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Lawrence Pezzullo: “No calculé bien el temor de Somoza”

En mayo de 1979, semanas antes de que se intensificara la guerra en Nicaragua, Lawrence Pezzullo fue llamado de urgencia por la administración Carter

En mayo de 1979, semanas antes de que se intensificara la guerra en Nicaragua, Lawrence Pezzullo fue llamado de urgencia por la administración Carter y consultado para ser nombrado Embajador en el convulso país centroamericano. Aceptó. Su nombramiento oficial se registró el 17 de ese mes.

En la sede norteamericana en Managua no había nadie. El antecesor, Mario Solaun, quien no era diplomático de carrera, había “abandonado” el cargo, el 26 de febrero de 1979. Dos años antes había sido nombrado, por razones políticas. Por tanto, Washington estaba sin brújula. En esas circunstancias, Pezzullo llegó a Managua, con la misión de sacar a Somoza del poder.

— ¿Todavía estaba en Uruguay?

Todavía en Uruguay. Lo que pasó fue que Nicaragua estaba empezando a ponerse fea y un día recibí una llamada y me dijeron: “Nos gustaría que fueras a Nicaragua”. Harry Barnes me llamó una mañana y dijo, “¿Puedes darme tu respuesta? Yo, dije, “Déjame, al menos, consultarlo con mi esposa”.

Fui a una reunión de tres días para ver Centroamérica, porque estaba claramente en crisis (en Costa Rica, mayo 1979). Y el informe sobre Nicaragua básicamente se enfocaba en cómo convenceríamos a Somoza de terminar con su gobierno y no propiciar una guerra civil. En realidad, los informes de todos los sectores indicaron algo de forzamiento, como también de fatiga. Y nadie hablaba de un inminente ataque.

Bueno, cuando llegué a Washington la primera semana de junio, había estallado la guerra civil. Quiero, decir, dos ciudades comenzaban a desplomarse. Y esa misma fatiga era evidente en Washington. No había dudas. Simplemente se sentía la sensación de que todo el mundo estaba agotado.

Ahora, la otra cosa que ocurrió, que fue incluso más desilusionante para nosotros, fue que nuestro embajador en Nicaragua, una persona de elección política, que creo, desafortunadamente, fue mal escogido para el cargo (se refiere a Mauricio Solaun), había llegado y salido de Nicaragua en la primavera. Por eso me llamaron, porque él simplemente llegó y salió, sin autorización. Fue una entrada y salida. Por eso no tenían embajador y ningún personal con experiencia. No hubo ningún informe o análisis que saliera de Managua. Estaban atados. Aquí, se estaba viviendo una guerra, no había embajador y una embajada que no estaba funcionando.

— ¿Cuáles eran las expectativas en Washington sobre Nicaragua?

Dentro de las siguientes tres semanas, nos encontrábamos casi todos los días, en la NSC (Consejo de Seguridad Nacional) o en una reunión u otra. Y lo que elaboramos fue básicamente una política que decía que lo único que Estados Unidos podía hacer en ese momento, dadas las circunstancias, era ir y acelerar la partida de Somoza: terminar la guerra.

No creo que alguien haya tenido grandes expectativas, en medio de una guerra que es difícil de adivinar qué va a pasar después. Y la mayoría de las discusiones sonaban más como que se estaban limpiando apartamentos, porque todo el mundo estaba hablando de limpieza. Nunca olvidaré ese período.

Y en realidad, esto se volvió una fascinación, aunque los eventos estaban cambiando rápidamente en el terreno. Y esto me llevó a Nicaragua. Quiero decir, estaba lidiando con la guerra y seguí manteniendo el comentario de Washington, sabes, por la gente que está sentada ahí soñando con nuevos esquemas.

Ellos pensaban, quizás, que si lograban que Somoza saliera del poder a tiempo, los sandinistas no hubieran ganado la guerra en realidad y que, por lo tanto, hubiera habido la posibilidad de un gobierno no sandinista.

