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Argentinos de distintas clases sociales salieron a las calles a protestar y la voz de la inconformidad se hizo sentir.

¿Qué pasó en Argentina?

En Argentina hay 34 millones de habitantes, oficialmente seis millones de personas no tienen empleo y nueve millones se mantienen en el subempleo, es decir, que trabajan menos de 45 horas semanales y no obtienen salarios de tiempo completo Mariana Vilnitzky/Especial para LA PRENSA ARGENTINA.- El día en que el ex presidente argentino, Fernando De […]

  • En Argentina hay 34 millones de habitantes, oficialmente seis millones de personas no tienen empleo y nueve millones se mantienen en el subempleo, es decir, que trabajan menos de 45 horas semanales y no obtienen salarios de tiempo completo

Mariana Vilnitzky/Especial para LA PRENSA

ARGENTINA.- El día en que el ex presidente argentino, Fernando De la Rúa, se despidió del poder para siempre, los argentinos ya lo llamaban ex presidente. También le decían autista (persona alejada de la realidad), ciego, sordo, enfermo de algún mal mental irrevocable. Estos comentarios venían apareciendo al unísono en todos los medios de comunicación locales, reiteradamente y sin descanso desde hacía meses. No lo querían. Lo abucheaban por radio y televisión mediante encuestas, declaraciones y análisis de intelectuales de cualquier tendencia. También lo defenestraban los líderes políticos, su propio partido —la UCR (Unión Cívica Radical)— y, por supuesto, la oposición, el PJ (Partido Justicialista).

Pero la voz de la inconformidad se escuchaba, además, en vivo y en directo, a lo largo y ancho de todo el territorio argentino; en las esquinas, en los bares, en las “villas miseria”, en los bancos, las oficinas, los buses, las universidades y los hospitales. Ningún extranjero que llegara a la Argentina por primera vez durante este período podría haberlo ignorado. Ante la mínima pregunta parecida a “¿cómo va todo por aquí?”, casi sin dudarlo cualquier argentino le hubiera contestado: “mal”, y le hubiera echado la culpa al gobierno.

En Argentina hay 34 millones de habitantes. Oficialmente, el 18 por ciento, seis millones de personas, no tienen empleo, y el 34 por ciento restante, nueve millones, se mantienen en el subempleo, es decir, que trabajan menos de 45 horas semanales y no obtienen salarios de tiempo completo. Sobre los trabajos en negro, es decir, quienes no pagan tributos pero tampoco obtienen beneficios sociales, como el derecho a la jubilación o a una obra social, las cifras son variables y empíricas. Un dato revelador es que hasta los mismos empleados del gobierno cobran una parte de su salario “en negro”.

EL POCO SALARIO NO AJUSTA

“El gobierno de la ciudad de Buenos Aires me paga casi la mitad del salario en negro”, admite Norma Álvarez, docente de una escuela pública. “Ahora dicen que nos van a blanquear, pero, como De la Rúa planeaba hacer otro recorte de presupuesto, parece que ese blanqueo implicaba una baja salarial del 30 al 40 por ciento. Ahora no se sabe qué va a pasar”.

Norma se considera afortunada. Gana un total de 400 pesos por media jornada, después de haber trabajado 20 años. Con la jornada completa llega a unos 800 pesos. Es jefa de familia y debe mantener a tres personas. Con esos 800, entre los elevados precios argentinos donde sólo tomar un bus cuesta 80 centavos y tomarse una gaseosa dos pesos, no le alcanza.

Marisa Arcángelo trabaja también para el gobierno. Es empleada del Instituto Nacional de Tecnología e Industria y cursa el cuarto año de bioquímica. Cuando la tomaron fue por una beca y le pagaban 700 pesos mensuales. Dos años después le hicieron firmar un contrato. “Por supuesto que no me convino”, protesta Marisa. “Antes ganaba 700 pesos y ahora, entre impuestos y pagos de jubilación, me quedan 500”. Marisa tiene un hijo de un año, su pareja está desempleada, y la madre de su pareja no cobra jubilación. Con esos 500 Marisa mantiene a todos. Viven los cuatro en una habitación de pensión y a veces les falta para la comida.

EL ESTALLIDO

Lo que sucedió la semana pasada fue una explosión social. Comenzó con una ola de saqueos masivos a supermercados, tiendas pequeñas y vehículos de carga que pasaban por las carreteras. Lo que comenzó en un barrio continuó por toda Argentina provocando peleas, a punta de pistola, entre vecinos.

La Policía no hacía nada y los argentinos estaban aterrados. Los negocios cerraron y los empleados fueron enviados a sus casas. Corría el pánico de lo que podía suceder cuando se acercara la noche.

Nunca se supo quién y por qué comenzó el primer saqueo. La noche llegó y el ex presidente De la Rúa decretó el “Estado de Sitio”, una regla que, entre otras cosas, prohíbe las reuniones públicas. La madrugada del 20 de diciembre pasado miles de personas llenaron las principales plazas del país.

El ambiente ya estaba caldeado. Pero la gota que derramó el vaso la sirvió el mismo presidente. Había dado un discurso que no contenía ninguna respuesta a lo que venía sucediendo en los barrios y que sólo confirmaba el Estado de Sitio. Fue después de eso que algunos salieron a los balcones a golpear cacerolas. Y se sumaron otros y otros. Y el zumbido tomó fuerza en todo Buenos Aires.

POBRE DISEMINADA

La República Argentina —que se caracterizó, durante años, por su amplia y tradicional clase media— aglomera hoy a un 40 por ciento de su población por debajo de la línea de pobreza: el salario que ganan más de diez millones de personas, no les alcanza para comprar una canasta básica de alimentos ni pagar un techo. Según una investigación del Centro de Estudios Legales y Sociales argentino, hoy un quinto de la población se apropia del 53 por ciento de los ingresos del país.

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