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Aunque la red de cuevas que tenían los Talibán en Afganistan fue destruida, las fuerzas estadounidenses aún no dan con el paradero de Bin Laden.

Bin Laden: coraje, fanatismo y odio

Ossama Bin Laden no es tal vez un hombre brillante, pero sus compañeros de la lucha antisoviética lo tienen como muy arrojado en el combate. A la vez, este islamista fanático que odia a Estados Unidos y Occidente, es un maestro de la imagen y los medios, que trata de proyectar hábilmente una imagen de […]

  • Ossama Bin Laden no es tal vez un hombre brillante, pero sus compañeros de la lucha antisoviética lo tienen como muy arrojado en el combate. A la vez, este islamista fanático que odia a Estados Unidos y Occidente, es un maestro de la imagen y los medios, que trata de proyectar hábilmente una imagen de continuador moderno de la obra del profeta Mahoma

Javier OtazuEFE

KABUL.- El hombre más buscado del mundo, que desdeñó los lujosos palacios con aire acondicionado de su Arabia Saudí natal, puede acabar sus días en alguna gélida gruta del este de Afganistán o de Pakistán.

Pese a que su cabeza ya vale 25 millones de dólares, pagaderos por la Administración estadounidense, Ossama Bin Laden podría haberse escurrido de sus captores una vez más.

El dirigente de Al-Qaeda, nacido hace 44 años en la capital saudí, parecía destinado a seguir los pasos de su padre, un magnate enriquecido con las obras públicas, pero la “yihad”, o “guerra santa”, se cruzó en su camino.

“MATAR NORTEAMERICANOS, UN DEBER”

El Islam que en los últimos años Ossama ha interpretado de manera obsesiva, es el de una guerra contra “el símbolo moderno del paganismo mundial, Estados Unidos”, según sus palabras.

“Todo musulmán que esté en condiciones de hacerlo tiene el deber individual de matar a los norteamericanos y sus aliados, civiles y militares, en cualquier país donde sea posible”, decía la fatwa (sentencia) firmada en 1998 por Bin Laden y sus principales aliados en la yihad.

Pero Bin Laden nunca ha sido un sabio musulmán ni un teólogo, por lo que difícilmente puede lanzar “fatwas”, aunque lo haga. De hecho, quienes lo han conocido subrayan que no tiene ideas muy elaboradas, y siempre ha necesitado de mentores que a la postre han ejercido gran influencia sobre él.

SOLDADO DE CORAJE

Los que han tratado a Ossama en el campo de batalla hablan de un hombre tal vez no brillante, pero sí muy arrojado en el combate, lo que le valió un gran prestigio entre los extranjeros que combatían en suelo afgano contra las tropas interventoras de la Unión Soviética en los 80.

Sin embargo, en su Arabia Saudí natal su imagen es repudiada en los círculos oficiales, desde que a principios de los 90 se enfrentó personalmente con el rey Fahd, por permitir el establecimiento de tropas estadounidenses en el país. El hombre que compartió estudios con varios príncipes saudíes, que en sus veinte años llegó a participar en lujosos viajes y fiestas con la juventud dorada de su país, rompió totalmente con su patria en 1994, cuando fue despojado de su nacionalidad.

Durante años, Ossama había sido el elegido por Turki al Faisal, el todopoderoso jefe de los servicios secretos saudíes, para encargarse de reclutar voluntarios para la yihad afgana y encauzar así sus ansias revolucionarias en escenarios bien alejados de su casa. Ossama Bin Laden, como otros muchos árabes fanatizados, han acabado mordiendo la mano de su amo, y han elegido las ásperas tierras afganas y los rudos Talibán como su ideal de vida islámica.

“Una jornada en (la guerra de) Afganistán cuenta más que mil días de oración en una mezquita”, dijo en una ocasión.

Cuentan que en la ciudad de Kandahar, Bin Laden vivía —con sus cuatro esposas árabes y sus numerosos hijos— en una mansión de gran lujo comparada con la miseria circundante. En todo caso, Ossama Bin Laden también tuvo que refugiarse, antes contra los soviéticos y ahora contra los norteamericanos, en las oscuras cuevas de Tora Bora o de Kandahar. Ahí eligió vivir y, tal vez, morir.

MAESTRO DE LA IMAGEN

Si en los años ochenta fue el palestino Abdalá Azam quien en los campos de refugiados afganos de Peshawar (Pakistán) convirtió al millonario saudí en un adepto del wahabismo, la rama más rigorista del Islam, ahora es el egipcio Ayman al Zawahri quien parece estar tras las decisiones de Bin Laden.

Sin embargo, hay algo en lo que Bin Laden ha aventajado a todos: en su manejo de los medios y de la imagen.

No sólo por su subliminal identificación con Mahoma —exiliado de La Meca, adonde volvió triunfante, como él se ha exiliado de su propio país— sino también por su sentido de la oportunidad en sus escasas apariciones mediáticas.

Fue el 7 de octubre, justo después que comenzasen los bombardeos contra Afganistán, cuando Bin Laden apareció por vez primera en las ondas de “Al Yazira”, la cadena qatarí por satélite muy seguida en el mundo árabe, para jurar que EE.UU. no tendría descanso mientras no hubiera justicia con Palestina y no evacuasen a sus tropas de Arabia Saudí.

La elección de Al Yazira, la evocación del problema palestino, tan presente entre los árabes, y las imprecisas alusiones a los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono tenían un objetivo preciso: propagar su imagen de justiciero, un moderno David contra el Goliat americano.

Tanto en ésta como en las demás apariciones públicas —muy escasas— Bin Laden utiliza siempre un tono pausado y digno, sin estridencias, lejos de la imagen del integrista fanático, un tono no exento de magnetismo personal.

POSANDO COMO HÉROE

Ahora vende su imagen de reencarnación del profeta Mahoma, con una barba larga y subido a lomos de un caballo blanco, tal como el Islam popular imagina a su Profeta, y esa es la fotografía que se vende, impresa en láminas o camisetas, en los mercadillos de Indonesia o Pakistán, con la leyenda: “Ossama, el gran héroe del Islam”.

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