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Tras un entrenamiento militar de tres meses como máximo, los reclutas pasaban a integrar Batallones de Lucha Irregular (BLI).

La guerra los empujó al exilio

Miles de jóvenes y adolescentes nicaragüenses emigraron hacia Honduras, Costa Rica y Estados Unidos, escapando del Servicio Militar Patriótico Amalia Morales [email protected] Para Miguel Sevilla y dos de sus hermanos había un destino casi inevitable en 1984: hacer el Servicio Militar Patriótico, el que por ley fue aprobado un año antes. Miguel, con 20 años, […]

  • Miles de jóvenes y adolescentes nicaragüenses emigraron hacia Honduras, Costa Rica y Estados Unidos, escapando del Servicio Militar Patriótico

Amalia Morales [email protected]

Para Miguel Sevilla y dos de sus hermanos había un destino casi inevitable en 1984: hacer el Servicio Militar Patriótico, el que por ley fue aprobado un año antes.

Miguel, con 20 años, no había pensado en evadir la Ley, aunque su familia, originaria de Acoyapa, no fuera sandinista. Además, acababa de terminar con buenos resultados su segundo año de Zootecnia en la Universidad Centroamericana, UCA. “Me acuerdo que servía como alumno ayudante”, cuenta vía telefónica desde Costa Rica.

Pensaba, pues, que en cualquier momento le tocaría su turno, e igual que a Wilder, su hermano mayor, lo llamarían “a cumplir su deber”.

Los dos meses que Miguel pasó en los cortes de café en El Tuma-La Dalia, a finales de 1983, fueron para él una especie de calentamiento para dos años futuros de guerra en la montaña. Años atrás había participado con sus hermanos en la Cruzada Nacional de Alfabetización.

Marcos, el siguiente hermano de Miguel, tenía 19 años. También estudiaba Zootecnia, pero a nivel técnico en la escuela de Juigalpa. Estaba en su último año.

Después, ninguno de los dos volvería a estudiar.

MARTES SANTO PARA RECORDAR

En cambio, para el mayor de los hermanos, Wilder, el mes de entrenamiento en la base militar de San Carlos, donde enfermó de topa, varió el derrotero de balas que les esperaba a él y a sus hermanos: Miguel y Marcos.

Miguel dice que durante los días de pase que Wilder consiguió por su enfermedad, se tejió y decidió el plan para irse al vecino país del Sur, donde contaban con unos parientes maternos. “Me tuve que ir por presión familiar y solidaridad con mi hermano”, agrega.

“Lo recuerdo como hoy que nos fuimos un 23 de marzo. Era Martes Santo”, dice. Se fueron ilegales, como hoy por otras razones, salen decenas de nicaragüenses hacia Costa Rica.

En 1984 salieron del país y no regresaron 13,514 nicaragüenses, según estadísticas de la Dirección General de Migración y Extranjería. Sin embargo, se considera que hay un subregistro de la cantidad real que salió rumbo al exilio, ya que muchos abandonaron el país clandestinamente, en las condiciones de Miguel y sus hermanos.

Como prófugos se enrumbaron hacia una montaña que no conocían.

El día en que se fueron se veían diferentes de como siempre pasearon por el pueblo. Para pasar inadvertidos se disfrazaron con sombreros y ropa holgada.

De Acoyapa se fueron en carro hasta El Almendro, a la casa del suegro de Wilder, quien 20 días antes se había casado.

Miguel recuerda que allí se toparon a una mujer del pueblo que los reconoció. Se extrañó al verlos. Regó la noticia y levantó sospechas. En el pueblo, la familia había hecho correr el cuento de que el trío de hermanos había desaparecido luego de una gira a la playa.

AYUDADOS POR UN JEFE CONTRA

La ruta que siguieron los hermanos Sevilla Sequeira no existe. “Anduvimos por lugares que no conocía”, dice Marcos Sevilla vía telefónica desde Costa Rica, quien para entonces tenía 19 años.

Miguel explica que su recorrido fue apoyado por gente de la contrarrevolución. El comandante “Leonel”, líder en esa zona, “custodió” buena parte de su trayecto hasta el Río San Juan. Dieron con “Leonel” a través de otro personaje a quien llamaban “El Brujo”.

En esos tiempos, no era difícil dar con los de uno y otro bando, explica Miguel.

Ese apoyo de la contra fue casi gratuito. Miguel dice que pagaron “unos billetitos” para lograr la ayuda, pero “no fue tanto, porque tampoco llevábamos mucho”, dice sin precisar cantidad.

Pero la protección de la contra se extendió por dos meses, en espera de un helicóptero que los trasladaría seguros hasta el lado tico.

