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La casa de Jaime Morales

Roberto Fonseca [email protected]

El descubrimiento en la sala de billar llenó de júbilo a Daniel Ortega y a Rosario Murillo. En un hermoso mueble, modelo antiguo, que estaba localizado en el salón de juegos de la casa de El Carmen, la pareja encontró un paquete de fotos familiares, entre las cuales estaban unas del banquero Jaime Morales junto a Anastasio Somoza Debayle y otros invitados a una recepción.

Esas fotos, según he podido averiguar, fueron las “pruebas” que enarbolaron para aplicarle luego el Decreto 3, promulgado el 20 de julio de 1979 y que afectaba originalmente sólo a la familia Somoza, militares y funcionarios, que abandonaron el país a partir de diciembre de 1977.

Morales Carazo no estaba en ninguna de esas categorías, pero bajo esa lógica, simple y perversa, le confiscaron su casa de habitación, más ocho lotes urbanos, valorados por su legítimo propietario en un millón de dólares. “Es somocista porque sale en fotos con Somoza”, concluyeron.

El paquete de fotos correspondía a una recepción que Morales Carazo y su esposa, Amparo Vásquez de Morales, ofrecieron en su casa de habitación al cantante mexicano Demetrio González, quien participó en la inauguración del Teatro Rubén Darío, el 6 de diciembre de 1969. En ellas, junto a otras decenas de invitados, se veía a Anastasio Somoza Debayle, quien llegó acompañando a Hope Portocarrero de Somoza, Presidenta de la Junta Directiva del recién inaugurado coloso cultural.

COMO ANILLO AL DEDO

La casa de Jaime Morales Carazo cayó como anillo al dedo. Daniel Ortega y Rosario Murillo vivían en el Hotel Camino Real, igual que otros miembros de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (JGRN), y no habían tenido “suerte” en encontrar una residencia acorde a sus gustos.

“El problema es que todas tienen piscina”, decía Ortega en forma peyorativa, durante las visitas que la pareja acostumbraba hacer a su suegro, don Teódulo Murillo Molina, quien mientras tanto daba cobijo a sus nietos, los hijos de Rosario.

La casa del banquero Morales Carazo, entonces, se ajustó a las necesidades y gustos de la pareja. No tenía piscina, asunto que traumaba a Ortega, no quedaba alejada de la ciudad y, era una especie de museo, con muebles antiguos y obras de gran valor en su interior.

Además, disponía de una hermosa biblioteca, de una colección de armas antiguas y justo tres cuartos para los hijos. A Rafael le correspondió entonces el cuarto de Jaime, el hijo mayor de Morales Carazo; a Zoilamérica el de Lorena y; el de Héctor, el hijo menor, a Tino, de pocos meses de edad. Obviamente, el cuarto principal quedó en manos de la pareja presidencial.

En los closet de todas las habitaciones estaban las ropas que usaban sus propietarios y, en las cómodas, perfumes, joyas, productos de tocador, etcétera. Incluso, las ropas de cama tenían los nombres bordados de cada uno de los verdaderos propietarios.

Todo estaba ahí, porque pensaban regresar al país. Doña Amparo andaba en Estados Unidos, dejando a sus hijos para que estudiaran allá, y don Jaime en México, consiguiendo plasma para atender a los heridos. Pero, sólo ella pudo hacerlo, semanas después. Fue la primera y última vez que entró a su casa.

Se reunió con Rosario Murillo, de quien se sorprendió al verla vestida con una de sus batas caseras. Se asegura que fue una conversación tensa, de poca duración y sin ningún resultado. Días después, doña Amparo le pidió que todos sus bienes de uso personal y doméstico —ropas y utensilios de cocina— se los entregaran a las dos empleadas domésticas que trabajaban para ellos.

Prefería donárselos a ellas antes que a los nuevos “ocupantes”. Se afirma que eso encolerizó a Rosario, la “compañera Chayo”.

MUEBLES CON SELLO FAMILIAR

En aquella casa, cuentan visitantes, había muchos objetos que le daban un “aire” de misterio y de solemnidad. Entre ellos, un hermoso escritorio antiguo que estaba localizado en la biblioteca y; un juego de mecedoras, de madera pesada y respaldar de cuero.

El juego de mecedoras estaba ubicado justo al centro del jardín de la residencia, rodeado de jaulas de animales, entre los que se asegura había hasta tigres. También lucía una pila decorativa grande, con peces y tortugas adentro. Muy cerca la famosa sala de billar. Los muebles tenían grabados el escudo de la familia Morales Carazo.

Mientras en la biblioteca, uno de los lugares donde Ortega “se sentía muy cómodo”, estaba el inmenso y hermoso escritorio antiguo, que también tenía labrado el mismo escudo. Al lugar sólo le añadieron una mecedora poco después, desde donde el ex mandatario hacía sus llamadas telefónicas.

Cuento todo esto porque, irónicamente, veintidós años después de la ocupación, devolvieron a la familia Morales Carazo algunos de estos objetos antiguos y personales. El escritorio, las mecedoras y los santos, entre otros.

La casa y los lotes aún están pendientes. Se afirma que por todas esas propiedades, el líder sandinista pagó al Bavinic la ridícula suma de 1,600 dólares, menos de lo que costaron los anteojos marca Gucci, que compró en Nueva York, a finales de los años ochenta, a un precio de unos 3,000 dólares.

* El autor es periodista.  

Editorial
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