Una de las ideas alocadas, viéndola de forma retrospectiva, era como si pudiéramos repentinamente construir un nuevo gobierno de transición de “hombres sabios”. Eso salió de un concepto considerado ocho meses antes durante el esfuerzo de mediación.

Y uno de mis primeros trabajos era ir, en medio de una guerra civil y encontrar a estas personas, que estaban escondidas —algunas de las cuales habían abandonado el país— y proponerles que formaran este grupo de hombres sabios. Bueno, el problema es que ellos ya no confiaban en el gobierno de Estados Unidos para nada. Se habían expuesto ocho meses atrás, cuando, de pronto, al llegar el momento de la verdad, sacar a Somoza, no lo pudimos sacar del poder. Quiero decir que eso es fácil de decir. Y estos estaban a punto de exponerse de nuevo en medio de una guerra civil. Pero en la mentalidad de Washington, especialmente en el NSC (Consejo de Seguridad Nacional), esto era factible.

— ¿Fue el mismo Brzezinski?

Fue Brzezinski y algunas otras personas allegadas a él. Ellos esperaban que pudiera lograr una especie de milagro, en medio de una situación muy desagradable. Y lo que me preocupaba era que esto comenzaba a deteriorarse. Lo que estaba pasando era que la guerra se estaba acercando cada día más y más a Managua y que si fallábamos en sacar a Somoza, después de todo este desplome, no llegaríamos a nada.

Quiero decir, lo único que debíamos hacer era entregar a Somoza y me mantuve diciendo eso en varios foros. Y si fallábamos en sacarlo y detener el derramamiento de sangre, entonces, no teníamos nada.

La otra idea, que pensaba —al menos era posible— preservar algunos elementos de la Guardia Nacional, así se podía tener una transición con algunos miembros de una fuerza de seguridad que eran disciplinados y capaces de retener algún balance. Ahora, nuevamente, a simple vista, eso era ilusorio.

— Cuándo llegó a Nicaragua, ¿vio que eso era posible?

Pensé que era posible. Lo que lo hacía imposible era Somoza y eso era difícil de calcular. Una cosa que realmente no calculé bien fue cuán temeroso estaba. Pienso que lo que pasó al final prueba que él pensaba que la Guardia Nacional lo mataría. Desafortunadamente, no podía llegar hasta la Guardia Nacional, directamente, naturalmente; no había forma de que yo lograra eso y mi agregado militar no podía llegar a la Guardia tampoco, porque ellos estaban librando una guerra.

Discutí el futuro de la Guardia solamente con Somoza y su hijo. El plan se estaba elaborando poco a poco, al punto que los oficiales en la Guardia estaban involucrados. Trabajé un escenario con Somoza, en el cual él renunciaría bajo su propio proceso constitucional, para dar paso a un cese del fuego y un proceso de transición pacífico.

Mientras estábamos hablando de esto con Somoza, Bowdler, quien estaba en San José, estaba hablando ante la Junta.

El problema que veíamos, a simple vista, era que Somoza nunca confió en su propia Guardia, honestamente porque temía como lo hizo, que si alguna vez ellos pensaban que él iba a salir de Nicaragua y no lograr lo que a última hora les había prometido (que Estados Unidos iba a venir y una vez él se fuera, los apoyaría): ellos lo matarían. Y eso fue lo que frustró todo este juego. De pronto, ellos se vieron sin Somoza y sin la ayuda de Estados Unidos y se dispersaron.

— ¿Ellos colapsaron muy rápidamente?

Ellos colapsaron en las mismas 24 horas después de haberse ido. Todos se fueron para Honduras y otros lugares. Mi preocupación era el momento de su partida… esperando que Washington acordara que teníamos que iniciar el conteo regresivo. Estaba intentando empujar el conteo regresivo, sabes, el conteo regresivo de las 72 horas.

— ¿Por qué vio que las cosas se desmoronaban?