DOCE DÍAS CONTINUOS DE CAMINATA

En los días que anduvieron con la gente de la Resistencia los hermanos tuvieron su pedazo de guerra. “Me hice un contra”, afirma Miguel, quien incluso estuvo a punto de quedarse. De no ser porque Marcos y Wilder se opusieron hasta hacerlo desistir “tal vez ni estuviera vivo”, reflexiona.

La espera por el helicóptero finalizó con el atentado que hubo en La Penca, en contra de Edén Pastora.

“Ese helicóptero que trasladaba “mercadería” fue derribado, y se suponía que en ése nos iban a trasladar. Leonel iba a irse el 30 de mayo”.

Casi al mismo tiempo, el campamento donde estaban fue atacado. “Hubo un momento en que quedamos como carne de cañón. Yo sentí que me moría”. Ese enfrentamiento fue tan cruento que Miguel creyó que no saldría vivo. “Pero creo que Dios estuvo en mi camino”, dice.

Destrozado el refugio de la Resistencia no les quedó más remedio que huir por veredas insospechadas. Miguel recuerda que caminaron unos 12 días seguidos, de sol a sol (de seis a seis). Calcula que recorrieron entre 400 y 500 kilómetros. “Eso fue entre el 15 y el 26 julio”.

Su comida, en esa parte del periplo fue banano verde que hallaban en la montaña y un poco de pinol, que se les acabó antes de cruzar el río. “Un hermano mío hasta mono comió”, dice. También comieron palmito crudo, que les dio una fuerza increíble, según Miguel.

Les pareció alcanzar la tierra prometida cuando llegaron a la cúspide del cerro El Diablo, al otro lado del cual, a sus pies, nace un caño de agua que al final resulta ser el polémico Río San Juan.

La guerra no fue lo único que acechó el éxodo de estos prófugos del SMP. Miguel recuerda que varias veces, sin darse cuenta, se sentaron sobre corales. Con frío en el cuerpo sintieron debajo de las nalgas el hormigueo del letal animal.

Del grupo que se formó después del ataque, una parte cruzó el río al nado. Otros, con miedo, usaron el tronco de un árbol como puente.

Al otro lado del San Juan, en suelo tico, acabó la agonía y empezaron su vida de exiliados, que según Marcos y Miguel, no fue menos dura.

NO PUDIERON VOLVER A ESTUDIAR

Una de las cosas que ambos resienten es que no volvieron a estudiar. Desde que llegaron se metieron a trabajar en haciendas fronterizas con Nicaragua, desde donde supieron del éxodo de otros como ellos, que huyeron de la guerra.

“También antes de nosotros ya se habían venido muchos”, agrega Marcos.

Al principio, lo más duro del exilio fue la nostalgia por la familia, las novias y el pueblo. “A uno le hace falta su gente. Fuera de su patria no se es feliz”, afirma Miguel. Marcos, en cambio, cree que su vida se dividió en antes y después del SMP.

Los tres hermanos volvieron al país en 1991, cuando ya era presidenta Violeta Barrios de Chamorro.

Aunque no tienen el futuro que soñaron de adolescentes, a ninguno le fue mal en el país vecino. Con el tiempo se establecieron en haciendas lecheras, en las que han puesto en práctica lo que aprendieron.

Miguel radica en Zarcero, provincia de Alajuela, y trabaja desde hace ocho años para una hacienda ganadera que provee de leche a la cooperativa Dos Pinos.

Marcos vive en la misma provincia, en un lugar que se llama Pital. Administra una estancia ganadera.

Pese a que ambos hicieron familia en Costa Rica no descartan la posibilidad de regresar a su pueblo de origen y establecerse allí.

Miguel está convencido de que el SMP “fue una locura. Nicaragua tiene años de estar en locura. El servicio militar se da en otros países, aquí se dio porque se necesitaban escudos, carnes de cañón para cuidar algo que no era ni de nosotros, sino que fue por una política mal dada”.

Pese a lo que ahora piensa, reconoce que en 1979, cuando triunfó el Frente Sandinista de Liberación Nacional —FSLN— él compartió el sueño de que todo sería mejor.

GRAN OLEADA AL EXTERIOR

Entre 1980 y 1989 salieron del país 1,392,456 nicaragüenses, de los cuales 186,490 se quedaron en el extranjero. El resto volvió, según estadísticas de la Dirección General de Migración y Extranjería.

Fue 1988 el año en que más nacionales se quedaron en el extranjero. Un total de 44,309.

Sin embargo, estos datos son sub registro de la cantidad real de gente que se exilió de la guerra. Como en la actualidad, el destino de los nicas fueron Costa Rica y Estados Unidos, mayoritariamente.  

Política

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