacíficos, en el libre ejercicio de sus derechos, y luego lanzar comunicados alegando indeterminadamente “graves delitos”, es el proceder de las dictaduras. Es una amarga ironía que este proceder sea tan insensiblemente adoptado como política de gobierno por la viuda de quien muchos nicaragüenses llaman “El Mártir de las Libertades Públicas”.

Sin embargo, señora Presidenta, estoy listo a enfrentar las acusaciones. Mi breve, pero brutal estadía en sus cárceles, me obligó a internarme en el Hospital South Miami, pero tan pronto concluya mi convalecencia regresaré a Nicaragua a responder a cualquier acusación judicial que su Gobierno tenga a bien iniciar en mi contra.

Naturalmente, confío que usted quiere darme las garantías necesarias para poder presentarme a un proceso judicial. Esto incluye no solamente garantizar mi integridad física, sino que también garantizar que mi causa sea juzgada por tribunales incuestionables, y que mis abogados puedan hacer uso de todos los recursos legales que contemplan las normas del derecho.

En cuanto al trato que recibí de sus autoridades, permítame narrarle un breve relato de mis experiencias: el día jueves, 15 de noviembre del presente año, a las siete de la mañana, un nutrido piquete militar, sin orden judicial, allanó mi casa de habitación, me capturó y me condujo a El Chipote, en donde fui arbitrariamente encarcelado.

Fui brutalmente interrogado por funcionarios de su Gobierno, interrogatorios colmados de amenazas, insultos, humillaciones y fantásticas acusaciones. Perdí la noción del tiempo, me llevaban y traían de celdas. Ante mi intransigencia de no “confesar” fui trasladado a celdas más pequeñas, oscuras e inhumanas.

En el ir y venir de celdas e interrogatorios, me encontraba con rostros funestos y que reconocía, cuya presencia me sorprendía y alarmaba, tales como el tristemente célebre Lenín Cerna, a quien vi muchas veces en las negociaciones de Sapoá; el Comandante Javier López, uno de mis más enconados interrogadores; el infame comandante Oscar Loza, y otros oficiales del Gobierno que usted preside.

Las celdas a las que fui trasladado después de mis interrogatorios eran diminutas y lúgubres. No se podía caminar y con dificultad me podía recostar sobre tablas fijadas a la pared. Habían charcos de excremento; el hedor era insoportable. Eran celdas minúsculas, sin ventilación, oscuras, de altas temperaturas y fétidas.

Después de uno de mis interrogatorios sentí un fuerte dolor en el pecho y asfixia, y sentía desvanecerme. Escuché que llegaban a buscarme nuevamente, y oí a mis carceleros decir: “Está dormido”, escuché una voz, “Hay que dejarlo que se muera”, dijo otro, “el clavo es de la señora que fue la que lo mandó a echar preso”.

Fui llevado nuevamente a un interrogatorio; veía y vagamente oía al Comandante Javier López, dirigiéndome preguntas, sin comprender lo que me decía. Perdí el conocimiento; cuando me desperté me enteré que estaban en el Hospital Militar.

Después de recibir tratamiento fui llevado a una oficina. Por primera vez en varios días vi luz natural. Se acercó el Comandante René Vivas y me ofreció un baño, ropa limpia y alimentos. Noté varios pinchazos en mis muñecas. Sentía una sed y un sueño profundo. Otros militares me increpaban, amenazantes. “ve, Arístides, es muy sencillo; o te vas del país o te quebramos”.

El Comandante Vivas me indicó que debía de escribir unos documentos, los cuales debían de ser de mi puño y letra; él me indicaba a quién debía dirigirme y esbozaba lo que debía de escribir. Me preocupaba que en mi incoherencia y debilidad mi redacción fuese ininteligible y no del agrado del Comandante, y ser sometido a nuevas torturas.

Durante esta reunión que fue la final, aparecieron el Comandante Javier López y la Dra. Ninoska Argüello, quien se identificó como representante del Procurador de la República, con una declaración prefabricada que me obligaron a firmar. Fui montado en un avión de LACSA, con rumbo a Miami, e inmediatamente realicé que su Gobierno me estaba desterrando.

Señora Presidenta: ¿es así cómo se respetan los derechos humanos en Nicaragua?

Quiero seguir pensando que usted es una mujer de buenos sentimientos y por ello le pido que reflexione sobre lo que está ocurriendo en Nicaragua. Reflexione sobre el hecho indiscutible que la misma responsabilidad que pesó sobre el presidente Luis Somoza por encarcelar a su finado esposo, hoy pesa sobre usted por encarcelar a inocentes nicaragüenses. Las mismas cárceles dan vivo testimonio de un oscurantismo con olor a dictadura. No puede usted evadir su responsabilidad escondiéndose tras sus ministros, y menos aún tras oscuros pactos con el sandinismo.

Es usted la que hoy violenta a sus conciudadanos, son suyos los instrumentos de represión; es su seguridad del Estado; son sus carceleros, son sus torturadores; es su cárcel de El Chipote; son sus celdas inhumanas las que acogen a los reos políticos.

Permítame preguntarle con todo respeto, señora Presidenta: ¿qué uso puede usted darle a El Chipote? Usted sabe el uso que se le daba en vida de su marido. ¿Por qué sanciona su continua existencia? ¿Por qué mantiene como funcionarios de su Gobierno a los siniestros personajes que aún deambulan por los pasillos de El Chipote?

Ante sus tantas veces repetido estribillo: “Aquí mando yo”, ¿por qué no manda a sus tristes carceleros a sus casas y manda a demoler sus sombrías mazmorras? Usted que ha paseado por el mundo repartiendo fusiles de los heroicos combatientes de la Resistencia, ¿por qué no manda a tumbar El Chipote y regala pedazos de mampostería como hoy hacen los alemanes con el derribado Muro de Berlín?

Señora Presidenta: escuche la voz de su pueblo, esas voces auténticas que se alzan en los llanos de Sébaco, en las montañas de Las Segovias, en Chontales y en los mercados de Managua, rechazando el militarismo sandinista y exigiendo que cumpla los compromisos contraídos con los miembros de la Resistencia Nicaragüense, y que cumpla con los cambios por los cuales votó el pueblo. Escuche esa voz que condena el co-gobierno y su vínculo con los opresores de su pueblo.

El pueblo nicaragüense les concedió un hermoso mandato a usted y al Dr. Virgilio Godoy para gobernar justamente a sus conciudadanos. Hoy son muchos los nicaragüenses que lamentan que usted haya soslayado la sabia voz de su sufrido pueblo, y haya escogido viciar su mandato apoyándose en los fusiles y en las cárceles sandinistas.

Que Dios la ilumine, y que así nos pueda guiar hacia la paz y reconciliación que anhelamos los nicaragüenses de buena voluntad.

Con todo respeto me despido, Señora Presidenta,
Atentamente,

Arístides Sánchez Herdocia.  

Cartas al Director

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