Tuvimos que cortar el abastecimiento a la Guardia. Habíamos detenido algún abastecimiento que venía de Israel; lo detuvimos en alta mar; desviamos los barcos. Le estábamos diciendo a sus antiguos proveedores en Centroamérica —Guatemala y otros—, ‘córtales el abastecimiento’. Ellos lo hicieron. Por eso, su material estaba terminando. Lo sabíamos.

También sabíamos que se estaban organizando las fuerzas de la oposición. Por eso, sólo podíamos percibir un sentido de cierre. No había forma de saber cuándo iba a romper. Creo que hubo mucho de espejismo por parte de Washington, en cuanto a lo que se podía hacer dadas las circunstancias. Y quizás sea natural, que estando sentado en Washington, uno crea tener más opciones que las que realmente tiene.

Fue un período intenso, apasionante. Nunca he visto tantos cables altamente confidenciales que iban y venían. Yo estaba enviando de tres a cuatro cables por día y recibía entre seis y siete de regreso. Era sencillamente… increíble. Era una embajada en estado de sitio. No teníamos mujeres ni familias. Teníamos una Sección de Seguridad de Panamá, por emergencia, para una evacuación.

— ¿Estaba en contacto con otros, aparte de Somoza?, ¿O necesariamente tenía que tratar las cosas con él?

No. Yo conversaba con mucha gente. Me reuní con la mayoría de estos hombres sabios. Hablé con el Arzobispo lo más que pude. En realidad, a los dos nos agarraron en medio de un tiroteo. Estaba conversando con él y de pronto, comenzaron a disparar a nuestro alrededor y tuvimos que suspender nuestra conversación. Lo conocí antes y fue la primera persona que visité. Es un caballero muy amable. El se ha endurecido a medida que pasa el tiempo, porque su vida ha sido difícil. Pero él es un viejo profeta que observa y escucha y fue muy crítico de Somoza por un largo tiempo.

Por eso, dialogué con él solamente para ver lo que él creía que estaba pasando. Y le dije lo que estábamos haciendo, la ruta que seguíamos (sacar a Somoza). Quería que él lo supiera. Dijo. “Bien, esa es una buena ruta. Trata de que se termine esta guerra. Este país está desangrándose a la muerte. Y si puedo ayudar en algo, con gusto lo haría”.

— Pero, nosotros no teníamos en realidad un entendimiento global de lo que estaba pasando

No, porque no teníamos nuestras “orejas” en el terreno. Esa embajada, creo, era un fracaso..

— ¿Pero, y la gente de la CIA?

La estación no era muy activa en Nicaragua, además, teníamos un embajador de respaldo durante y desde la década de los 70 hasta el momento en que Nixon dejó el puesto, quien solía pasarle cosas a Somoza todo el tiempo. Por eso, la estación estaba muy preocupada por la gran cantidad de información que se filtraba.

Somoza, debes tener en mente, era un tipo inteligente, que estaba realmente atado a nuestro sistema en una forma que era difícil de entender. Bien, usted puede ver con el Congresista Murphy. Pero él tenía muy buena inteligencia de lo que estábamos haciendo a los más altos niveles.

Y, sabe, por esa razón mucha gente estaba muy intimidada por Somoza, porque él podía mover palancas. En realidad, un día, él —creo que era la tercera o cuarta conversación que sosteníamos— llamó a Washington e intentó sostener un diálogo ahí. Y le dijeron: “Ahí tienes a nuestro hombre, habla con Pezzullo”.

Washington me llamó y me dijo: “Sólo queríamos [hacerte] saber eso”. Y la próxima vez que nos reunimos, caminó hacia mí y me dijo: “Escucha, ¿tienes mucho poder, no?”.

Y agregó: “Me dijeron en Washington que tengo que negociar contigo”.

* Extractos de una entrevista celebrada en 1989, que forma parte de los archivos digitales de la NSA. Traducida por Ivet Cruz.

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